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Historia y Cultura

INQUISICIÓN A LA BIBLIA: JUECES – RUT

JUECES

De la inestabilidad de Israel y sus caudillos

1,19 Aparición de carros de hierro en uso de pueblos cananeos, lo cual alude a la herrería, como también se alude en 4,3 y 4,13.

1,24-25 Aparece en el texto otro pacto acordado con un habitante consagrado al exterminio por el mandato que Yahvé explicitó en Dt.7,2 “no harás pactos con ellas (con las naciones cananeas), ni les harás gracias” y en Dt.20,16 “no dejarás con vida a nada de cuanto respira”. El delito es muy similar al ocurrido en Jos.2,12-14 y Jos.2,17-20, donde se pacta con una hetaira eximiéndola del anatema a ella y a toda su parentela[1].

Por ende, ver 3,5-6 donde se confirma la prevaricación y se le añade otra, que de hecho afecta a la orden impuesta por Yahvé en Dt.7,3. Según parece, el patrocinio del dios de Israel era solamente de carácter militar, pues pudiéndolo hacer, no inhaló piedad a los israelitas para con sus leyes.

1,27-33 Más contravenciones al explícito mandato de Yahvé, prescrito con toda gravedad en Dt.20,16 ó Dt.7,2 y ya citado en la enmienda precedente.

En efecto, Yahvé, cual diligente Ares, socorre a Israel sólo durante campañas bélicas.

2,1-3 Hágase notar que tanto aquí como en 2,11-22 lo que Yahvé censura es la profanación del primer mandamiento, que obliga a tener fe en su dios, y no que hayan evitado el anatema total[2], por tanto, las dos enmiendas anteriores conservan su validez.

El ángel aparecido en nada se diferencia del insulso Yahvé. A pesar de que el autor lo utiliza como gala retórica ―al modo de los maestros politeístas―, lo cierto es que se queda en un burdo intento de enriquecer tanto el relato como el culto incipiente, tal vez, quién sabe, porque demasiado temor reseca el ingenio.

2,20 Se atribuye cólera al dios. Grave impiedad, aunque una de las innúmeras leíbles en las Escrituras y silenciadas por el tiempo[3].

4,9 La prolación de Débora a Barac “a mano de una mujer entregará Yahvé a Sísara” se contrapone flagrantemente con la que profiere cinco versículos más abajo “hoy es el día en que Yahvé entrega a Sísara en tus manos”. En realidad, es manifiesto el problema de discernir hasta qué punto los instrumentos del dios son responsables de sus logros, así como hasta dónde llega la influencia de Yahvé.

5,1 ‘Débora’, no confundir con la nodriza de Rebeca (Gén.35,8).

5,19 En el canto se loa de esta manera “no tomaron plata por botín” el acatamiento de la ley promulgada por Yahvé en Dt.7,25-26[4].

5,20 Se alude a las estrellas orbitantes en estilo claramente panegírico: “Desde los cielos combatieron las estrellas; desde sus órbitas combatieron las estrellas contra Sísara”.

Recuérdese el primer mandamiento y el concepto de abominación que los bíblicos han sostenido siempre respecto a los dioses paganos, ya sean representados por planetas, el sol, la luna, las estrellas, los mares y respecto a toda veneración emparentada con la naturaleza. De hecho, según dicen a nada es adecuado prestar adoración salvo al dios de Israel[5].

5,24-27 En el escolio a 4,21 anotado por Bover S.I.–Cantera (1947), se hace notar que “la Escritura no alaba” la acción traidora de Jael a Sísara; sin embargo, en estos tres versículos la alabanza y bendición a Jael por la consumación del magnicidio es incontestable.

El hagiógrafo, sirviéndose del cántico de Débora, en definitiva loa la vileza.

6,10 Más posesivos vinculados al dios y más presunción de la existencia de otros dioses, competidores todos por recibir la adoración de Israel. A lo largo y ancho de los Textos, la visión de los hagiógrafos parece estar impregnada de un vago politeísmo, el cual expresado libremente armoniza la unidad y la multiplicidad; sin embargo, los autores de los Textos lo reprimen con el fin de forjar un culto uniforme y sin matiz, rechazando la rica y enriquecedora unidad llamada ‘multiplicidad’. ¡Ambrosía de los verdaderos creyentes en la unidad! ¡Criadero de dichas sin fin! ¡Abanico de gozos sempiternos!

6,11 El ángel de Yahvé aparece como un inane intento de diversificar la jerarquía divina, no obstante, resulta un ser sin carácter ni identidad: vacío, insulso, fútil y sin matiz alguno que lo distinga del propio Yahvé, como lo prueba el hecho de que muchos bíblicos de recalcitrante jaez, en efecto, sostienen que el ángel es el mismo Yahvé transfigurado. En definitiva, sólo decir que podría prescindirse de su figura sin menoscabo del argumento[6].

6,29-30 Se halla al responsable con suma facilidad, ahora bien, el texto no infiere cómo se llega a tal deducción.

6,22 Si ciertamente Gedeón hubiere visto la cara de Yahvé, en efecto, hubiese muerto ipso facto, según proclamó el propio dios en Éx.33,20[7].

6,17-22 y 6,36-40 Es llamativo como a cada generación Yahvé condesciende más dudas con relación a su soberanía y poder. En efecto, de la severidad mostrada frente a Moisés y Aarón por lo sucedido en las aguas Meribá (Núm.20,1-13), a la permisibilidad para con Gedeón, existe gran desemejanza de trato, toda vez que en Dt.10,17 se dice[8] que el dios “no hace acepción de personas”.

La interpretación del inquisidor es que al hagiógrafo, ya sea por la proximidad histórica del relato, ya por el abuso que se hizo en los libros precedentes, capítulo a capítulo se le agotaban los recursos líricos para presentar prodigios de su dios. Por lo tanto, aprovechó la falta de fe de Gedeón para que el dios, dispuesto a convencer al caudillo de su pueblo, tuviera la oportunidad de mostrar nuevamente su poderío mágico, por su parte, el hagiógrafo encontró así la oportunidad de contribuir al ensalzamiento de Yahvé y la teocracia.

8,14 Otra vana utilización del siete[9].

8,30 Gedeón tuvo setenta hijos más Abimélec, es decir, un total de setenta y un vástagos, y no setenta como sentencia la Escritura en el presente versículo. La prueba definitiva es que Abimélec, siendo hijo de Gedeón, asesina a sesenta y nueve hermanos suyos, o sea, todos a excepción de Yotam, que salvó la vida escondiéndose (9,5).

De hecho, se incurre en el mismo error de rigor numérico en 9,18/ 9,24 y 9,56.

9,24 El varonicidio no fue de setenta, sino de sesenta y nueve hijos de Gedeón. Recuérdese que un hijo de Gedeón, sin contar Abimélec, salvó la vida escondiéndose (9,5).

10,7 Se le atribuye ira a Yahvé, dios de los muy primitivos israelitas, que por cierto es un defecto inaplicable al auténtico dios sin caer en grave blasfemia.

10,13 ¿Cómo se puede servir a quien no existe?, pues según los bíblicos existe un solo dios.

No obstante, ¿no será que todo quien sirve al bien y a las virtudes, de hecho sirve al auténtico dios? Asimismo, ¿acaso todo aquel que habla con razón, no habla en nombre del dios? Y por ende, ¿no será que todo quien presuma de hablar en nombre del dios ―atribuyéndole nombres, dictando leyes circunstanciales como si fueran divinas― es en realidad un apóstata? Por ello, la presente obra, con todas sus enmiendas, facilita el descubrimiento de tales blasfemias e injurias a la razón del auténtico dios.

10,13 bis La sentencia de Yahvé “no os libraré ya más” sólo es vana palabrería. Compruébese, verbigracia, en el muy propincuo 11,32 ó en 1Sam.7,10-11 como de hecho Yahvé socorre a los israelitas.

11,9 Proclama Jefté, en solemne juramento delante de los ancianos de Galaad que “en el caso de que Yahvé me los entregue (los hijos de Ammón), seré vuestro jefe”. Sin embargo, en 11,11 Jefté consigue la magistratura antes de la batalla; en efecto, “los ancianos de Galaad le hicieron su jefe y caudillo”.

11,21 “Yahvé, dios de Israel”. Los israelitas, en su contumaz egocentrismo teonacionalista, se arrogan el conocimiento de la voluntad del creador del universo[10]. ¡Culmen de irreverencias y dolos! ¡Cuna de odios y reyertas! ¡Repelencia sin par! ¡Nauseabundo desprecio a numerosos y dignísimos cultos!

11,24 El hagiógrafo, instrumento del dios, escribe con normalidad sobre la existencia de otros dioses. De hecho, según los escritos del hagiógrafo Yahvé es un dios más, toda vez que el más poderoso.

11,39 Jefté, en nombre de Yahvé, sacrifica en holocausto a su virginal hija. Ahora bien, en esta ocasión, el dios de Israel no reacciona como hiciera con Abraham y su hijo Isaac (Gén.22,1-19), por lo que la acción de Jefté parece ser un ultraje al sexto mandamiento.

La nota de Bover S.I.–Cantera (1947), de la cual se infiere que Jefté pudo haber sacrificado a su hija al servicio del santuario, en efecto, queda anulada al leer el voto que Jefté neciamente hizo a Yahvé en 11,30-31. No obstante, la ley mosaica obligaba al que hiciere voto a cumplirlo de modo irremediable (Núm.30,2-3), por lo cual, según la ley instituida por Yahvé mediante el profeta Moisés, Jefté actuó con toda piedad.

12,6 Hermosa forma de tratar al extranjero, aun los preceptos dictados por Yahvé a todo Israel[11].

13,1 y ss. La edición Nácar-Colunga (2003), en su escolio correspondiente a la presente enmienda, otorga al pasaje otra fuente de inspiración distinta a la del propio dios. Según los santos padres y la ingente caterva de bíblicos, empero, esto no sería posible habida cuenta dicen es el dios el único autor y directo inspirador de todos los textos bíblicos.

13,22 Aquí Manué y su mujer aseguran haber visto al dios, sin embargo, en Éx.33,20 dice Yahvé que no se le puede ver y continuar viviendo.

14,13 La treintena de mozos que acompañan a Sansón durante el convite parecen ser de lo más desaprensivos, pues el enigma que Sansón les propone de forma amistosa y con todo respeto (14,12-13) no conlleva una obligatoria aceptación del mismo el cual, por cierto, cabe señalar que no aparece en el texto.

Dichos mozos, con tal de no perder treinta camisas y treinta túnicas, están dispuestos a quemar a la mujer de Sansón y la casa de su padre, brutalidad que de hecho consuman en 15,6.

14,19 Sansón asesina a treinta hombres con el simple fin de despojarles de sus camisas y de sus túnicas. Así decidió saldar la deuda que contrajo al perder la muy absurda apuesta.

El sexto mandamiento se vulnera también aquí, aun siendo Sansón nazareo (13,5), bendecido por Yahvé desde su nacimiento (13,24) y portador de su espíritu (13,25). Por lo tanto, se deduce que todos estos atributos le permiten incumplir a su antojo el sexto mandamiento.

15,12-13 Estúpida candidez del rudo Sansón, y no ya por creer que sus hermanos de Judá evitarían matarle, sino por pensar que una vez atado y entregado a los filisteos bramadores, en efecto, su vida no correría más peligro que si los hubiera esperado en posición de combate, sin necesidad de ser amarrado.

Según el inquisidor, ésta es una situación forzada por el hagiógrafo con el fin de relatar una presunta proeza de Sansón, el necio y fauno melenudo.

16,6-14 Resulta inverosímil que el bendito pero brutal Sansón no hubiere despedazado a Dalila, su libidinosa concubina, en el primer intento de asesinarle, pero igualmente increíble es que Dalila, émula de sus ancestras minoicas, creyera los dolos de Sansón, el cual escondía su punto débil para no ser vencido.

En efecto, a los Sansones cabría recordarles que “los coitos extraviadores a ingente infortunio precipitan” (Píndaro Pítica II 35).

16,15-19 Más increíbles que los versículos anteriores son éstos ―¡zenit de la literatura universal!―, en los cuales Sansón, aun eludir tres intentos de asesinato claramente inducidos por la muy lasciva Dalila, le descubre al fin a ésta cómo pueder ser vencido.

De hecho, Sansón debía anhelar su ruina, y al final la consiguió. ¡Inaudito ultraje al entendimiento! ¡Insostenibles fábulas puestas en boca del dios! ¡Blasfema suma!

16,20 “Yahvé se había apartado de él”[12], reza el versículo, que se opone flagrantemente a “el niño será nazareo de Dios desde el vientre de su madre hasta el día de su muerte” (13,7). En el versículo de la presente enmienda Sansón todavía no ha muerto, y aunque mantuviera el título nominal de nazareo, no sería “nazareo de Dios”, puesto que éste “se había apartado de él”.

16,22 Es inconcebible que los filisteos, aun conociendo ya que la fuerza de Sansón le provenía de su cabello, no hubieren dado cuenta de tan importante circunstancia a quienes le custodiaban.

El inquisidor entiende el sentido figurado del relato (Núm.6,1-21), es decir, que las melenas de Sansón simbolizan su piedad al dios y el trato con la lujuriosa Dalila su irreverencia, no obstante, también es testigo de cómo los tragasantos prestidigitan a su conveniencia entre el sentido literal y el figurado[13].

17,2-3 La madre bendice a su hijo sin reprenderle por el latrocinio que de él sufrió. ¡Oh, calamidad!

17,3-4 Estos dos versículos escenifican cómo el levita Miká desobedece el segundo mandamiento (Éx.34,17/ Lev.19,4/ Lev.26,1 y Dt.5,8-9) quedando exime de toda penalización yahveica. No obstante, así ocurre hasta la actualidad con la ingente imagenería bíblica[14].

18,1 No es correcto: la tribu de Dan gozaba en el pasado de vastos territorios, detallados explícitamente en Jos.19,40-48.

18,27-29 Repudiable anatema perpetrado por la tribu israelita de Dan contra un pueblo pacífico. A decir verdad, en Éx.22,20/ Éx.23,9/ Lev.19,33-34/ Dt.10,19 y Dt.24,22 Yahvé lo prohíbe, sin embargo, en esta ocasión no pune la conducta.

19,1 Parecería impiedad según Lev.21,13-14.

19,22-23 La escena de los perversos hombres de la ciudad de Guibá, de la tribu de Benjamín, es evocadora del acontecimiento protagonizado por sodomitas y relatado en Gén.19,5; en particular por la locución de torpe sentido “para que le conozcamos”, que se refiere al nefando pecado contranatura que recibió nombre de la ciudad de Sodoma, esto es, la penetración anal. Por lo tanto, y en honor a la ecuanimidad, el inquisidor sugiere que se acepten como sinónimos al mencionado pecado los términos ‘guibaíta’ respecto a ‘sodomita’, ‘guibaizar’ a ‘sodomizar’ y ‘guibacía’ relativo a ‘sodomía’.

La ciudad de Guibá, no obstante, no sufre el mismo anatema que padecieron Sodoma y Gomorra (Gén.19,23-28); hecho cuanto menos llamativo, si se considera que los depravados guibaítas sí abusaron de la concubina del levita (19,24-27), con el agravante de hacerlo en tierra santa, presuntamente consagrada al culto de Yahvé. ¡Qué decir entonces!, sino que las severas leyes ordenadas por Yahvé, bajo amenaza de exterminio para cualquiera que las desobedeciere, al fin y a la postre, se diluyen como un azucarillo a medida que el texto avanza.

19,28-29 Abyecto trato del levita hacia su concubina, ya que después de entregarla a los guibaítas para él salvarse y tras éstos vejarla durante toda la noche hasta darle muerte, viene a ser a sus ojos un mero amasijo de carne.

Por supuesto, ningún beatuco exegeta verá la imagen del sufrimiento del mesías redentor en la figura de la sacrificada concubina.

20,37y48 y 21,10 La ley del anatema (Dt.20,16-18) no armoniza con la del respeto a viudas y huérfanos, proferida en Éx.22,21 y Dt.24,17-18.

21,1y7 En ningún lugar se menciona tal juramento[15].

21,25 Parece ser que Israel depende de un rey para no caer en el libertinaje, hecho que hace inexplicable las reservas frente a la monarquía expresadas, con mucha preocupación[16], por Samuel y hasta por el propio Yahvé (1Sam.8,6-8), aun cuando la misma ley mosaica ya prevenía a cerca de la venida del gobierno monárquico (Dt.17,14-20).


RUT

De los orígenes dinásticos de David, rey de Israel

4,13 Es cierto que la ley del levirato prescribe tales procedimientos (Dt.25,5-10), ahora bien, se contradicen con el precepto ordenado explícitamente a los levitas, según el cual se les prohíbe contraer matrimonio con mujeres otrora desposadas (Lev.21,7), y en particular, “no viuda (…), ni desflorada” (Lev.21,14). En efecto, se dice que todo levita “tomará una virgen de las de su pueblo”[17].

Con todo, Booz y Rut cometen un delito que, sin embargo, es silenciado merced los tragasantos de toga y soga.

4,17 Al retoño de Rut se le nomina Obed, incumpliendo una vez más la ley del levirato, la cual postula que “el primogénito que de ella tenga llevará el nombre del hermano muerto, para que su nombre no desaparezca de Israel” (Dt.25,5-6), con lo cual el neonato, futuro abuelo del rey David, debería llamarse Mahlón, tal y como se llamaba el anterior esposo de Rut.


[1]     Véase Núm.3,52y55-56.

[2]     Véase 3,7 donde se insiste en ello.

[3]     Ver también 3,8.

[4]     Véase enmienda correlativa a Jos.22,8.

[5]     Ver Dt.4,19.

[6]     Ver enmienda a 2,1-3.

[7]     Algo similar deberían creer al respecto los paganos, de hecho, Telémaco vio a su padre Odiseo después de largo tiempo, “y creyéndole un dios, apartó su mirada a otro lado” (Odisea XVI 179).

[8]     También se advierte lo mismo en Eclo.35,15 y 36,11. Por ende, en Prov.24,23 se dice que no es correcto en absoluto hacer acepción.

[9]     Asimismo, véase 8,30.

[10]    Véase 11,23.

[11]    Véase Éx.22,20/ Éx.23,9/ Dt.10,19/ Dt.24,22 y sobretodo Lev.19,33-34.

[12]    Sin embargo, Yahvé no se apartó de él cuando asesinó a los treinta hombres para quitarles la ropa.

[13]    Asimismo, a las alegorías también se les puede exigir cierta coherencia.

[14]    Véase 18,30.

[15]    Véase 20,2-10.

[16]    En efecto, la instauración de la monarquía merma el gobierno teocrático.

[17]    Véase Ez.44,22.

Fuente: Inquisición a la Biblia, Marco Pagano (Editorial Caduceo 2006) https://creatumejortu.com/tag/inquisicion-a-la-biblia

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