La creación no ha terminado...

Historia y Cultura, Paganismo y Tradiciones

EL VERDADERO SIGNIFICADO DE ‘RACISTA’

El ser humano es una especie animal curiosa y sorprendente y, además, tiene la inmensa fortuna de ser muy rica y variada, tanto en usos y costumbres como en sus diversas fisiologías corporales. Sin embargo desde hace un tiempo existen fuerzas homogeneizantes que clamando a la ‘unidad’ e ‘igualdad’ de todos entre todos están uniformizando esa riqueza milenaria y, por tanto, destruyéndola tal vez para siempre. No está muy lejos el día en que visitar un lugar y sus antípodas nos deje indiferentes ante lo uniforme de las costumbres y aspectos de sus respectivos habitantes.

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Ante esta poderosa fuerza que se impone desde las instituciones estatales (herederas de los imperios en su forma y contenido) y sus crecidísimos aparatos de propaganda y control mental, algunos preferimos resistir, no tanto por la seguridad en la victoria final sino por la voluntad de vivir con dignidad y conforme a nuestros principios el tiempo que podamos resistir.

Dentro del proceso aglomerante y despersonalizador propio de los estados y los imperios, uno en concreto resulta especialmente doloroso y amenazante: la disolución de las culturas, las costumbres y las razas humanas que les son propias, incurriendo así estos elementos globalizadores en un genocidio a escala planetaria. Y como siempre han hecho, para someter al cuerpo antes se ocupan de someter su mente, de modo que todo lo referente a raza, cultura, costumbre o tradición es menospreciado, vulgarizado y ninguneado, cuando no etiquetado de peligroso y criminal.

En este sentido, todo aquel que habla de razas entiendendo que éstas existen ya es etiquetado de ‘racista’ peligroso dispuesto al genocidio; sin embargo, no ven el verdadero genocidio que ellos mismos promueven al negar la existencia de diferentes razas humanas y al prohibir el amor y deseo de pervivencia de las mismas. No entienden que las razas son portadoras, cada una de ellas, de una cultura, una tradición y unas costumbres que la hacen única, y que enriquecen el conjunto de la especie humana confiriéndole una adorable complejidad.

Que tal riqueza y complejidad de lo humano desaparezca, diluída en un marasmo de uniformidad artificial, parece no importarles a quienes vocean ‘racista’, ‘xenófobo’ o ‘retrógrado’ contra todo aquel que simplemente se atreva a distinguir entre razas humanas, entre indígenas y extranjeros o a valorar el pasado como maestro del presente, y no como algo automáticamente rechazable.

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Como suele pasar, en el trasfondo de esta controversia radica un mal uso de los términos, ya sea por los aparatos de propaganda (siempre superficiales) o por el eco que de éstos se hace la muy perezosa muchedumbre.

Así es como la palabra ‘racista’ que en principio definiría a quien comprende que existen diversas razas, sin más, se lanza con odio suponiendo que por el simple hecho de señalar diversas razas se desea el mal o el exterminio de alguna o varias de ellas, aun cuando etimológicamente el sufijo ‘-ista’ no indique nada parecido. Y es que la falta de términos que acoten conceptos provoca que una misma palabra pueda significar varias cosas, a veces contrapuestas, y de ahí a menudo surgen los conflictos. Es por ello que se torna realmente necesario y beneficioso la constante creación de neologismos, nuevas palabras, que acomoden un concepto que yace donde no le corresponde; y para ello el griego se presta con suma amabilidad; en cambio, el desconocimiento de esta antigua lengua, raíz de casi todas las lenguas occidentales, promueve el uso de ‘-ismos’ y el conflicto de pareceres hasta en los más sencillos diálogos.

Entonces digamos a las cosas por su nombre, y si éste no existe aún, pongamos nombre a las cosas. Dejemos a ‘racista’ como término neutro, designando simplemente a quien considera la existencia de diversas razas humanas, dentro de la especie, y en el mejor de los casos sustitúyase por el término ‘genófilo’ (el que ama las razas) cuando uno promueve tanto su conocimiento fisiológico, cultural y espiritual como su preservación dentro de la riqueza y complejidad de la especie; y, genófobo (el que odia las razas) en el peor de los casos, cuando un individuo promueva el desconocimiento fisiológico, cultural y espiritual de una raza, como el odio y extinción de la misma. La virtud del genófilo será pues la ‘genofilia’ y el defecto del genófobo la ‘genofobia’.

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Es de esperar que el uso continuado de estos términos evite conflictos artificales, ya que cada concepto existente hallaría su término que lo exprese con propiedad, y no como sucede ahora, que varios conceptos se agolpan sobre una misma palabra que no les puede dar espacio sin llamar a la discordia. Así debería hacerse pues con la xenofobia (el odio a los extranjeros), que no es peor que la ‘xenofilia’ (el amor a los mismos) por más que el término aún no se use con la frecuencia que debería; ambos extremos que deben ser resueltos por la saludable ‘hospitalidad’ (en griego ξηνία ‘xenía’), que era algo de sagrado cumplimiento para quienes aún no conocían estado ni imperio, ni sus devastadoras propagandas de un solo mundo bajo una sola costumbre.

Y es que es bien cierto que lo que para muchos es una pesadilla, para otros es un sueño y viceversa.

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