RETORNISMO
Cualquier asunto del que se pueda hablar, es decir, ‘lo predicable’, ya sean objetos, animales, individuos, procesos o conceptos, es necesario que tenga unos extremos y un punto medio, como es lógico y natural; y gracias al conocimiento de los extremos es que hallamos el término medio, sito entre el defecto (la carencia de una virtud) y el exceso (la virtud desequilibrada): ‘los vicios’, que tantas veces experimentamos. Así es que, de forma natural, los excesos son necesarios para la adquisición del conocimiento experiencial.
En este sentido, cuando el amor o la convicción por un principio ético o moral (Sustantivo) nos conduce a la acción (Verbo), y ésta se convierte en hábito (Adjetivo), el individuo llega a participar del concepto en sí (Sustantivo), por imitación, asemejándose a lo que imita e incorporándolo a su naturaleza, y así se acerca a lo sustantivo por sublimación de las cualidades, mediante la acción, de lo humano a lo heroico y de lo heroico a lo divino. Porque es en los sustantivos, o principios morales, valores inmateriales o Virtudes, en donde el individuo halla la inspiración para realizar nuevas acciones de valor que, a través de los hábitos y sus atributos correspondientes, le subliman en su naturaleza construyéndose como individuo de calidad.
De esta manera, mediante un movimiento de retorno al punto medio, tras conocer el exceso, los individuos aprenden y mejoran su condición humana, y mejoran también los pueblos en donde habitan. Esta técnica de aprendizaje es universal, y funciona no sólo para la adquisición de virtudes por parte de los individuos, sino también para el mejoramiento de los pueblos: debemos tomar la medida a los procesos históricos experimentados, para localizar y conocer así el medio virtuoso.
* El apelativo ‘demónica’ atribuido a la ‘proporción armónica’ tiene su principio en Juliano Carta 82, 445b.
Así es que, a partir del atentado perpetrado por los estados modernos en Marzo de 2020, los individuos de calidad constatan un acontecimiento de máxima relevancia histórica: el Estado moderno ha forzado el arresto domiciliario de media humanidad, ha cometido un crimen execrable contra millones de personas, que no prescribe y debe ser juzgado lo antes posible. Además, el daño económico y convivencial, consecuencia de esta durísima actividad criminal del Estado, ha provocado la muerte de millones de individuos, mientras que otros muchos han visto lesionada su libertad de movimiento, reunión, expresión, pensamiento y de elección de tratamiento médico preventivo o curativo. Todas estas víctimas deben ser resarcidas con la desaparición del Estado moderno, y con la condena ejemplar e histórica contra responsables y colaboracionistas: para ello se están preparando ya unos Tribunales Populares, que serán levantados en manifestación para iniciar los procesos de juicio y condena.
Mención a parte merecen los varios Crímenes de Lesa Humanidad que se agolpan al haber atentado, muy gravemente, contra la integridad física y moral de millones de personas, de forma intensa y persistente en el tiempo, emitiendo amenazas y coacciones de sación y encarcelamiento por no cubrirse las vías respiratorias, en lo que supone un evidente y brutal intento de homicidio. La intervención del Estado moderno en la vida del individuo ha ultrapasado todos los límites tolerables, y por tanto debemos reaccionar con la misma severidad en pro de la libertad del individuo y los pueblos, y somos miles los que no vamos a detenernos hasta ver caer al Estado moderno y sus colaboracionistas.
Esta brutal agresión es un punto y aparte en la historia, un límite que hemos de saber identificar: es un signo en el camino alertando de que poco más adelante hay un precipicio de caída mortal. Por ello es hora ya de tomar la medida a este proceso histórico que nos ha tocado vivir, y hallar así el punto medio hacia donde dirigirnos, que será un Retorno desde el exceso febril que ha supuesto la Modernidad.
Que sea un retorno en modo alguno implica un retroceso en el tiempo, lo cual es imposible, sino que aventando la paja de la Modernidad (el artificio) y quedándonos con su grano (el aprendizaje experiencial), se retorne al estado natural de cosas en el tiempo presente, de forma única e irrepetible, con la sabiduría adquirida por la experimentación del exceso histórico. ¿Cuán bajo descenderemos por el oscuro agujero de la Modernidad? Toca pensar ya en el Retorno.
El destino de la Modernidad es el abismo y lo podemos ver en aquello que nos ofrece: más contaminación plástica, química, visual, más radiaciones, más tecnología de control estatal, censura y represión, más impuestos, vacunas experimentales, guerras bacteriológicas, bombas nucleares, polvo inteligente, nanochips, inteligencia artificial, implantes cibernéticos, realidad virtual, geoingeniería, vigilancia espacial, granjas de órganos, granjas de humanos, transhumanismo… Basta. Es hora de volver a casa, la excursión ha terminado.
Como señala muy bien el mejor filósofo de la Modernidad, Félix Rodrigo Mora, hoy el mundo y en especial Europa se halla frente a la extinción: oteamos ya el límite de la Modernidad y debemos regresar al punto medio, al estado natural de cosas, donde se eviten por completo los artificios, y se enseñe la Modernidad como el exceso evolutivo por el cual lo humano se despeña.
La Modernidad es lo contrario de la Antigüedad o Era Gentil, y en Europa se define por dos fuerzas aniquiladoras descomunales, que son Roma y Cristo: Roma como paradigma del Estado que oprime al pueblo en el aspecto material, y Cristo como paradigma de Religión que reprime y destruye la ética y la moral de los individuos. De hecho Roma nunca cayó, sino que fue parasitada y reemplazada por el cristianismo, tanto en sus instituciones políticas como culturales, y todavía sigue en pie aunque debe ser finalmente derrotada. De hecho, las nuevas ciudades que aparecieron, tras sustituir desde dentro al imperio romano, fueron las civitas christiana o ciudades cristianas, que son las mismas ciudades y pueblos actuales, con su iglesia en la plaza del pueblo como símbolo del poder genocida. Roma, Cristo y sus restos deben enseñarse como las dos fuerzas, una material y otra espiritual, que llevaron al ser humano a la Modernidad y sus horripilancias.
Así pues, en el Retorno al estado natural de cosas debemos hacer buen uso del Derecho Negativo, y no prohibir sino contener y refutar las posiciones políticas (Roma) y culturales (Cristo) que nos degradan, y evitar los recursos artificiales (Artificios) que sabemos conducen a la Modernidad y sus profundas desigualdades. Bajo el amparo del mismo Derecho Negativo, y en comunión con el Derecho Natural, nunca las instituciones deben establecer impuestos, ni sobre individuos ni de un pueblo sobre otro, ni subvencionar o promover iniciativas culturales o políticas, que justifiquen o promuevan el imperialismo, o que pertenezcan a cultos o sectas de libro, mesiánicas, con dogmas artificiales que prometan la salvación del alma, o que hagan del mundo un campo de batalla entre el Bien y el Mal.
También haciendo un buen uso del Derecho Negativo deben evitarse los recursos y mecanismos artificiales, es decir aquellos que capturen y aherrojen los dos elementos más sutiles de los cinco: el Fuego (combustión-explosión) y el Éter (electricidad-magnetismo), ya que son los que dan origen al universo por medio de la muy probable explosión inicial, de la cual se habrían generado el Aire, el Agua y la Tierra. Capturar aquellos dos elementos en cables, baterías, motores, mecanismos o vehículos no sólo es inmoral y desvergonzado, sino que además provoca unas diferencias muy acusadas entre individuos, pues por la propia naturaleza de estos dos elementos sutiles, el Éter y el Fuego, gran cantidad de energía (materia-espacio) es liberada en un tiempo muy corto, ocasionando un claro desequilibrio con relación al espacio y el tiempo naturales; indefectiblemente, ello envanece al poseedor de la máquina, y deja al resto, a quienes no participan de estos artilugios deshonrosos, fuera de juego y anonadados, con muchos de sus derechos naturales arrasados de una vez, y se impone con pasmosa brutalidad el ‘tanto tienes tanto vales’, la productividad y el ánimo de lucro a la libertad del individuo y la concordia del pueblo.
Pensemos en la diferencia en la capacidad de movimientos entre un individuo a caballo, y otro que va a pie, y ahora seamos conscientes pues de las enormes diferencias entre un andariego y un individuo motorizado, o entre un artesano y un operario de máquinas artificiales: estas graves diferencias repercuten en la ética, la cultura y la moral de los individuos, que se degradan con el uso de mecanismos artificiales. Los artificios menoscaban y destruyen las Labores Gentiles, aquellas labores manuales y artesanales, propias a los seres humanos, que todos tenemos derecho a ejercer, y que no podemos dejar desatendidas por más tiempo.
También los explosivos han dado origen a las armas de fuego, que de nuevo suponen una diferencia demasiado acusada en los conflictos entre pueblos e individuos, siendo que unos vencen sobre otros ya no con su valor real, sino pulsando un botón a miles de kilómetros del campo de batalla. Sin lugar a dudas el electromagnetismo ha dado pábulo a tecnologías de control estatal monstruosas, ha originado el entretenimiento virtual, que degenera las relaciones humanas y las fiestas populares, y una ciencia de estado que ya sí representa un gravísimo peligro, tanto para la integridad física de los individuos como para la supervivencia de la especie. Todo esto es denigrante y amoral y no podemos permitirlo: devolvamos el Fuego de Zeus, que Prometeo hurtó para nuestra comodidad y desgracia.
POLICRACIA
¿Cómo escapar de este laberinto de los horrores que supone la Modernidad? El retorno a la Era Gentil debe efectuarse de una forma ordenada y pacífica, y por tanto precisa de un proyecto político nuevo, popular, sin artificios, sin impuestos y sin doctrinas de salvación ni mesianismos. Este nuevo proyecto debe asimilar lo mejor de la experiencia histórica acumulada, y desechar lo peor explicando sus perjuicios a las generaciones venideras: la Era Gentil anterior a esta Modernidad que sufrimos debe servirnos de Tesis, el futuro es la advertencia del exceso histórico, la Modernidad, que debe servirnos de Antítesis, y con ello se logra una Síntesis para el presente, que contenga el máximo de verdad posible y que respete la libertad del individuo y los pueblos.
Es la policracia un sistema político compuesto de múltiples (gr. πολύς – ‘polýs’ – múltiple) asambleas populares, que se equilibran entre ellas, y que permiten la participación directa de todos los elementos de la comunidad: el pueblo en sí (Consejo Abierto – Asamblea Popular), los más ancianos (Tribunal de Primera Instancia – Senado), los mejores artesanos (Cortes Gremiales), los vencedores en certámenes deportivos y culturales (Consejo de Notables) y los mejores milicianos del pueblo (Junta Marcial).
La policracia considera el pueblo y sus instituciones como unidad soberana y autárquica (gr. πόλις – ‘pólis’ – pueblo soberano), al modo de la célula en el cuerpo humano, y considera al individuo igualmente soberano y autárquico, de forma que cada pueblo se asemeje a la naturaleza de un cuerpo sano, tanto en el consumo de recursos naturales como en la concordia entre sus miembros. Así es que la participación del individuo en un pueblo policrático debe ser libre y voluntaria, sin coacciones ni impuestos por parte de ningún otro individuo o institución.
La policracia entiende la acción de los pueblos como células autónomas que se organizan formando órganos y tejidos, es decir comarcas, regiones, países y otras circunscripciones, con el objeto de mantener relaciones económicas y culturales vivas y fluídas entre las mismas. También favorece un mercado libre, el cual mediante rutas internacionales suministra a los pueblos ibéricos de materias primas, productos artesanales, conocimientos y objetos de valor cultural de todas las partes del mundo.
En conclusión, una vez identificado el extremo de la Modernidad y las causas que la han originado, se hace necesario aportar tres soluciones definitivas: a la desmesura del Estado y sus imposiciones, es preciso instituir la policracia que respete la soberanía de los pueblos y los individuos; a la expansión genocida de los mesianismos y otros proselitismos culturales, es preciso restituir los sencillos cultos de la naturaleza, y a las locuras desatadas por las combustiones y explosiones, electrificaciones y magnetizaciones mecanizadas, hay que devolver el fuego de Zeus y enseñar, a las futuras generaciones, el grave peligro que entraña el uso de recursos artificiales, que siempre supone un abuso contra la naturaleza.
La intención de este manifiesto es servir de introducción a la recién terminada ‘Constitución de los Pueblos Libres de Iberia‘, un texto legal que se ha recopilado durante más de un decenio, a partir de docenas de debates en plazas de barrio y terrazas de café, o reuniones entre amigos, a veces de distintas generaciones, convocadas al efecto de encontrar el sentido común popular en alguno de los presentes. Esta Constitución ha nacido desde y para los pueblos de Iberia, es decir de la Península Ibérica, y en especial para los pueblos de la Iberia mediterránea, aunque puede ser adoptada por cualquier pueblo del mundo, ya que se fundamenta en el Derecho Natural del individuo, a partir del cual se constituye el Derecho Positivo y el Negativo.
En la Era Gentil que está por inaugurarse todo individuo tiene la posibilidad de vivir en su Finca, con terreno suficiente para subsistir con su propio esfuerzo, dentro del pueblo pero sin participar del Estado, o bien incluso vivir en los bosques sin ser molestado por la actividad del pueblo: la libertad del individuo y de los pueblos debe ser una virtud irrenunciable de la experiencia humana.
Finalmente y como estrategia de combate frente al Estado moderno, desde aquí animo a todos los autóctonos de Iberia a reunirse en Fratrías de Autóctonos, de forma que repueblen las aldeas de la península, con la guía de esta Constitución, y tengan muchos hijos y planten muchos quercus, defendiendo así su libertad de existir y de procrear en la tierra que los vio nacer.
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