La creación no ha terminado...

Historia y Cultura, Humor y Sexo

HAMLET, PRÍNCIPE DE DINAMARCA – RESUMEN

Sinopsis de Marco Pagano, a partir de la tragedia de venganza isabelina compuesta por William Shakespeare.

PERSONAJES

Bernardo: soldado de la corte.
Francisco: soldado de la corte.
Horacio: amigo pusilánime de Hamlet.
Marcelo: soldado de la corte.
El Espectro: con la figura y el semblante del rey Hamlet, pide al príncipe Hamlet vengar su asesinato.
El Rey de Dinamarca Claudio: hermano del recién difunto rey Hamlet; casado con su cuñada, la reina Gertrudis. Verdadero protagonista de la obra.
La Reina Gertrudis: anterior esposa del recién difunto rey Hamlet; casado con su cuñado Claudio, nuevo rey de Dinamarca.
Voltemand: cortesano que el rey envía como emisario a la corte noruega.
Cornelio: cortesano que el rey envía como emisario a la corte noruega.
Hamlet: príncipe de Dinamarca; hijo del difunto rey Hamlet.
Fortinbrás: príncipe de Noruega; reclama a Dinamarca las tierras que su padre perdió en guerra contra el rey Hamlet. En efecto, su padre, el rey Fortinbrás de Noruega, murió batallando contra el rey Hamlet.
Polonio: dignatario de la corte danesa; padre de Laertes y de Ofelia.
Laertes: hijo de Polonio; hermano de Ofelia.
Ofelia: hija de Polonio; hermana de Laertes.
Reinaldo: criado de Polonio.
Rosencrantz y Guildenstern: antiguos amigos de Hamlet.
Osric: joven cortesano terrateniente.
Castillo de Elsenor: corte danesa donde ocurre el drama.

SINOPSIS

ACTO I – ESCENA PRIMERA

Bernardo ―que acaba de relevar al centinela Francisco―, junto con el también guarda Marcelo y el cortesano Horacio, atentos a los acontecimientos, puesto que hay controversia entre la corte danesa y la noruega, ven aparecer un espectro con forma y semblante idéntico al del recién difunto rey de Dinamarca. Horacio, que a diferencia de los soldados lo ve por primera vez, intenta hacerle hablar conjurándole, aunque no halla respuesta ninguna de las dos veces que éste se presenta misteriosamente.

ACTO I – ESCENA SEGUNDA

Claudio, el nuevo rey de Dinamarca y hermano del recién fallecido, el mismo que tomó por esposa a la reina, su cuñada Gertrudis, preveyendo el avance de los noruegos que reclamaban las mismas tierras que perdieron batallando contra el recién fallecido Hamlet de Dinamarca, envía como emisarios a la corte noruega tanto a Cornelio como a Voltemand, leales cortesanos al servicio del rey.

Mientras los emisarios marchan, el rey Claudio atiende el ruego de Laertes, que no es otro sino volver a Francia, de donde vino a la corte danesa a fin de asistir a la coronación del rey Claudio. Éste le pide la aprobación de su padre Polonio, dignatario de la corte danesa, que se la concede; y con ella, obtiene Laertes también la aprobación del rey Claudio.

Al momento el rey se dirige a su sobrino Hamlet, que, taciturno, esquivo, gris y apesadumbrado, desconcierta tanto a su tío, el rey Claudio, como a su madre, la reina Gertrudis. Ambos, no obstante, le dispensan un discurso al respecto de la madurez y de la futilidad de la vida humana, pero Hamlet, pueril y pusilánime, no sabe aprovechar semejantes consejos. Sea como fuere, los adultos ruegan al niño que desista en su deseo de volver a la universidad de Wittenberg, a lo cual éste accede a regañadientes[1]. Luego, Hamlet, solo, lamenta amargamente que su madre haya elegido casarse con su cuñado Claudio ―a ojos de Hamlet un miserable comparado con su glorioso papá―, con el añadido de haber consumado el incesto ni tan sólo dos meses después del fallecimiento del rey Hamlet.

Entonces llegan Horacio, Bernardo y Marcelo, que refieren a Hamlet, punto por punto, el suceso de la madrugada anterior en relación al espectro de su difunto padre. Hamlet, conmocionado, y anticipando que hacia la madrugada se reuniría con ellos en la siguiente guardia, interpreta el misterioso suceso como el anuncio de una traición.

ACTO I – ESCENA TERCERA

Momentos antes de emprender su regreso a Francia, Laertes se despide de su hermana Ofelia, a solas ambos, advirtiéndole de los peligros que entrañan los galanteos del joven Hamlet, y rogándole que aleje su virginidad del amartelamiento y fatuidad del joven príncipe. Justo a la sazón entra Polonio, el padre de ambos, que se despide de su hijo Laertes con una salva de máximas y axiomas barrocos, y una vez rumbo a Francia, a su hija Ofelia dispensa el mismo discurso que dispensole su hermano, concluyendo: “hablando claro, no quiero que en adelante deshonres ni un momento de tu ocio conversando con el príncipe Hamlet”. Ofelia, tierna como un lechal, se muestra obediente[2].

ACTO I – ESCENA CUARTA

En otro lugar de la corte, y tal y como estaba dispuesto, Hamlet se reúne con Horacio y Marcelo al punto de la medianoche. El espectro del recién difunto rey aparece, sacudiendo el ánimo de los tres, y les hace señas de retirarse con él hacia otro lugar. Aunque Horacio y Marcelo intentan impedir que Hamlet vaya con el espectro, el príncipe le sigue con tremenda vehemencia allá donde éste le manda, decantándose por la decisión más arriesgada: la misma que desencadenaría sus subsiguientes acciones. Él había decidido; él así lo quiso. Asimismo, con temor y resignación, Horacio y Marcelo siguen a Hamlet, que a su vez sigue al misterioso espectro.

ACTO I – ESCENA QUINTA

Mientras Marcelo y Horacio buscan a Hamlet, éste, solo ante el espectro de su propio padre, escucha terribles palabras, que revelan cómo y por qué fue asesinado por Claudio, su tío y actual rey ―asesinado con ponzoña por satisfacer oscura lascivia―, justo antes de pedir a Hamlet, su presunto hijo, que lleve a término la venganza y acabe con la vida de Claudio ―no con la de su madre Gertrudis― y libre así a Dinamarca del engaño miserable, y a la corte de la iniquidad, el incesto y el deshonor.

El espectro abandona a Hamlet, pues la aurora se acerca, y éste jura acordarse de la petición espectral a fin de culminar la venganza encomendada, de modo tal que la locura de Hamlet ―la locura no fingida, por cierto― parece asomar con sus primeros brotes ―si no es que Hamlet ya estaba loco mucho antes[3]―.

Sea como fuere, Horacio y Marcelo alcanzan a Hamlet, y éste les pide ―junto con la voz espectral de fondo― que juren solemnemente no referir a nadie lo sucedido durante esa noche, por más que Hamlet de ahí en adelante mudara su actitud o prorrumpiera en sentencias ambiguas[4]. Ellos juran y Hamlet se lamenta con amargor: “los tiempos se han dislocado. ¡Cruel conflicto, venir yo a este mundo para corregirlos!”[5].

ACTO II – ESCENA PRIMERA

En éstas Polonio, dignatario de la corte en el castillo de Elsenor, ordena a su criado Reinaldo viajar a Francia a fin de averiguar, con toda suerte de sigilos y astucias, si su hijo Laertes, salido poco ha, lleva una vida saludable y decorosa, o si por el contrario frecuenta tabernas y burdeles, o incluso cosas peores. Es de ver como Polonio insiste en las argucias, fingimientos y jeribeques que debería de usar su criado Reinaldo a fin y objeto de averiguar la verdad sobre el comportamiento de su hijo, pues, según Polonio, “con un cebo de mentiras pescas el pez de la verdad”. En fin: elocuentísimo; semejante estrategia será usada también por el joven Hamlet.

El criado sale de inmediato a cumplir su cometido, y como de seguido aparece Ofelia refiriendo que Hamlet entró en su habitación, descompuesto, desesperado, con la mirada perdida, sombrío, transtornado. A la par asegura a su padre que hizo con Hamlet tal y como dispuso: devolviole sus cartas y rechazole, por lo cual Polonio, arrepentido, cree haberse equivocado con respecto a Hamlet, por exceso de celo, y achacando el desvarío del príncipe al mal de amores que sufriría hacia Ofelia, acude al rey a fin de hacérselo saber. Bien distinto actúa Polonio a como ordenó actuar a su criado Reinaldo, por cuanto aserta: “esto ha de saberse, que obrar con sigilo traerá más desgracia que enojo el decirlo”.

ACTO II – ESCENA SEGUNDA

Mientras tanto, el rey y la reina han llamado a su presencia a los jóvenes Rosencrantz y Guildenstern, pues siendo ellos amigos de Hamlet desde la infancia, y estando los reyes preocupados por la transformación del joven, éstos pretendían así descubrir el motivo de tan perturbada conducta, si bien la reina ya apuntaba como causa a la muerte del rey y a las nupcias con su cuñado Claudio.

Así como salen los amigos a ver a Hamlet, entra Polonio en presencia del rey, y tras advertir que por postre revelará la causa del desvarío de su sobrino Hamlet, hace pasar, como entrante del ‘banquete’, a los emisarios Voltemand y Cornelio, llegados poco ha de su misión a la corte del rey noruego. Éstos refieren que el rey de Noruega, anciano y achacoso, creía que las tropas de su joven sobrino Fortinbrás, hijo del recién fallecido rey Fortinbrás de Noruega, se dirigían contra Polonia, antes de descubrir muy a su pesar que se disponían a batallar contra Dinamarca. Habiéndolo sabido ―según dijeron los embajadores que dijo el rey noruego―, reprendió a su sobrino y éste, habiéndose disculpado y habiendo prometido no atacar Dinamarca, recibió permiso del rey para atacar Polonia; sin embargo, ¡ah, tormento áulico!, a fin de llegar al territorio polonés pedían permiso al rey danés para pasar por Dinamarca en dirección a Polonia. ¡Por el can, menudo enredo!

Pero para enredo y tramoya lo que sigue: salen los embajadores, y Polonio al fin da cuenta de lo que cree saber, esto es, que la locura de Hamlet tiene su origen en el perdido amor que siente por su hija Ofelia. Y mostrándoles una carta de amor y refiriéndoles cuántos y qué clase de requiebros dispensa el joven a su candorosa hija, ruega a los reyes le dejen a solas con Hamlet, habida cuenta éste aparece inopinadamente, absorto en la lectura de un libro, a fin y objeto de verificar cual es en realidad su demencia. Por su parte, Hamlet finge locura ante Polonio, citando a su hija como por obsesión, con lo que Polonio cree ver confirmado su primer barrunto. Por ende, no deja de hallar cierta lógica y sensatez en los desatinos que profiere el chiflado Hamlet.

Así pues, Polonio marcha seguro de haber corroborado sus impresiones, al tiempo que llegan Rosencrantz y Guildenstern, amigos ambos del príncipe Hamlet. Después de saludarse con enigmas mal traídos, entablan un anodino diálogo de intelectualismo barato, en el que Hamlet llama a la diosa Fortuna ‘golfa’ y ‘ramera’, al mundo ‘cárcel’, a Dinamarca ‘uno de sus peores calabozos’; donde sentencia que ‘no hay nada bueno ni malo: nuestra opinión le hace serlo’, que los héroes son sombras de mendigos… En fin, después de semejante repertorio, Hamlet pide a sus amigos que le revelen el motivo de su venida, y ellos confiesan que acudieron en atención a la llamada de los reyes. Hamlet entonces se adelanta a relatar el por qué, y aprovecha para declarar con ridículo sarcasmo su torpe misantropía.

A la sazón vuelve Polonio, por lo cual Hamlet deja su necedad y reemprende su fingida locura, habiéndose guardado antes de advertir a sus amigos Rosencrantz y Guildenstern de que “yo sólo estoy loco con el nornoroeste; si el viento es del sur, distingo un pico de una picaza”. Y al llegar a la sala Polonio anuncia la llegada a la corte de cuatro o cinco actores cómicos: una vez presentes ante Hamlet, éste le pide a uno de ellos que recite la muerte de Príamo a manos de Pirro, el Aquileida, cuando los aqueos tomaban la ciudadela de Ilión.

Al punto de quedar satisfecho ―pese a censurar la sobreactuación del actor y maravillarse de su fingimiento―, Hamlet les emplaza a representar una función durante el día siguiente: ‘El asesinato de Gonzago’; y a la par conmina a un actor a recitar un fragmento que Hamlet mismo compondría a fin de intercalarlo en el transcurso de dicha función. De hecho, Hamlet urde una sutil artimaña, pues en cierta ocasión oyó decir que “unos culpables que asistían al teatro se conmovieron a tal extremo con el arte de la escena que al instante confesaron sus delitos”, y porque aún duda de la autenticidad del espectro y de su revelación, Hamlet necesita “pruebas concluyentes: el teatro es la red que atrapará la conciencia de ese rey”.

ACTO III – ESCENA PRIMERA

Al día siguiente, los reyes, Polonio, Ofelia, Rosencrantz y Guildenstern departen sobre Hamlet. Los reyes inquieren a los amigos, y éstos responden que nada en claro pudieron sacar de su reunión con Hamlet, a fuer de comprobar cómo le distrajeron de buen grado los actores recién llegados a la corte. Entonces, Polonio aprovecha la ocasión para informar a los reyes de la función que habría de representarse esa misma noche, a lo que ellos responden que acudirían con mucho gusto.

Acto seguido, y habiendo marchado poco ha tanto Rosencrantz como Guildenstern[6], el rey hace salir a la reina Gertrudis, habida cuenta él y Polonio tenían planeado hacer coincidir a Hamlet y Ofelia para, escondidos, comprobar al fin la razón de su locura. Así pues, la reina sale, el rey y Polonio se esconden, y, Ofelia, leyendo un devocionario con rostro empapado en piedad ―así se lo aconsejó su padre Polonio, por cuanto según le dijo “con el rostro devoto y el acto piadoso hacemos atrayente al propio diablo”, se pasea solitaria a la espera de que Hamlet aparezca y pique el señuelo.

El príncipe, también solitario, con el manido absurdo “ser o no ser, esa es la cuestión”, comienza un confuso soliloquio que concluye con una acaso interesante reflexión: “la conciencia nos vuelve unos cobardes, el color natural de nuestro ánimo se mustia con el pálido matiz del pensamiento, y empresas de gran peso y entidad por tal motivo se desvían de su curso y ya no son acción”. Tras semejante plática, pues, encuentra a Ofelia, a la cual rechaza mostrando amargo desdén no sólo hacia ella, sino hacia el ser humano y en especial hacia el género femenino; en efecto, porque es mujer le reprocha: “Dios os da una cara y vosotras os hacéis otra”, y termina espetándole: “¡A un convento, vamos!”[7], al tiempo que se marcha con la tenue impresión de haber sido observado por Polonio, como por cierto había sucedido.

Al tiempo, el rey y Polonio salen de su escondite, y mientras aquél resuelve enviar a Hamlet a Inglaterra, a reclamar cierto ‘tributo’, Polonio propone que tras la función nocturnal la reina se reúna a solas con Hamlet, por si en tal circunstancia pudiera éste sincerarse, de modo que él mismo, escondido nuevamente, siendo testigo de una u otra cosa, al fin daría buena cuenta de lo allí acontecido.

ACTO III – ESCENA SEGUNDA

Sea como fuere, el caso es que llega la noche y se aproxima el momento de la función. Es entonces cuando Hamlet advierte al actor que recibió su encargo que durante la representación debe evitar el histrionismo: “me exaspera ver cómo un escandaloso con peluca” ―le confiesa― “desgarra y hace trizas la emoción de un recitado atronando los oídos del vulgo, que, en su mayor parte, sólo aprecia el ruido y las pantomimas más absurdas”; en efecto, según Hamlet, el actor debe cuidar “sobre todo, de no exceder la naturalidad, pues lo que se exagera se opone al fin de la actuación”. De hecho, él bien debía de saberlo, a tenor de su fingimiento, de su actuación, de su propia pantomima: su teatro.

Así pues, mientras todos se preparan, a Hamlet aún le sobra tiempo para charlar con su buen amigo Horacio, de forma que conciertan ambos fijarse en el semblante y conducta del rey, durante el transcurso de la función. A la vez que le sobra tiempo para charlar con Horacio, Hamlet departe con Polonio, el cual comenta, como de paso, que una vez representó el papel de Julio César, y que en dicha representación fue asesinado, en el Capitolio, a manos de Bruto. Qué curioso: algo más o menos parecido le tocaría representar momentos después, pero con tremendo realismo.

Con todo, ya en sus asientos los reyes, Polonio, Ofelia, Rosentcrantz y Guildenstern, los cortesanos; Horacio y Hamlet; empieza la función de la obra ‘El asesinato de Gonzago’, cuya trama consiste en cómo Luciano, sobrino del rey Gonzago, envenena a éste mientras duerme, con el vil propósito de usurpar el trono real. Entonces, cuando la escena muestra el envenenamiento, y justo al tiempo de apuntar Hamlet “ahora veréis cómo el asesino se gana el amor de la esposa de Gonzago”, el rey, que atento presenciaba la función, levantose colérico y dirigiose hacia sus aposentos.

Habida cuenta la reacción del rey Claudio, Hamlet convenciose al fin de la autenticidad del espectro y de la horrible revelación[8], y compartió su convencimiento con Horacio, quien, pese a no haber compartido con Hamlet la revelación del espectro[9], sin embargo sí comparte su convencimiento. Entretanto, la función se aborta, todo es confusión; Guildenstern pide explicaciones a Hamlet de parte del rey por su conducta procaz, Rosencrantz hace lo propio; Guildenstern avisa a Hamlet que la reina desea verle de inmediato, Polonio hace lo propio. Por su parte, Hamlet, decidido a acudir ante la reina, se promete contener el furor que el pecho le embute: “que el alma de Nerón no invada mi ánimo. Pierda yo bondad, mas no sentimiento”[10], dice para sus adentros.

ACTO III – ESCENA TERCERA

En otro lugar de la convulsa corte danesa, el rey prerroga a Guildenstern y Rosencrantz acompañar al príncipe Hamlet en su travesía hacia Inglaterra; y anhela su pronta marcha porque en él y en su locura ve grande peligro. Guildenstern y Rosencrantz acatan la orden; éste último, para argumentar la oportuna y necesaria protección del rey, incluso llega a decirle: “cuando muere un rey no muere solo, sino que, cual remolino, arrastra cuanto le rodea […]. Jamás gimió un rey sin lamento general”: no sabía en qué medida Claudio empezaba a ser consciente de ello.

A la sazón de salir ambos jóvenes, es Polonio quien entra, y una vez confirma al rey su propósito de fisgar la plática entre reina y príncipe, oculto tras los tapices, a fin de revelarle lo allí oído, sale también dejando al rey consigo mismo. Es entonces cuando a Claudio le asaltan los mordaces remordimientos, y encomendándose a cielos y ángeles, de hinojos, comienza una súplica desesperada; pero también es entonces cuando Hamlet lo halla en tal guisa, sin ser visto, y por ende su espada desenvaina con homicidas intenciones.

Pero tal vez sea Hamlet demasiado reflexivo como para arrostrar tamaña acción, y tras intrincado soliloquio decide matarlo en circunstancias disímiles al rezo: “en el lecho del placer incestuoso, blasfemando en el juego o en un acto que no tenga señal de salvación, entonces le derribas”. Qué bien lo sabes, Hamlet, ‘la conciencia nos vuelve unos cobardes’, y por tal motivo tu empresa desvíase y ya no es acción.

ACTO III – ESCENA CUARTA

Mientras todo ello sucede, la reina Gertrudis y Polonio disponen la trampa que hará revelar el mal del príncipe Hamlet. Así pues, Polonio se esconde tras el tapiz, la reina aguarda a su hijo Hamlet y éste aparece ante ella tal y como se le requirió. Todo estaba listo para que la escena fuera representada: teatro en el teatro. Ella le reprueba pidiéndole excusas, él la responde lanzando venablos lengüisueltos; y en el calor de la discusión, la reina teme que Hamlet vaya a asesinarla. La reina grita auxilio, Polonio lo grita también; Hamlet, fingiendo creer que es una rata, con la espada atraviesa el tapiz, y creyendo haber dado muerte al rey, a quien mata es a Polonio; Polonio; el mismo que, en su agonía, de boca de Hamlet ha de escuchar: “acepta tu suerte. Pasarse de curioso trae peligro”.

La reina se horroriza, pero Hamlet prosigue con su diatriba: muestra a su madre la efigie de su difunto padre junto a la de su tío Claudio, y mientras que para aquél sólo encuentra alabanzas, de éste llega a decir que es “un asesino, un infame; un canalla que no llega a los talones de que fue tu marido; un payaso de rey […] que robó la corona”. Y de repente aparece el espectro, en ropa de noche, para recordar a Hamlet que la venganza debe atañer a Claudio, mientras que para su madre y reina debe disponer cuidados. Hamlet se modera, y la reina, que no ha visto el espectro en absoluto, se horroriza todavía más al ver a su hijo hablando con el vacío: lo cree loco de remate; sin embargo, antes de salir con el cadáver de Polonio arrastras, Hamlet conjura a la reina no revelar su ‘fingida’ chifladuría, y ella, cándida como sólo puede serlo una mujer, accede más por temor que por amor.

ACTO IV – ESCENA PRIMERA

Acto seguido, el rey entra y encuentra a la reina compungida; ella le refiere que Hamlet está loco, y que en su demencia mató al anciano Polonio, al cual llevose arrastras. Por su parte, el rey empieza a comprender la gravedad de la situación: “su libertad es una amenaza: para ti, para mi, para todos”, y se compromete con la reina a embarcar a Hamlet rumbo a Inglaterra antes del atardecer. Por ende, llama a Guildenstern y Rosencrantz, a quienes prerroga hallar a Hamlet, hablarle cortésmente y llevar el cuerpo de Polonio a la capilla. Salen.

ACTO IV – ESCENA SEGUNDA

Guildenstern y Rosencrantz hallan a Hamlet, que no accede a revelarles dónde tiene guardado el cadáver. Entonces, ellos le indican que tienen órdenes de llevarlo ante el rey, y pese a reprobarles su servilismo con palabras desdeñosas, Hamlet acepta el envite.

ACTO IV – ESCENA TERCERA

Así pues, presentan a Hamlet ante el rey, y por más que éste inquiere, aquél no responde sino con burla y sarcasmo sagaz, insinuando tan solo al fin que el cadáver de Polonio acaso pudiera yacer en la galería. De inmediato el rey envía hacia allí a algunos, tras lo cual informa a Hamlet que será fletado a Inglaterra lo antes posible. En efecto, ordena: “embarcadle sin demora. No os retraséis: le quiero fuera esta noche”, y quedando solo revuelve en sus mientes si se cumplirá la orden, explicitada en misiva especial, que “reclama la muerte inmediata de Hamlet. […] Hazlo, Inglaterra, pues él, como fiebre, me quema la sangre y tú eres mi cura”.

ACTO IV – ESCENA CUARTA

Mientras, Fortinbrás, príncipe noruego, envía a uno de sus capitanes a presentar sus respetos al rey danés, así como a reclamar la escolta otrora prometida para cruzar su reino dirección a Polonia. Todo ocurre según orden y se cumple la diplomacia toda.

ACTO IV – ESCENA QUINTA

Por otro lado, en la corte danesa de Elsenor, Horacio advierte a la reina cuán se ha transtornado Ofelia a causa del desamor y de la muerte de su padre Polonio. Al instante, Ofelia aparece ida, con el pelo suelto, cantando y tocando un laúd: desvaría sobre amores, sobre muerte, sobre padres.

De repente entra un mensajero áulico, cuyo mensaje es que Laertes, con sus amotinados, arrolla la guardia real, “y cual si el mundo fuese a empezar hoy y no hubiera costumbres ni pasado, gritan: «¡Elijamos nosotros! ¡Laertes rey!»”.

Laertes logra entrar en la corte hasta los aposentos del rey, a quien pregunta por su padre y a quien jura que el responsable cobrará venganza; para colmo, comprueba cómo su hermana Ofelia a perdido el juicio, aunque no deja de encontrar cierta sensatez en sus absurdos. Por su parte, el rey asegura a Laertes que él no mató a su padre, y que, antes bien, le ayudará a vengarse del verdadero asesino.

ACTO IV – ESCENA SEXTA

Mientras tanto, un criado informa a Horacio que han llegado ciertos marinos, y que uno de ellos lleva una carta para él. El marino pasa y entrega la carta a Horacio, la cual, tal y como sospechaba, resulta ser de Hamlet, En ella, éste explica que quedó solo, prisionero de piratas, quienes por cierto fueron compasivos con él; que entregue la carta que asimismo envía para el rey, que luego se reúna con él, pues los marinos le llevarán donde se encuentra, y, en fin, que Rosencrantz y Guildenstern siguen rumbo a Inglaterra.

ACTO IV – ESCENA SÉPTIMA

En otro lugar de la corte, el rey está explicando a Laertes todo lo ocurrido, así como por qué motivos no ajustició en el acto el crimen de Hamlet, esto es: por el filial amor de la reina y su profundo amor a ésta, a fuer de por el aprecio que muestra el vulgo para con Hamlet. Es por todo ello que ambos acuerdan que el príncipe debe morir de modo que parezca un accidente. Entretanto, un mensajero entra con la carta de Hamlet al rey, en la cual pone en su conocimiento su regreso a Dinamarca, su deseo de comparecer ante él, y su intención de explicar los motivos de su repentina e inesperada vuelta.

Habiéndola leído a solas el rey y Laertes, acuerdan el modo de dar fin a Hamlet tal y como sugiere el propio rey: habida cuenta Hamlet oyó ponderar a un normando, llamado Lamord[11], la destreza de Laertes empuñando la espada, y deseando el príncipe desde entonces poner a prueba el elogio, deberían concertar duelo esgrimístico entre Hamlet y Laertes, llevando este último mortal ponzoña en la punta de su florete. Además, por si tal estratagema fallara, el rey dispondría que la bebida de Hamlet contuviera otro potente veneno, de modo que o bien en el fragor del duelo o bien en el descanso del mismo, el príncipe habría de fallecer.

Con todo, justo acaban de concertar el plan homicida cuando entra la reina Gertrudis, descompuesta, informando de la muerte de Ofelia: su demencia llevola hasta un río y ahogose sin poder recibir auxilio. Huelga explicar cómo el furor de Laertes ardió en su joven pecho.

ACTO V – ESCENA PRIMERA

En el exterior de la convulsa corte, un enterrador cava una fosa a fin de sepultar el cadáver de una mujer, mientras con su compañero ―rústico como él― pondera si merece cristiana sepultura quien ahogose por su propia voluntad, y no contra su querer[12]. El compañero aduce que de no ser una noble no le darían cristiana sepultura, y entre otras no menos rústicas palabras, el enterrador lo manda a por el aguardiente que ha de saciar su sed.

El enterrador, a su aire, prosiguiendo su faena, canta despreocupado, mientras Hamlet y Horacio, que por fin se habían reencontrado, le contemplaban a cierta distancia maravillado aquél por presenciar canto y fosa a un tiempo, y ladino éste aduciendo que la costumbre vuelve el hecho indiferente. Pero Hamlet sigue maravillado por ver con qué indolencia el enterrador lanza huesos y calaveras, imaginando qué dignidad o alteza vestía tal o cual osamenta, y barruntando lo nimio de la vida humana, que al fin y al cabo se convierte en hueso y polvo. ¡Oh, Hamlet!, también tú pronto serás pasto de gusanos voraces.

Tras compartir semejantes impresiones con Horacio, Hamlet se acerca al enterrador, y ambos departen de modo tan insípido y anodino como insípidos y anodinos fueran aquellos huesos, esas calaveras o estos gusanos. Sea como fuere, a poca distancia aparecen los reyes, Laertes, unos pocos cortesanos y un sacerdote, el cual oficia exequias para la recién fallecida Ofelia. A Laertes le parecen pocas, al sacerdote muchas, pues, según dice, “profanaríamos el oficio de difuntos entonando un solemne responso y rezándole como a las almas que mueren en paz”. Laertes apenas logra contener su cólera maldiciendo a Hamlet, la reina suspira sus lamentos por la que creía iba a ser su nuera, y Hamlet, advirtiendo lo que se hacía evidente ante sus ojos, se adelanta entrando en la tumba y enzarzándose con Laertes: “Yo quería a Ofelia” ―revela Hamlet― “Ni todo el amor de veinte mil hermanos juntos sumaría la medida del mío” ―exagera cual histrión[13]―. Y continúa amenazando y provocando a Laertes, y así hubiese porfiado hasta merecer y cobrar soberana paliza, de no ser porque el rey ordenó a Horacio llevarse al príncipe, y de no ser porque Horacio obedeció con diligencia y porque además Laertes se contuvo honrosamente.

ACTO V – ESCENA FINAL

Así pues, vuelven a quedarse Hamlet con Horacio y Horacio con Hamlet, a sazón de lo cual éste aprovecha para explicarle lo sucedido durante el viaje hacia Inglaterra.

Le refiere que por la noche sufrió en su alma “una especie de lucha que me tenía despierto” y un rapto: “benditos los arrebatos” ―dice Hamlet― “admitamos que a veces el impulso es más útil que el cálculo, lo que nos muestra que hay una divinidad que modela nuestros fines”. En efecto, gracias a aquel inopinado impulso, Hamlet salió del camarote, se llegó al lugar donde dormían Guildenstern y Rosencrantz; quitoles el documento que llevaban para la corte inglesa; leyolo; viose entonces en trampa mortal; cambió el contenido de la carta señalando que los ingleses debían dar muerte a Rosencrantz y Guildenstern; doblola tal y como estaba; sellola con anillo de su padre, que providencialmente llevaba encima, y arreando, que es gerundio. De hecho, el siguiente arrebato no le fue menos provechoso, pues ante el ataque de los piratas el príncipe se lanzó al abordaje, quedando prisionero en la nave enemiga él solo, y, para colmo, le trataron que ni pintado. Pero esto último ya se lo anunció a Horacio, a través de la carta que Hamlet le envió marino mediante[14].

Sea como fuere, el caso es que se les presenta un joven terrateniente llamado Osric, quien pese a ser despreciado por Hamlet debido a su rusticidad y supuesta hipocresía, le comunica cortésmente que Laertes y el rey han apostado noblemente en relación a un duelo esgrimístico, el cual debería tener lugar entre Laertes y Hamlet mismo. A la sazón, Hamlet acepta el duelo y pide que se celebre de inmediato; envía a Osric a transmitir el envite[15]; queda solo otra vez con Horacio, y con su premonición; parece ser consciente de que su fin está próximo, pero no le importa: “si viene ahora, no vendrá luego. Si no viene ahora, vendrá un día. Todo es estar preparado”[16].

Así pues, entran el rey, la reina[17], Laertes, cortesanos, Osric, acompañamiento de fanfarria musical con espadas de esgrima, manoplas y una mesa con jarras de vino, Hamlet. Para empezar, el rey Claudio pone la mano de Laertes sobre la de Hamlet, y éste se disculpa honorablemente ante Laertes, hilvanando frases de tal tenor: “Si rudamente he provocado vuestros sentimientos, honor y disgusto, aquí proclamo que ha sido locura […]. Si Hamlet ha salido de sí y, no siendo él mismo, agravia a Laertes, no es Hamlet quien obra; Hamlet lo niega[18]. Entonces, ¿quién obra? Su locura. Si es así, Hamlet es también de la parte agraviada y la locura es su cruel enemiga”[19].

Aceptadas las disculpas por Laertes, y advirtiendo el rey que por cada punto de Hamlet bebería vino por su vigor, echaría una valiosa perla en la copa y sonarían timbales, trompetas y cañones, empieza la lucha ‘fraternal’ entre Hamlet y Laertes.

En un principio se adelanta Hamlet con dos puntos, pero paga su esfuerzo inicial quedando “sudoroso y sin aliento”. El rey le ofrece vino; él lo rechaza. La reina Gertrudis acude a secar la frente de su hijo, y en gesto solemne bebe por la suerte de Hamlet, con tan mala fortuna que toma del vino ponzoñoso, aquél que perversamente preparó el rey para dar muerte a su sobrino[20]. Éste resulta herido por la cruel espada de Laertes; hay un forcejeo entreambos, en el cual casualmente se combinan sendas espadas; entonces Hamlet reacciona y hiere de gravedad a Laertes. El rey pide que los separen. La reina agoniza, y cae gritando que ha sido envenenada: muere. Laertes mientras expira da cuenta a Hamlet del potente veneno de su espada, de la pronta muerte de ambos como consecuencia, de la culpabilidad del rey Claudio, y muere rogando reconciliación a Hamlet. Éste de inmediato hiere al rey, que muere fulminado. El pánico se extiende entre los cortesanos. Hamlet moribundo pide a Horacio que narre todo lo acontecido: “relata mi historia y mi causa a cuantos las ignoran”; sin embargo, Horacio hace ademán de beber el vino ponzoñoso a fin de participar del éxtasis necrótico: “más que danés, soy antiguo romano. Aún queda bebida”, sentencia estoicamente; pero Hamlet, con vehemencia, le conmina a cumplir su última voluntad: “si por mí sentiste algún cariño, abstente de la dicha por un tiempo y vive con dolor en el cruel mundo para contar mi historia”. Exhala un hondo suspiro y muere.

Al tiempo entran Fortinbrás, retornando victorioso de Polonia, y los embajadores de Inglaterra, con la notica de la muerte de Rosencrantz y Guildenstern, tal y como se les rogó a través de la misiva real. Éstos y aquél quedan horrorizados ante la tremenda escena, mientras Horacio reclama poder explicar todo lo sucedido con el tiempo y la calma necesarias. Por su parte, Fortinbrás se ve con el derecho, la fuerza y el apoyo como para reivindicar el trono de la corte danesa[21], y al tiempo que lo hace saber, dispone los honores militares propios de un rey para honrar la muerte de Hamlet, el príncipe de Dinamarca.

Ahí queda eso, leyentes que hacéis uso de infinita reflexión. Juzgue cada cual a quién va dirigido el título ‘Hamlet’, si al protagonista del cuento o a vuesa merced, lector que tanto aguarda.


[1] Es curioso que Claudio no abogara porque Hamlet fuera a Wittenberg. Si bien Gertrudis encontraría a faltar a su hijito de 30 años, tanto Claudio como Hamlet hubiesen podido calmar sus exaltados ánimos: aquel por la mala consciencia de haber cometido un crimen, y éste por la indignación que le suponía la nueva situación en la corte.

[2] Polonio fundamenta su recelo con respecto a Hamlet porque no cree sinceros los galanteos a Ofelia. Sin embargo, más adelante se empecinará en creer que los dichosos requiebros eran completamente ciertos, hasta el punto de asegurar que la demencia de Hamlet es producto del apasionado amor que siente por Ofelia.

[3] Adviértase que la leyenda de Hamlet se remonta a las sagas nórdicas medievales, en las que al personaje se le llama AmloDi o Amleth, nombres que significan algo parecido a ‘tonto’, ‘necio’ o ‘corto de miras’. A decir verdad, ‘locura’ y ‘necedad’ apenas designan cosa distinta, y tal vez con el propio título el autor revelara buena parte de los excesivos enigmas que infestan la obra.

[4] Que Hamlet enunciase sentencias ambiguas, o que se comportara como un necio, de hecho, no seria motivo de sorpresa para nadie que conociese su estupidez.

[5] Esta sentencia es típicamente mesiánica, habida cuenta combina egocentrismo y martirio universal.

[6] Que no parecen tanto dos personas como un solo individuo con doble personalidad. Sin duda, la impresión de que son una misma persona es debido a la impericia de Shakespeare, toda vez que algunos eminentes doctores lo explicarán como otro enigma insoluble que incita a la honda reflexión del lector. ¡Ni que lo digan! ¡Y tan honda! ¡Honda y oscura como la sima de un despeñadero!

[7] Seguramente no sólo para Hamlet, sino también para Shakespeare, el lugar de una mujer es un convento, ya sea un monasterio o una habitación. Sea como fuere, la misoginia de Hamlet resulta intrascendente para el desarrollo de la obra, y parece más un desquite del autor que un recurso estilístico. Lo mismo sucede cuando Hamlet echa pestes de los actores histriónicos, o cuando menosprecia al joven Osric simplemente por ser rústico y querer amanerarse; allí como aquí quien censura no es el personaje, sino el autor a través del personaje. Si Shakespeare odiaba la sobreactuación por no ser verosímil, debía odiar su propio estilo por ser inverosímil cuando ‘sobrecomponía’.

[8] No resulta tan evidente, por cuanto la reacción de Claudio sería completamente normal aun en caso de ser inocente. En efecto, en caso de ser inocente, Claudio podría sentirse acusado veladamente por Hamlet, como de hecho ocurrió, y eso justificaría la conducta airada del rey.

[9] Es de suponer que tras el juramento del Acto I Hamlet explica la revelación a Horacio y a Marcelo.

[10] Si Hamlet perdiera bondad, aun conservar sentimientos, éstos no podrían ser buenos, sino que todos sus sentimientos carecerían de bondad. Entonces, como aquí Hamlet se refiere a conservar algún que otro buen sentimiento, la altílocua sentencia en realidad es sólo una patochada de canta y espanta.

[11] Con ese nombre se sugiere el sintagma nominal francófono la mort (la muerte).

[12] Menuda voluntad la sujeta a demencia, y menudo querer el de los chiflados.

[13] Véase nota 59.

[14] Se supone que los piratas liberan a Hamlet en un barco que dirigíase hacia Dinamarca, de ahí que un marino haga de intermediario entre el príncipe y Horacio. De todas formas, el suceso resulta bastante inverosímil.

[15] A decir verdad, el joven Osric parece la antítesis del fantasma. Como éste, se presenta cual espectro revelador, y como éste su mensaje incita a Hamlet hacia la venganza; ahora bien: en este caso el fantasma Osric lleva a Hamlet hacia la venganza de Laertes, y tan sólo acudiendo a ésta acaecerá la de Hamlet.

[16] Lo cierto es que el autor estava obligado a presentar semejante conducta en Hamlet, puesto que resulta completamente increíble que, dada la situación en la corte danesa, se promoviera un duelo ‘pacífico’ precisamente entre Laertes y Hamlet, justo cuando acaban de ultrajarse. No obstante, el príncipe da muestras de su cortedad de miras y de su pusilanimidad, puesto que acepta el reto neciamente, a sabiendas de que encontrará la desgracia.

[17] El rey mal podía engañar a la reina haciéndola creer que el duelo era una simple apuesta. La propia reina debía pensar que todo era una pantomima para dar muerte a Hamlet, y ello hace que el comportamiento de la reina sea inverosímil, a no ser que deseara de veras la muerte de su hijo.

[18] He aquí una prueba más de la pusilanimidad y bajeza del príncipe Hamlet. Tras haberse comportado neciamente, rehúsa hacerse responsable de sus actos y los achaca a la ‘locura’.

[19] Hamlet se refiere a la locura ‘verdadera’ que padecía: la necedad; la misma necedad que lleva en su nombre. De hecho, esta disculpa ante Laertes parece hacerla extensiva a todos los presentes ―acaso se disculpe ante el propio lector―, y parece aceptar de algún modo su tremenda cortedad, después de lo cual ya sólo le falta dirigirse a la muerte: la misma que de algún modo anhelaba para poner fin a su angustiosa existencia.

[20] Acaso la reina sospechara que la copa contenía el veneno, y en realidad buscara su propia muerte, tanto para salvarse como para azuzar el deseo de venganza de Hamlet. En realidad todos parecen perseguir la muerte, a tenor de la decadencia de los personajes, y la muerte de Ofelia parecería ser el velado anuncio de semejantes intenciones.

[21] Al fin y a la postre, la Providencia dispuso que la venganza más limpia, honrosa y provechosa cayera en favor de Fortinbrás, huérfano de su padre Fortinbrás, rey de Noruega.

FUENTE: 
Epítomes, Marco Pagano (Editorial Caduceo 2009).

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