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LA ILÍADA DE HOMERO – EPÍTOME

Como primera providencia, sépase que la Ilíada, así como la Odisea y el resto de la epopeya helénica, está compuesta valiéndose del hexámetro dactílico: verso de seis sucesiones de una sílaba larga y dos breves (dáctilo) o dos sílabas largas (espondeo), en tanto que la última sílaba del verso puede o no quedar vacía.

A continuación, se presenta un resumen escrito en prosa, obra de Marco Pagano a partir de la traducción de Emilio Crespo Güemes para la Biblioteca Clásica Gredos en el año 1991.

Canto I La Cólera de Aquiles

Invocación a la dea por parte del aedo. Inicio del relato. (día 1) Súplica del sacerdote maldiciente Crises por su hija Criseida, que fue raptada durante el saqueo de la ciudad Teba, y dirigida hacia Agamenón, quien la recibiera como botín. Agamenón rechaza la súplica y amenaza al sacerdote Crises. Éste invoca el auxilio de Apolo, que habiéndole escuchado dispara la peste entre las huestes aqueas. Aquiles convoca la asamblea e insta al agorero Calcante a revelar el método para librarse de la peste. El Testórida Calcante aconseja retornar Criseida a su padre y sacrificar una hecatombe en Crisa. Agamenón accede y envía a Odiseo para tal propósito, sin embargo, al perder su botín Agamenón sustrae el de Aquiles: la doncella Briseida, lo cual motiva la indignación del héroe y su fulminante negativa a participar en lo sucesivo de la batalla contra los troyanos. Su madre, la nereida Tetis, acude a consolar a Aquiles, y a instancias suyas pide a Zeus que infunda vigor a los troyanos para que, a punto de ser sometidos los dánaos sientan añoranza del Pelida Aquileo. Zeus asiente y asegura cumplirá la súplica de Tetis, que pretende la gloria para su hijo, de hado temprano. Hera lo intuye y se molesta con Zeus, que la amenaza. Hefesto pone paz entre los dioses, que tras celebrar un banquete en el que éste hace de escanciador de ocasión, se dejan abrazar por el sueño.

La indignación de Aquiles ante el robo de Briseida, su chica favorita: Agamenón debía resarcirse tras la pérdida de su favorita, Criseida, y escogió la mejor prez posible como ostentación por ser rey de Micenas

Canto II La Estratagema de Agamenón

Instado por el plan de Zeus, Ensueño acude a Agamenón con apariencia onírica de Néstor, y le revela que batallando someterá Troya durante el día que estaba por amanecer (día 2). Agamenón, al despertar, convoca la asamblea y de acuerdo con los ancianos pretende ejecutar su plan: hacer creer a las huestes que han de huir ya cada uno a su patria, tras nueve años, dejando el objetivo sin cumplir, y mientras las huestes emprendan su regreso, esperar que las voces de los reyes aqueos infundan renovado coraje para atacar definitivamente Ilión. En efecto, cuando ya preparaban las naves para disponerse al retorno, Atenea a instancias de Hera exhorta a Odiseo a convencer a la hueste de persistir en la batalla, y éste entonces con grandes gritos convoca una nueva asamblea. En ella, el patizambo Tersites, antecedente de los posteriormente llamados ‘sofistas’, recrimina con vana palabrería a Agamenón el que haya decidido huir, pero Ulises amenazándolo y golpeándolo con el áureo cetro lo hace callar. Ulises, pues, alzando su voz en la asamblea, exhorta a combatir evocando el buen auspicio de Zeus, manifestado en la sierpe que devoró 8 polluelos además de a su madre, tras lo cual se convirtió en piedra inmortal, y Néstor hace lo propio recordando el poderoso trueno que estalló a la diestra de las naves aqueas, cuando singlaban hacia la bien amurallada Ilión. Agamenón, al fin, hubiéndose cumplido su plan, exhorta con fervor a luchar ardorosamente, y la asamblea toda prorrumpe en sonoros alaridos, retumbantes como el oleaje del encrespado ponto. Así pues, hubiendo banqueteado a discreción, Atenea recorre las filas dánaas infundiendo profundo vigor guerrero, y los argivos de espesa cabellera ansiaban ya el tañer del bronce fúlgido: el aedo relata el ‘Catálogo de las Naves’, tras invocar el auxilio de Mnemósine y las Musas. A su vez, Iris, instada por Zeus, anuncia a los troyanos, que en la asamblea se hayaban, la inminencia de la batalla atroz, y éstos, comandados por Héctor, se disponen prestos a guerrear.

Canto III Menelao contra Paris

Apostados para la batalla troyanos y aqueos, Alejandro se adelanta retando a los argivos a singular combate; no obstante, tal y como Menelao acepta el envite, Alejandro se arredra y retrocede escondiéndose entre el tumulto del ejército. Su hermano Héctor le reprende con dureza, y Alejandro reacciona aceptando el duelo, con sus condiciones y juramentos preceptivos, poniéndo en liza a la argiva Helena, causa de los males para ambos. Ésta es requerida por Iris, transformada en una de sus cuñadas, para que contemple el duelo desde las puertas Esceas, y yendo ella al lado de Príamo los ancianos de Ilión ponderan la excelsa belleza de la mujer, igual a una dea, hasta el punto que encuentran justificada la tremenda guerra, desatada por poseer su torneado cuerpo, sus delicados miembros y su luminosa faz al sol parigual, si bien desean que regrese pronto a las naves aqueas. A petición de Príamo pues, Helena le identifica desde lo alto de la ciudadela al Atrida Agamenón y a Ulises Laertíada ―momento en el cual Anténor evoca la embajada de Menelao y Ulises reclamando a Helena―, también al monstruoso Ayante y a Idomeneo rey de los cretenses, mas se extraña de no vislumbrar a sus hermanos, los lacedemonios Cástor y Polideuces. Al punto llega un mensajero y transmite a Príamo que se ha acordado sea él garante y valedor de los juramentos. En efecto, tras Agamenón pronunciar juramento y condiciones en presencia de Príamo, éste regresa a Pérgamo, la ciudadela ilíada y empieza el combate singular entre Menelao y Paris. La suerte de las piedrecillas designó que la pica la disparase primero Paris, pero ésta impacta en el broquel doblándose la punta de la moharra. De seguido dispara Menelao, y, atravesando el escudo, por poco no alcanza el cuerpo de Alejandro; pero el Atrida se le acerca y le golpea con la espada en el crestón del casco, y la espada se parte. Menelao le coge del yelmo y arrastra al priámida hasta que la correa, que casi le estrangula, se parte merced al auxilio de Afrodita. La diosa, porque Paris no feneciera, lo transporta de repente hasta el tálamo, y cual anciana aya laconia fiel a Helena, insta a ésta a acudir allí también. Helena, reconociendo a la diosa, se niega lamentando su dicha, pero Afrodita amenaza con cambiar su fortuna y hacerle objeto del terrible rencor de dánaos y troyanos, ante lo cual Helena accede, y amedrentada se reúne con Alejandro para tomar las mieles del amor. Por otro lado, ni Menelao ni ningún otro aqueo ni troyano podía dar cuenta de Alejandro, si bien odioso a todos se había hecho ya, así que Agamenón proclamó vencedores a los dánaos y exigió las preceptivas satisfacciones.

Menelao arrastrando a Paris del yelmo

Canto IV La Transgresión de Pándaro

Hera, con el beneplácito de Zeus, logra que éste ordene a Atenea provocar de nuevo la cruel batalla, de modo que la ojizarca diosa, con forma y figura de Laódoco Antenórida, persuade a Pándaro, hijo de Licaón, a disparar con su retráctil arco contra Menelao, aun transgredir los sacros juramentos. Así pues, Pándaro dispara una saeta, que si no fue mortífera para Menelao y sólo le atravesó el cinto, el ceñidor, la coraza y la ventrera, provocándole una herida superficial, en efecto, fue porque Atena desvió el disparo lo suficiente. Entonces, mientras Macaón el de Asclepio sanaba la herida, Agamenón dispone la hueste aquea para afrontar la lucha feroz pasando revista de tropas, e inmediatamente entrechocaron los broqueles y las lanzas, y los panhelenos hacían sucumbir a los troyanos, que retrocedían al ímpetu de aquéllos.

Pándaro hiere a Menelao

Canto V Aristía de Diomedes

En plena batalla, el Tidida Diomedes recibe un incombustible vigor de Atenea, gracias al cual deja exhánimes a muchos troyanos, batiéndose impertérrito entre las compactas filas enemigas. Sin embargo, Pándaro dispara un dardo veloz que hiere al héroe aqueo en el hombro derecho, y éste si bien por un lado pide al escudero Esténelo que le extraiga la flecha, por otro suplica auxilio a Palas, que acude para infundirle ligereza en sus miembros y la capacidad de distinguir tanto a hombres como a dioses; aun con todo, Atena prohíbe a Diomedes atacar a un dios, salvo a la ciprigenia Afrodita. Así pues, el Tidida reemprende la batalla haciendo perecer a los troyandos, y viéndolo Eneas acude a Pándaro para enfrentarse de consuno a Diomedes, llevados por los caballos de Tros. Salta del carro a la lid Pándaro, que muere con la boca atravesada por la lanza del Tidida; salta de inmediato Eneas, pero Menelao disparando una enorme roca le aplasta el lado de una cadera. Acude en su ayuda su madre, Afrodita, pero Diomedes hiere su delicada mano con la luenga pica. La diosa, dolorida, deja el cuerpo de su hijo Eneas y al instante acude Apolo y envuelve al príncipe en una negra nube, ocultándolo de los dánaos, mientras Iris socorre a la Cípride que tras pedir los caballos de su hermano Ares, se refugia en el Olimpo, postrándose sobre las rodillas de su madre Dione. Por su parte, Menelao intenta acabar con Eneas pese a estar protegido por Apolo, el cual le recrimina la afrenta a un dios como es él. Retrocede pues el Tidida ante el furor de Apolo y éste se lleva a Eneas a la bien construida Pérgamo, ciudadela de Ilión, no sin antes pedir a Enialio que excite el ánimo de los troyanos. En efecto, Ares convertido en el tracio Acamante exhalta el ánimo de la hueste asiática, y lo propio hace Sarpedón con Héctor, que baja a la lid desde su bien pulido carro. Al punto aparece también Eneas, repuesto ya por obra de Apolo, y la batalla se reemprende príncipes por príncipes, reyes por reyes. Diomedes comprueba que Ares lucha con los troyanos, y obliga a los argivos a retroceder lentamente y cara al enemigo. Al tiempo lanzan sus picas uno contra otro, el Heráclida Tlepólemo y el licio Sarpedón el de Zeus: Tlepólemo fallece, Sarpedón sale herido; mientras, Héctor y Ares mismo hacen retroceder a los aqueos de buenas grebas y a muchos de ellos destruyen. Hera y Atenea acuden en ayuda de los aqueos: aquélla transfigurada en Esténtor y ésta al lado de Diomedes, haciéndole de auriga con el morrión de Hades para atacar al tremebundo Ares, que abandona la lid ante la potente Palas y vuelve al Olimpo a ser curado por Peón; vuelven tambien Hera y Atenea tras haber contenido a Enialio.

Afrodita, herida por Diomedes, es asistida por Iris quien la traslada al Olimpo con los caballos de Ares

Canto VI El Trueque de Armas

Ahora los aqueos sobrepujan a los troyanos, que retroceden y de ellos muchos caen. Néstor oportunamente ordena no entretenerse despojando a los cadáveres, sino seguir avanzando en la contienda. Por otro lado, Héleno, el mejor agorero troyano, exhorta a Héctor a, tras vigorizar el ánimo de sus huestes, marchar dentro de la ciudad y avisar a su madre en tanto las matronas todas y todos los ancianos den ofrenda a Atenea, un manto prodigio de manos femeniles, y a las divinidades sacrifiquen por si de ellos se apiadaren. Héctor obedece pronto a su hermano, el agorero Héleno, y tras incitar a la lucha a los asiáticos, va raudo hacia el interior de las murallas. Mientras, en el campo de batalla coinciden Diomedes y Glauco, el hijo de Hipóloco el de Belerefontes, hijo de Glauco el de Sísifo, hijo de Eolo. Glauco, pues, el de Hipóloco, era hermano de Isandro y de Laodamía, la caída por obra de Ártemis y la que con Zeus tuvo a Sarpedón, si bien ésta y aquél eran hijos de Belerefontes, que viniendo de la argólide residió y procreó en Licia. Así pues, habiéndoselo Glauco referido a Menelao, descubre éste el lazo de hospitalidad entre él y Glauco, puesto que su abuelo Eneo, padre de Tideo, acogió a Belerefontes durante veinte días; como consecuencia, evitan la hostil lucha y en cambio trocan sus armas en honor de sus antepasados. Por otro lado, Héctor avisa a las matronas para la súplica, llama a su hermano Alejandro para la batalla y se despide de su hijo y de su esposa Andrómaca, a la cual vaticina servidumbre en casa extranjera. En efecto, Alejandro y Héctor se encuentran en las puertas Esceas y ambos se adentran en el fragor campal.

Canto VII El Levantamiento de los Cadáveres

Al reintegrarse Héctor y Alejandro a las filas troyanas, éstas recobran el vigor y sobrepujan a los aqueos, pero al ver que muchos ya perecen, Atena acude en su auxilio. Apolo ve a la dea desde la ciudadela de Pérgamo, y tras detenerla, acuerdan ambos incitar a que Héctor priámida reclame duelo singular, pues deseaban la batalla cesare por ser ya suficiente durante aquel día que giraba. El agorero Héleno intuye el deseo de los dioses y se lo comunica a Héctor, que accede de buen grado deteniendo los batallones troyanos, y, después que Agamenón hiciere lo propio con los panaqueos, les retó a un combate singular. Menelao se aprestó con las armas, pero su hermano Atrida le hizo desistir por ser Héctor mejor guerrero en la atroz lid. Entonces, lo echaron a suertes, y tocó al Ayante Telamónida batirse el cobre ante Héctor Priámida; no obstante, tras furibundos ataques con las picas y enormes peñas, y justo antes que se enfrentase con las relucientes espadas, un heraldo de cada bando los detuvo, puesto que había ya acaecido la noche, a la que también es preciso obedecer. Entonces, Ayante otorgó su cinto a Héctor y éste le obsequió a su vez con su espada, y así pusieron fin al duelo. Los aqueos fueron a sus naves, los troyanos a la ciudad bien amurallada: de entre aquéllos, después de sacrificio y festín, Néstor Nelida aconsejó recoger los cadáveres dánaos justo al amanecer, para incinerarlos en pira común y traer los huesos a la patria, y también aconsejó cavar mientras un foso y levantar una empalizada entre las naves y la llanura. De entre los troyanos, en cambio, levantóse Anténor en medio de la asamblea y aconsejó entregar a Helena a los panhelenos: Alejadro se niega, pero acepta entregar todos sus bienes materiales a cambio; entonces, Príamo Dardánida acepta la proposición de su hijo Alejandro y envía un heraldo con la orden de comunicar, a fuer de la propuesta de Paris, su deseo de interrumpir la lucha a fin de incinerar los cadáveres. El mensajero troyano Ideo hace, y de pie en el ágora, transmitida la propuesta de Alejandro y el piadoso deseo de Príamo, ha de oír de Diomedes el rechazo a la propuesta y la aceptación de piedades y exequias de parte de Agamenón. Ideo, pues, vuelve ante troyanos y dardanos y comunica. Unos y otros, pues, incineraron sus muertos, pero además, los aqueos cavaron un foso exterior y levantaron una muralla que protegiera las cóncavas naves.

Canto VIII Huída hacia las Naves

(día 3) Al alba y en el Olimpo, Zeus prohíbe a los dioses intervenir en lo sucesivo con grandes amenazas, y todos ellos muestran sumisión. En la llanura dardánida, troyanos y aqueos vuelven a la batalla, y Zeus en uno de los picos del Ida hace declinar la balanza a favor de los hijos de Príamo. De hecho, al mediodía los aqueos se retiran huyendo hacia las naves, y Néstor queda indefenso ante el avance de Héctor, pues un dardo de Alejandro acabó con uno de los corceles del Nelida y por tanto no podía huir. Diomedes lo nota y acude en ayuda del agerrido anciano con sus corceles, arrebatados a Eneas, y le hace subir a la caja del carro como auriga. El Tidida, esforzado sin par, cuando ve cerca a Héctor dispara su pica, que fulmina al auriga troyano; y hubiera sucumbido a manos de Diomedes, si Zeus no lo hubiere impedido soltando un luminoso y abrasador rayo, que ahuyentó a los caballos del Tros, ahora en poder del Tidida. Así pues, aconsejado también por Néstor, incluso Diomedes hubo de retirarse hacia las naves. Allí Héctor y su hueste acosaban a los dánaos, pero Agamenón excitó el valor de los aqueos y muchos valientes salieron a combatir de frente, entre los cuales descolló Teucro Telamónida con el arco. Sin embargo, impulsados por Zeus, los dardánidas consiguen encajonar a los aqueos alrededor de sus naves, y cuando éstos ya sólo suplicaban, cayó la noche, a la cual también es preciso obedecer. Los troyanos pues, se alejaron hacia un llano para celebrar asamblea, durante la cual Héctor decidió pernoctar allí mismo, al raso, a fin de atacar las naves justo al amanecer.

el Tidida Diomedes, con los caballos de Troos, antes de ser impactado por el rayo de Zeus

Canto IX La Embajada ante Aquiles

Por su parte, los aqueos se reunieron parigual en asamblea, y Agamenón proclamó que su intención era abandonar Troya para no percerer por completo; Diomedes le recrimina tal intención y aboga por quedarse y luchar, mientras que Néstor pide a Agamenón que reflexione y celebre una cena con él. Después de haber saciado el apetito, el perfecto Néstor Nelida implora a Agamenón que se retracte ante Aquiles para que éste deponga su ira, y el Atrida accede respondiendo que intentará convencerle de su arrepentimiento otorgándole magnificientes y valiosísimos dones, a fuer también de retornarle a Briseida. Para ello dispone una embajada formada por Fénix, Ayante, Ulises y dos heraldos, que de consuno se dirigen a la nave de los mirmídones y hubiéndose presentado hallan a Aquiles deleitándose el ánimo con la sonora fórminge, cantando gestas de antiguos héroes, mientras Patroclo aguardaba dejase de cantar. Al verlos, Aquiles dispensoles una suculenta cena de carne y vino, y aun las súplicas de Ulises, Fénix y Áyax, caros amigos del Pelida, y aun los inmensos dones de reparación prometidos por Agamenón, aun y con todo, Aquiles resolvió o bien volverse a Ftía, o bien quedarse en la nave hasta que llamas y troyanos le rodearan. Por ende, Fénix se queda en la nave de Aquiles, mientras que Ulises, Áyax y los dos heraldos de Agamenón se vuelven a informar al Atrida, pastor de huestes, que recibe la noticia estupefacto. A continuación, Diomedes le reprocha haber ofrecido tantísimas dádivas al orgulloso Pelida, lo cual según dice no hizo sino irritarle más aún, y al tiempo aconseja dejarse vencer por el sueño y confiar que Aquiles acudirá a la batalla cuando él, inspirado por un dios, tenga a bien acudir.

Canto X La Dolonía

Los reyes aqueos no concilian el sueño, y se reúnen pues en consejo a extramuros. Entonces, Diomedes se ofrece para ir a espiar el campamento dardánida, pero pide se le otorgue un compañero que le asista. Agamenón le indica que él mismo sera quien escoja, y el Tidida escoge para la empresa al ingenioso Ulises. Marchan pues a través de la llanura entre la nocturnal obscuridad. Por otro lado, Héctor también ha convocado consejo y desea enviar un espía al cual promete recompensas; a ello responde Dolón, que nada más salir del campamento troyano es columbrado por el Laertíada. Éste avisa a Diomedes y ambos preparan su perdición. En efecto, consiguen capturar a Dolón, que temeroso y balbuciente contesta a todo lo inquirido, sólo antes de Diomedes cortarle el testuz. A continuación, y gracias a la información revelada por el desgraciado Dolón, el Tidida y Ulises se avalanzan contra el batallón tracio, que dormía descuidado, y mientras Diomedes los despoja de vida, Ulises desata los caballos tracios y, montados en ellos, ambos héroes huyen hacia las naves, justo cuando el campamento troyano da cuenta de lo ocurrido entre gran vocerío y confusión. Así pues, los héroes dánaos consiguen llegar a las naves, explican lo ocurrido, se bañan y banquetean ofreciendo libaciones a Atenea.

Canto XI La Aristía de Agamenón

(día 4) Al alba se reemprende la atroz lid en la llanura de Ilión, y a media mañana los aqueos sobrepujan a los troyanos, que sólo pueden retirarse hacia las murallas y contener el ataque. Entre los dánaos descolla Agamenón, que provoca una terrible mortandad, pero por designio del providente Zeus es herido por el Antenórida Coón, que le atravesó el antebrazo hubiéndole disparado la luenga pica. Así pues, Agamenón sube al carro y se retira herido y doliente de la lid, no sin antes exhortar a las huestes panaqueas. A partir de entonces, empero, Zeus iba a dar gloria a los troyanos, licios, carios y dárdanos, todos comandados por Héctor Priámida, hasta que llegaren a las naves abarloadas en la playa tiempo ha. Pero antes la batalla iba a equilibrarse por el vigor de Ulises y Diomedes. El Tidida por de pronto hizo impactar su recia pica contra el casco de Héctor, que hubo de retirarse hacia el grueso del ejército a fin de rehuir la Parca, pero Alejandro acertole con una saeta, que atravesó el pie de Diomedes. Ulises percátase de ello y ordena se lo lleven a sanar hacia las cóncavas naves, y queda él sólo ante la avanzada troyana. Ulises mata, Soco le desgarra con su lanza la piel del costado, pero Ulises le quita la mortal vida. Antes que pereciera también el propio Laertíada, Áyax y Menelao acuden a socorrerlo, y mientras Ayante lo protege con su escudo colosal, Menelao le retira de la extenuante lid. Por un lado, Áyax provoca mortandad, por otro, Alejandro acierta con su dardo al Asclepíada Macaón, e Idomeneo insta a Néstor Nelida a que se lo lleve con el carro hacia las naves. Néstor hace, y Aquiles, desde la proa de su nave, cree haber visto herido a Macaón Asclepíada, por lo cual envía a Patrocles para cerciorarse de ello a la nave del perfecto Néstor, el cual ante Patrocles Menecíada le asegura que no sólo Macaón está herido, sino también los mejores aqueos: el Tidida Diomedes, Ulises, Agamenón Atrida, Euripilo el de Evemón. Además, Néstor aconseja a Patrocles que si bien Aquiles no desea acudir a la batalla, en cambio, si quiera por hombría debiera acudir él mismo con las armas de Aquileo, por si así hiciera retroceder a las huestes troyanas. Patroclo, pues, accede a tal proposición y va raudo a la nave mirmidónida, no sin antes llevarse al herido Eurípilo a la misma y sanarlo.

Canto XII La Batalla del Muro

Con todo, argivos y troyanos aún continuaban batallando en tropel, y el fragor de las armas resonaba cada vez más cerca de los bajeles aqueos. Justo antes de penetrar el muro, cuando aqueos y troyanos ya se batían en la misma entrada, un agüero indicó a los troyanos que no conseguirían allí derrotar a los dánaos, mas Héctor no hizo caso alguno y exhortó a sus huestes a penetrar el muro para arribar al fin a las cóncavas naves. Mientras unos pretendían romper la tranca que aseguraba las puertas del muro, otros, con Sarpedón y Glauco a la cabeza, se avalanzaban contra una almena, que Ayante y Teucro de consuno acudieron a defender. Glauco fue herido y quedó fuera de combate, mas Sarpedón consiguió con sus recias manos echar abajo la almena, abriendo así una vía de entrada a las huestes troyanas, si bien de momento estaba bien defendida por Áyax y Teucro, entre otros dánaos. Héctor, empero, fue quien, estrellando enorme pedrejón contra la tranca, consiguió reventar las puertas y dar acceso así hacia las naves. Los troyanos se agolpan traspasando el muro, los dánaos huyen despavoridos, el bullicio se torna insondable.

Canto XIII Batalla junto a las Naves

Posidón se conmovió y bajó junto a las naves transfigurado en Calcante. En primer lugar exhortó y vigorizó a los Ayantes, y luego a todos los paladines aqueos, que conseguían frenar el funesto avance troyano. Asimismo, adopta la apariencia de Toante y va a incitar a Idomeneo, que ardoroso topa con Meríones cuando éste iba a coger una lanza a su tienda, y ambos exhortándose para la cruel lid se lanzaron contra las huestes troyanas, junto con los demás proes dánaos. La batalla entonces fue atrocísima, y muchos héroes perdieron el aliento vital.

Canto XIV El Celo de Hera

Mientras, el perfecto anciano Néstor Nelida pone fin a su breve asueto, una vez a logrado que el Asclepíada Macaón sea curado, y al salir de la nave da cuenta del clamor aturdidor y de cómo los aqueos padecen junto a las naves. Deseando encontrar al Atrida Agamenón, Néstor se topa con éste mismo, con Ulises y con el Tidida, quienes ya heridos a un promontorio subían para contemplar la lid. Así pues, en improvisado consejo, Agamenón propone botar la mayor parte de las naves y fondearlas lejos de la costa, por si así los troyanos dejaban de hostigarlos, pero en respuesta Ulises exhorta a acudir a la batalla, aun heridos, y reprende la propuesta del Atrida. A ello se suma también Diomedes. Van de junto hacia el fragor y Posidón, transmutado en anciano mortal, con un enorme grito infunde vigor a las huestes aqueas. Por otro lado, Hera se gana los favores de Afrodita ―bajo pretexto que ha de ir a solventar las rencillas entre Océano y Tetis, que a ella tanto la cuidaron cuando niña― y de Sueño ―prometiéndole bajo juramento ofrecerle a una de las juveniles Gracias que él adora―, y se presenta ante Zeus, que sentado estaba en un pico del monte Ida. Él arde de amor y se une a Hera y duerme. Sueño, por su parte, acude a Posidón y le garantiza poder auxiliar a los dánaos a plenitud, puesto que Zeus cede ante él y descansa muelle. Posidón hace para los argivos y Héctor para los troyanos. Éste lanza su pica contra Áyax, que la repele, y de inmediato Áyax dispara un peñasco contra Héctor, acertándole en la base del cuello y dejándolo fuera de combate. A partir de entonces, los dánaos sobrepujaban a los troyanos, pues Ennosiego había desequilibrado la contienda.

Canto XV Contraataque desde las Naves

Así pues, los troyanos se retiraban despavoridos y ya franqueaban el muro y el foso subiendo a los carros, pero Zeus despertó y vio tanto la desbandada de los troyanos como a Héctor abatido en el suelo escupiendo sangre, e incluso a Posidón como primera espada de los dánaos. Al punto se dio cuenta del engaño que le había tramado Hera, y, para calmar su celo, le confesó su verdadero propósito: dar gloria a Aquiles por complacer a Tetis y que Ilión cayera a manos de los aqueos de buenas grebas. Asimismo, le ordenó dirigirse al Olimpo y avisar a los dioses que no debían involucrarse más en los derroteros de la batalla. Hera hace, y también por orden del supremo Zeus convoca a Iris y Apolo para que, de inmediato, se dirijan al monte Ida, donde Zeus se halla. Una vez allí, el excelso Crónida envía a Iris ante Posidón para advertirle bajo amenaza que ha de abandonar la lid, y Posidón accede sumergiéndose en el ponto mal de su grado; por otro lado envía a Apolo ante Hectór, a fin que éste sepa de la ausencia de Posidón en las filas aqueas y a fin que renueve su vigor insuflando ánimo a los troyanos, licios y dárdanos. Con Apolo y Héctor a la cabeza, todos éstos acometían a los dánaos, que ya se esforzaban por defender las naves del fuego. Entonces, en su pecho Patrocles hace brotar la esperanza de persuadir a Aquiles para que se lance a la batalla.

Canto XVI Patroclea

En efecto, Patroclo se presenta ante Aquiles y le pide poder batallar al frente de los Mirmídones. Por su parte, el Pelida desde la nave contempla cómo padecen los aqueos y cómo el fuego ya se eleva por entre algunos bajeles: accede pues a la petición de Patroclo y le presta sus armas, si bien le prohíbe taxativamente ir más allá de la llanura, puesto que el honor de entrar en Ilión le correspondía a él mismo. Así pues, Patrocles al frente de los mirmídones entra en batalla, y luciendo él las armas de Aquiles provoca la descomunal huida de los troyanos, si bien los príncipes se resistían luchando a pie firme: así murió Sarpedón, caro a Zeus, por querer enfrentarse a Patrocles, hijo de Menecio, quien le envasó la poderosa pica de fresno en pleno corazón. De seguido se entabló una feroz lucha por apoderarse de los restos de Sarpedón, el licio hijo de Zeus, de modo que su cuerpo quedó repleto de saetas antes que los troyanos hubieran de huir por la llanura hacia la ciudad, acosados como estaban por el renovado empuje de los aqueos. Sin embargo, a instancias de Zeus fue Apolo quien recogió el cadáver de Sarpedón, lo ungió y lo vistió, y llevolo a Licia a fin que le honraran con cumplidas exequias. Por su parte, tanto era el furor marcial de Patrocles, que osó remontar el ángulo de la muralla troyana por tres veces, si bien a la cuarta Apolo, colocado en una de las torres, reprendiolo amenazante por no ser ese su sino, y obligolo a retroceder un buen trecho. Aconsejado por un transmutado Apolo, Héctor se dirigió contra Patroclo montado en carro junto con su auriga Cebríones, al cual Patroclo quitó la vida disparándole un anguloso pedrejón entre ceja y ceja. Al momento, Héctor y Patroclo luchaban ya por los restos del desgraciado auriga: uno y otro queríanse abrir la piel con el reluciente bronce. Cuando el sol caía desde el centro del cielo, entonces los dánaos sobrepujaban a los troyanos, y el cuerpo de Cebríones aprehendieron al fin; además, Patrocles hasta tres veces arremetió contra los batallones troyanos, y a nueve segó la vida cada vez, pero a la cuarta, presentósele Apolo sin él perecibirlo y lo dejó aturdido de un golpe seco, lo cual aprovechó un guerrero dárdano llamado Euforbo para envasarle la recia pica por la espalda. Ello no le mató, pero el Menecíada hubo de replegarse poniéndose a salvo, pero advirtiolo Héctor de tremolante penacho, y, acercándosele, endosole la luenga pica en lo más bajo del ijar, donde el lateral del abdomen toca ya a la cadera, de parte a parte se abrió paso la broncínea moharra. En el suelo y desfallecido, Patroclo profetizó la muerte de Héctor a manos del Eácida Aquileo, y al instante exhaló el vigor de la vida.

Canto XVII Lucha en torno al Cadáver de Patroclo

Viendo como Patrocles había sucumbido, el Atrida Menelao dirigiose raudo a proteger el cadáver, para lo cual hubo de matar a Euforbo, quien por cierto fue el primero en herir al Menecíada; pero Héctor se aproxima, y Menelao, tan solo verlo, retrocede y busca el auxilio del fuerte Ayante y de otros príncipes aqueos, que llegan a tiempo para arredrar el ánimo de Héctor, el cual puede tan solo llevarse las armas del Pelida, que en efecto éste cedió a Patrocles. Entonces, Héctor cambió sus armas por las de Aquiles, y luciéndolas entró en el fragor de la lid exhortando a sus huestes a arrebatar el cuerpo del Menecíada, pero fue en vano, puesto que los probostes panhelenos, y en especial el gran Ayante, provocaron la huida de los troyanos. Apolo exhorta a Eneas, que con Héctor y los demás troyanos vuelven a la carga, pero Atenea vigoriza los miembros de Menelao, que protege el cadáver de Patrocles. Ayante, por su parte, pide a Zeus que disipe la espesa bruma que por entonces se esparcía por doquier, ya que a ningún aqueo podía vislumbrar para así se avisara al Pelida de la muerte del Menecíada Patrocles. Zeus le oye y disipa la espesa bruma. De seguido, Ayante ordena a Menelao ir a encontrar a Antíloco Nestórida, que por entonces se hallaba en retaguardia, y comunicara la muerte de Patrocles. Hace, y mientras el cadáver de Patrocles es conducido hacia las naves, los dos Ayantes retenían la avanzada troyana. Enorme fue el combate que se desató.

Menelao, pletórico de vigor, defiende y recupera el cuerpo de Patroclo.

Canto XVIII Fabricación de las Armas

En efecto, Antíloco Nestórida comunica al Pelida Aquiles lo que éste ya presentía: Patrocles ha muerto en batalla. Aquiles llora la pérdida de su mejor amigo, y su madre, la adorable nereida Tetis, acude a consolarlo. Aquiles se muestra ya resuelto a encarar su sino: matar y morir en la propia Ilión, si bien Tetis le pide no irrumpa en el fragor de la contienda hasta que ella misma no regrese, pues tiene pensado visitar a Hefesto para que éste le haga nuevas armas, que suplan a las ya arrebatadas por Héctor del cadáver: cadáver por el cual aqueos y troyanos aún porfiaban: porfiaban los Ayantes, porfiaba Héctor; pero entonces, Iris de sandalias doradas, según encargo de Hera y a ocultas de Zeus, se presenta ante Aquiles y le conmina a salir de la nave y a dejarse ver desde el borde de la fosa, por si los troyanos se atemorizaban al ver su temible figura y el cadáver de Patroclo quedaba a salvo. Aquiles hizo, y profirió tres estruendosos alaridos que turbaron el ánimo de los batallones dárdanos. Entretanto los aqueos pudieron rescatar el cadáver de Patrocles, que el Pelida pudo contemplar ya en el féretro, y a continuación Hera acortó el día, obligando al Sol a sumergirse en el océano, y aqueos y troyanos suspendieron la marcial lid. Por su parte, los troyanos celebraron asamblea: Polidamante propone regresar a la ciudad y repeler a los aqueos desde la muralla, mas Héctor se opone y ordena prepararse para la batalla junto a las cóncavas naves, la cual daría comienzo nada más despuntar el alba. Por otro lado, los aqueos y en especial los mirmídones lloraban la muerte de Patrocles y disponían su cadáver para que le fueran consagradas las honorables exequias. Mientras, Tetis acude a la casa de Hefesto y Caris: ésta la acoge con hospitalidad, y a aquél, después que dejara su labor de forja, Tetis suplica forje para su hijo Aquiles un broquel y un yelmo, unas bellas grebas ajustadas a las tobilleras y una coraza, después de haberle explicado lo sucedido. Hefesto accede a la súplica de Tetis y de inmediato se pone a forjar cobre, estaño, plata y oro a fin de crear para el Pelida armas maravilla de ver. Una vez forjadas con primor, Tetis descendió veloz del Olimpo con el fin de ofrecérselas a su temible hijo: el Pelida Aquileo.

Canto XIX Reconciliación

(día 5) Así pues, al tiempo que la Aurora se manifestaba, Tetis entrega las armas a su hijo y le aconseja convocar asamblea y proclamar allí la renuncia a su cólera contra Agamenón, antes de acudir a la batalla. Aquiles hace, y con Agamenón acuerdan remediar el mal y disponerse a diezmar batallones troyanos sin más demora. Así pues, presentan a Aquiles las dádivas de Agamenón, incluida Briseida, de la cual mediante solemne juramento asegura no haber mancillado, y Odiseo convence al Pelida de la necesidad de no salir al combate en ayunas, pese al grande duelo; no obstante, Aquiles rehusó comer el más mínimo alimento, toda vez que también los mirmídones se lo ofrecían llenos de bondadosos pensamientos. Ahora bien, Zeus se compadeció de tan profundo pesar e instó a Atenea a que destilara néctar y ambrosia en el pecho de Aquiles, no fuera que el hambre le abotagara las articulaciones. Atenea hizo. Las huestes panhelenas salían a millares de las naves hacia la llanura, pues la homicida lid debía reemprenderse entre cantos y peanes. Aquiles, armado con divino primor se dispuso para la batalla montado en la caja del carro. En ese instante, Janto, uno de sus caballos, dotado de voz por obra de Atenea, le vaticinó la pronta muerte a Aquiles, pero éste, sabedor tiempo ha de su sino, arreó los jamelgos ardoroso de afrontarlo y consumirlo hasta las heces.

Canto XX La Salvación de Eneas

Entonces, Zeus convocó asamblea para todos los dioses y ordenó que cada cual batallara a favor del bando que prefiriese, puesto que de no ser así Aquiles devastaría Troya de inmediato y contra destino. Así pues, a favor de los aqueos se disponen Hera, Atenea, Posidón, Hermes y Hefesto, mientras que a los troyanos los patrocinaban Ares, Febo, Ártemis, Letona, el río Janto, llamado Escamandro por los mortales, y Afrodita. Para empezar, Apolo lanza a Eneas directo contra el Pelida, y hubiese muerto en sus manos si Posidón no hubiere cubierto de niebla los ojos de Aquiles y se hubiere llevado a Eneas hacia el otro extremo del ejército de un salto, pues se apiadó de él y de la que había de ser su poderosa estirpe. Después de alejar a Eneas de la Parca, Posidón retiró la niebla que ofuscaba los ojos del Pelida, que admirado por el suceso emprendió la embestida contra las filas troyanas, exhortando el ánimo de las huestes aqueas. Lo propio hizo Héctor respecto de las suyas, si bien Apolo le amonestó disuadiéndole de encarar al Pelida. Éste segó la vida a muchos troyanos, incluido el hijo menor de Príamo, el mancebo Polidoro, que hubo de recoger con las manos sus propias entrañas justo antes de perecer: así también hubo de ver Héctor a su hermano menor, y ya no pudo contener más su furor entre la piña de soldados y saltó al encuentro de Aquiles homicida. Héctor pues dispara su lanza, que retorna a sus pies por obra de Atenea. Aquiles arremete por tres veces pero Apolo esconde a Héctor en una tupida bruma. Aquiles comprende que Apolo está de la parte de aquél y a despecho se abalanza contra otros dárdanos provocando gran mortandad.

Canto XXI Batalla junto al Río

Los troyanos huían ya de Aquiles y los dánaos, de modo que quedaron divididos en dos grupos: los que huían de éstos retrocedían por la llanura hacia Troya entre espesa niebla, que Hera había desparramado, mientras que los que de Aquiles huían se vieron impelidos a cruzar el Janto. A dicha corriente se lanzó Aquiles con su puñal sólo, y el agua enrojecía de sangre. Además, sacó vivos de allí a doce troyanos con la intención de sacrificarlos para expiar la muerte de Patrocles, y viendo a Licaón Priámida saliendo del río desarmado, por más que éste le suplicó, Aquiles le hundió la espada en la base del cuello y lo lanzó al río, ante el cual se jactó por no poder defender a los dárdanos, que tanto le sacrificaban en su honor. El río lo oyó y se irritó en lo hondo de su cauce, pero mientrastanto, Aquiles despojaba de vidas a los cuerpos. Así pues, el río Escamandro adoptó figura humana y reprochó a Aquiles que llenara su cauce de cadáveres y no la llanura, empero Aquiles continuó la matanza metiéndose en el propio río, que aprovechó la ocasión para arremolinarse y perder al Pelida. Éste salió disparado del cauce, y pretendía huir corriendo, pero el río le perseguía desatando gran torrentera. De hecho, el Janto-Escamandro estaba a punto de aniquilar a Aquiles lanzándole escombros y una fuerte ola, cuando Hera ordena a Hefesto propiciar un fuego en la ribera del río mientras ella misma, invocando a los vientos Zéfiro y Noto, detenía su avance homicida. Hefesto hizo, y la propia corriente del río borbotaba hasta que el hervor hizo jurar a Escamandro que en lo sucesivo ya no ayudaría más a los troyanos si era librado de aquel suplicio, y así fue que Hefesto detuvo el fuego por indicación de Hera. Entonces los dioses, burlándose unos de otros y jugando, imitaban a los guerreros mortales por diversión: Ares bailaba con Atenea, que le era muy superior tanto a él como a Afrodita, mientras Posidón y Apolo medían sus fuerzas con alborozo juvenil; también Hera amonestó con cachetes a Ártemis y Hermes, con galantería, cedió la victoria a Letona sin mediar enfrentamiento. Mientras, Príamo desde la torre dio cuenta de cómo la hueste troyana huia al empuje del Pelida, y urgió a los celadores a abrir las puertas de la ciudad, así como a cerrarlas de inmediato una vez hubiesen entrado los troyanos. Por su parte, el troyano Agénor Antenórida, en vez de huir despavorido, decidió arrostrar al Pelida a pie firme lanzándole la pica, que salió rebotada de la greba forjada por Hefesto; a su vez, Aquiles se lanzó contra Agénor, pero Apolo envolviolo en tupida bruma y lo llevó fuera del combate; asimismo, él adoptó la figura de Agénor y se puso a correr lejos de la ciudad, para que Aquiles le persiguiera y así las huestes dardánidas pudiesen refugiarse dentro de las murallas abalanzándose a través de las puertas Esceas.

Canto XXII La Muerte de Héctor

Sin embargo, Héctor no pudo entrar y quedó solo fuera del muro, ante las puertas Esceas. Por su parte, Apolo reveló quien era en realidad, y entonces Aquiles se lanzó a por Héctor, al cual lloraban padre y madre desde la torre Pérgamo. Pero éste, aunque pudo, no quiso entrar por las puertas y resguardarse dentro de la muralla: se acordaba del honor y de la vergüenza, y temía la reprobación de Polidamante, que ya otrora cerca de las naves aqueas aconsejole replegarse en la ciudad. Así pues Aquiles se le acerca monstruoso y Héctor, incapaz de soportar la feroz imagen del Pelida, echa a correr huyendo por la llanura. Aquiles persigue e indica a los demás argivos no disparen contra su presa. Hasta cuatro veces subieron a los manantiales, lejos de la muralla, allende los oteros, uno en pos de otro, circundando los muros, y entonces Zeus desplegó la balanza y puso las parcas de ambos: al Hades debía Héctor descender. Por tanto, Zeus envía a Atenea, que bajo figura de Deífobo se presenta ante Héctor y le conmina a la lucha de consuno. Héctor se planta ante Aquiles, y le pide juramento al respecto de no ultrajar el cadáver de quien fallezca, pero el Pelida rechaza cualquier pacto y dispara su pesada pica. Héctor la esquiva, pero Atenea hace que retorne a la mano del Pelida. Héctor dispara su lanza, que rebota en el escudo y queda fuera de su alcance. Llama a quien él creía Deífobo por conseguir otra. Deífobo ya no está. Héctor comprende. Su parca ha llegado. Decide entonces embestir a la desesperada. Aquiles empero le envasa la recia pica a través del cuello, sin cercenar la garganta por poco. Héctor cae, y desvaneciéndose, suplica a Aquiles su cuerpo inerte sea respetado. Aquiles rechaza de nuevo el pacto y en cambio le augura será despedazado por aves y perros. A su vez, Héctor le vaticina será muerto por obra de Paris y Febo, ante las puertas Esceas. Muere. El cadáver es herido por los guerreros aqueos. Aquiles decide volver a las naves para celebrar el funeral de Patrocles. Ata los tendones del talón al tobillo de Héctor con una correa y ésta a la caja del carro. Se lo lleva arrastrando. Mientras, en la ciudadela de Troya, Príamo y Hécuba lloran desconsolados; Andrómaca, esposa de Héctor, retirada en su estancia oye los hondos ayes y suspiros. Se desmaya. Recobra el aliento. Llora su desconsuelo atroz y llora por su retoño huérfano ya: Astianacte.

Aquiles secuestrando el cadáver de Héctor a rastras

Canto XXIII Exequias a Patrocles

Por su parte, los aqueos regresaron a las naves, y de entre ellos los mirmídones y Aquiles velaban el cuerpo sin vida de Patrocles. Entonces, el Pelida, que se negó a lavarse las heridas con el agua de la trébede, ordenó a Agamenón que al amanecer del día siguiente dispusiera todo lo necesario para incinerar el cadáver del Menecíada Patrocles. A continuación todos van a acostarse, pero Aquiles queda suspirando sobre la orilla a la par que le vence un dulce sueño. Durante el mismo se le aparece la figura de Patroclo, que le pide ser enterrado cuanto antes; le asegura además que él mismo ha de morir en Ilión y le ruega sean los huesos de ambos depositados conjuntamente. Aquiles asegura cumplir toda petición, y cuando intenta abrazar a Patroclo, su efigie se desvanece. Queda, pues, tanto el Pelida como los demás mirmídones, conmocinados, y amaneció mientras todavía rodeaban el cadáver con gran duelo. (día 6) Amanece. Agamenón ordena los preparativos para disponer la pira de Patroclo, los cuales deben ser comandados por Meríones, el escudero del cortés Idomeneo. Una vez recogida la leña suficiente, la depositan en un túmulo cerca de la costa, y el cadáver de Patroclo es transportado por Aquiles y otros mirmídones, que cubren el cuerpo con sus cabellos cortados. También Aquiles siega su larga y rubia cabellera, que había dejado brotar para ofrecérsela al río Esperqueo, cuando volviera a su patria Ftía: se lamenta, pues, de no poder cumplir el voto. Aquiles ordena de seguido a Agamenón que disperse a la hueste, salvo a los caudillos. El Atrida hace. Al momento, Aquiles desuella gran cantidad de reses sacrificadas, cubre el cadáver con la grasa y amontona los cuerpos en derredor de la pira, junto con ánforas de miel y aceite, cuatro caballos, dos perros fieles y, para culmen, doce cuerpos de valerosos troyanos que degolló allí mismo. A continuación, Aquiles no prendió la pira, sino que invocó a los vientos Bóreas y Zéfiro, para que fueran ellos quienes inflamaran la sacra pira. Entonces, avisados por Iris mensajera, los vientos obran, y la pira arde durante toda la noche. (día 7) Tal como aparece la Aurora rosada, el fuego de la pira se extingue, y Aquiles ordena depositar los huesos del Menecíada en una urna con sebo y cubierta por un fino lienzo, así como erigir un túmulo en donde se entierren junto con sus propios huesos, después que él muera. A continuación, Aquiles convoca un certamen deportivo, presentando magníficos premios para los cinco primeros puestos. La carrera de aurigas la ganó el Tidida Diomedes, quedando por delante de Antíloco, Menelao, Meríones y Eumelo. En la prueba de pugilato venció Epeo imponiéndose a Euríalo. En la lucha compitieron Ayante Telamonio y Ulises, si bien empataron por no poder imponerse alguno a ninguno. La prueba de velocidad pedestre la ganó Ulises, superando al Ayante Oileo y a Antíloco. La prueba de lucha con armas la empataron, venciendo parigual, el Tidida y Áyax Telamónida. En el lanzamiento de peso venció Polipetes, que superó las marcas de Ayante Telamonio, Epeo y Leonteo por este orden. En la prueba de lanzamiento con arco, se erigió vencedor Meríones superando en puntería a Teucro, mientras que en el lanzamiento de jabalina se impuso Agamenón a Meríones, sin competir, pues deseo del Pelida era honrar al pastor de huestes.

Canto XXIV El Rescate de Héctor Cadáver

Acabado el certamen, marcharon cada cual a su nave, a la cena y al sueño reparador; mas el Pelida no se rendía ni al descanso muelle, sino que su mente remembraba a su amigo Patrocleo y en ello le sobrevino la Aurora de rosados dedos. (día 8) Al amanecer, Aquiles se dedicaba a rodear el túmulo arrastrando el cadáver de Héctor atado tras la caja del carro, pero Apolo veló por que su cuerpo no se descompusiera ni se desgarrara. Ello sucedió durante doce días; (día 20), pero al duodécimo, Apolo clamó ya por las debidas honras a Héctor ante la asamblea de los dioses. Hera se opuso a ello, aduciendo que no era justo conceder la misma honra a Aquiles, nacido de una diosa, que a Héctor, nacido de mortales; de manera que Zeus complació a ambos ideando un plan, el cual fue comunicado a Tetis por mediación de Iris de pies de ráfaga: Tetis convencería a Aquiles de devolver el cadáver a Príamo, aduciendo que los dioses estaban airados por como trataba los despojos de Héctor; a su vez, Iris se presentaría ante Príamo para conminarle a que vaya confiado hasta la propia nave del Pelida, a fin de reclamar el cuerpo inerte de su hijo llevando regalos como pago para el rescate. Tetis hizo y Aquiles accedió a las órdenes de Zeus sin oponerse lo mínimo. A su vez, Iris hizo y Príamo consultó la propiedad de su embajada con su mujer, que le advirtió del peligro, pero el piadoso Príamo, confiado en el mensaje de la diosa, tomó los regalos, y después de levantar al éter una súplica a Zeus tonante, por petición de su esposa Hécuba, rogando se le hiciera manifiesto a su derecha el vuelo de un águila, y como así sucediera por obra del providente Zeus, en efecto, partió hacia las cóncavas naves de los aqueos. Asimismo, Zeus le envió como escolta al argicida Hermes, que tomó apariencia de mancebo y se presentó al anciano y a su heraldo fingiendo ser uno de los escuderos del propio Aquiles. La noche se había cernido ya sobre el llano. Así pues, marcharon hacia las naves escoltados por Hermes, que guiaba a los caballos de lacias crines. Éste extendió el sueño entre los guardias aqueos, y llegaron pues fácilmente hasta la nave del Pelida, en el umbral de la cual Hermes reveló quien era a Príamo, le dio unas indicaciones de cómo suplicar al Pelida y desapareció. A continuación, Príamo se introduce en la estancia del Pelida, que había justo terminado de cenar, y se postró ante él suplicante, invocando la figura de su padre, el perfecto Peleo. Ambos pusiéronse a llorar: Príamo por su hijo Héctor, por Peleo su padre Aquiles. De seguido éste ordena a sus criadas lavar y ungir el cadáver de Héctor, tras lo cual cenan él y Príamo y éste le pide catre para dormir allí, puesto que desde la muerte de su hijo que no duerme. Aquiles lo consiente, siempre y cuando lo haga fuera de la nave, y le consulta cuánto tiempo desea para honrar debidamente a Héctor, ya que ese mismo tiempo será el que él retenga a las huestes aqueas. Príamo reclama once días de tregua, para el duodécimo volver a la cruda lid. Aquiles acepta y ambos deciden dormir. No obstante, Hermes despierta a Príamo y le avisa del peligro que allí corre si su presencia fuera advertida por Agamenón. Así pues, Príamo se levanta, y escoltado por Hermes abandona las naves aqueas llevando por fin consigo el cadáver de Héctor. Al tiempo que amanece, Hermes desaparece. (día 21) Así llegan a la ciudad, y primero los vislumbra Casandra, que avisa a los demás troyanos. Entran ya en Ilión, y Andrómaca, cogiendo la cabeza inerte de su esposo, presiente el saqueo de Troya y cómo su hijo Astianacte será arrojado por la muralla y ella caerá sierva en casa extraña. Helena también llora la muerte de quien con ella había sido benigna, como pocos durante sus veinte años de estancia en Troya, y Príamo por su parte prepara la cremación del cadáver, la cual por cierto se produjo al décimo día. (día 31) Los huesos los depositaron en un áureo cofre, y éste en un túmulo donde apostaron guardias para defenderlo de la inminente embestida panaquea. Finalmente, celebraron un eximio banquete fúnebre: así sucedieron los funerales de Héctor y así acaba este relato legendario, para que sirva de ejemplo a los humanos tanto en la guerra, como en el amor, como en la piedad siempre debida a los dioses.

FUENTE: 
Epítomes, Marco Pagano (Editorial Caduceo 2009).

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