Comentario a ‘El Origen de los Géneros’ de T. Todorov
Como primera providencia, y en palabras del aquí comentado Tzvetan Todorov, cierto que “el género es el lugar de encuentro de la poética general y de la historia literaria”, y que “por esta razón es un objeto privilegiado, lo cual podría concederle muy bien el honor de convertirse en el personaje principal de los estudios literarios”[1]; ello sería completamente cierto, empero, si no fuera porque la causa y la finalidad de la literatura tal vez sea más importante aún que el modo de expresión de la misma, por cuanto es el ‘por qué’ y el ‘para qué’ lo que debería determinar el ‘cómo’, y no viceversa, igual que al emprender una acción cualesquier es mejor reflexionar de antemano ‘por qué’ y ‘para qué’ se va a llevar a cabo dicha acción.
Con todo, acéptese parcialmente la proposición de Todorov, en tanto es sólo en parte cierta, y considérese pues conveniente también el estudio formal de la literatura, ya que “a partir de los detalles pequeños se llegan a conocer las cuestiones importantes, y, de lo manifiesto, lo oculto”[2]. En este sentido, si el género literario es un conjunto de propiedades semánticas, formales y pragmáticas que determinan la semejanza y disimilitud de un texto respecto de otros textos, y si, en efecto, “se puede encontrar siempre una propiedad común a dos textos, y, en consecuencia, agruparlos en una clase”[3], será del todo ajustado a razón que “el estudio de los géneros (…) deba tener precisamente como objetivo último el establecimiento de esas propiedades”[4], puesto que son las que jalonan los límites del género en cuestión, tal y como son las aristas de un polígono las que configuran su aspecto y permiten así su comprensión.
Por ende, y una vez presentadas dichas premisas, atiéndase con esmero al siguiente pasaje de Todorov, quien, valiéndose de un estilo abstruso tanto en la forma como en el contenido, en su ensayo intitulado El origen de los géneros (se supone ‘literarios’) barrunta el supuesto de que “porque la obra «desobedezca» a su género no lo vuelve inexistente; tenemos la tentación de decir: al contrario. Y eso por una doble razón. En principio, porque la transgresión para existir necesita una ley: precisamente la que será transgredida. Podríamos ir más lejos:”, dice, “la norma no es visible ―no vive― sino gracias a sus transgresiones. (…) Pero hay más: (…) también que, apenas admitida en su estatuto excepcional, la obra se convierte, a su vez, gracias al éxito editorial y a la atención de los críticos, en una regla”[5]. De hecho, lo que Todorov querría decir es que las impropiedades genéricas de una obra no sólo posibilitan la existencia de las correlativas propiedades transgredidas, sino que además dan lugar a un nuevo género, de modo tal que la impropiedad genérica se torna propiedad y, según dice, gracias a la industria editorial y a una prensa complaciente.
Pues bien, en primer lugar, sería difícil que una sola obra más o menos transgresora aniquilara a todo un género preexistente, definido y consolidado ―en muchos casos fruto de una sabia maceración del tiempo y de la pericia de pléyades de poetas―, de modo que sólo el plantear la posibilidad de que una obra transgresora pueda ‘volver inexistente’ a todo un género, por cierto, es tanto como pretender que el Don Quijote pudiera aniquilar al género épico, el Hamlet pudiera lo propio respecto de la tragedia, los Tres cuentos respecto de la lírica o, en fin, que la anécdota pudiera eliminar a la categoría, una insólita novedad a toda una tradición o un hijo borde a todo su noble linaje anterior: en efecto, sería difícil, pero, sobretodo, sería injusto para con el tiempo, insolente para con la tradición y desagradecido para con los antiguos poetas.
Por tanto, Todorov hace muy bien advirtiendo de que “porque la obra «desobedezca» a su género no lo vuelve inexistente”, ―en caso que un género pudiera dar ‘órdenes’ a ‘su’ obra y ésta pudiera ‘desobedecerlas’ u ‘obedecerlas’[6]―, en cambio, no parece desenvolverse tan bien cuando profiere que “la norma no es visible ―no vive― sino gracias a sus transgresiones”; de hecho, profiriendo semejante exabrupto no va “más lejos”, antes bien, se precipita ‘demasiado lejos’: tan lejos como el error lo está del acierto. ¿O acaso habrá de ser despreciado el consejo de que “tanto en el universo como en la vida, en las ciudades como en la naturaleza, debe ser más venerado lo que precede en el tiempo que lo que le sigue (…)”, esto es, “el levante más que el poniente, la aurora más que el crepúsculo, el principio más que el fin, la generación más que la destrucción (…), los autóctonos más que los forasteros (…); los líderes y fundadores de una ciudad (más que los otros ciudadanos), y, en general, los dioses más que los daímones, éstos más que los semidioses y los héroes más que los hombres, y, entre éstos, más los que son causa de nacimiento que los más jóvenes”[7], en modo tal que se subordinen los ancianos a los jóvenes, los héroes a los hombres vulgares, los daímones a los semidioses, los dioses a los daímones, y, en particular, que se subordinen los fundadores de una ciudad a los demás ciudadanos, los autóctonos a los forasteros, la destrucción a la generación, el principio al fin, la aurora al crepúsculo; el levante, que se subordine al poniente, y que el pasado sea por causa del futuro, y no el futuro por causa del pasado? ¿Cómo podría uno pergeñar semejante dislate? ¿Cómo iba a existir la ley por causa de la trasgresión, si la trasgresión es trasgresión de algo que está prestablecido? ¿Cómo transgredir una ley que no ha sido reglamentada aún? Ea pues: ¿para qué dar más vueltas en torno a la roca o a la encina?: una ley precede al acto que la transgrede, y la trasgresión es tal por causa de una ley (natural o convencional) previamente estatuida[8]. De hecho, que “apenas admitida en su estatuto exepcional, la obra (transgresora) se convierta, a su vez, (…) en una regla” implica que sólo entonces podrá ser, a su vez, transgredida, pero nunca antes, puesto que todavía no se ha convertido en regla: hete aquí la flagrante contradicción del pretendido argumento, ya que no es la trangresión la que permite la regla, sino que la reglamentación precede siempre a la aberración, y, por ende, la permite.
Sea como fuere, el hecho es que tal vez Todorov jamás aceptara que “la ley antigua es la mejor”[9], pues “no conjetura, cual un hombre razonable, lo nuevo por lo de antaño”[10], y tal vez nadie le reprendió con poderosa voz, mirándole a los ojos, para advertirle de que “no se debe en absoluto promover desórdenes, sino servirse de las leyes antiguas”[11], y seguramente por ello es por lo que concluyó indolentemente, incluso quizá con cierta satisfacción, que “la obra (transgresora) se convierte, a su vez, gracias al éxito editorial y a la atención de los críticos, en una regla”. En efecto, Tzvetan, en la era moderna ya no se canoniza una obra gracias a los canales tradicionales, esto es, a través de la comunidad, que otrora refrendaba las obras de sus poetas cantándolas con gozo en fiestas, ritos, certámenes, incluso durante las actividades más cotidianas, legándolas así a la posteridad, sino mediante canales industriales, Tzvetan, esto es, a través del ánimo de lucro de las corporaciones editoras, a través de complejas estrategias mercantilistas y a través de los aparatos de publicidad masivos.
En fin, si esto sucediera así y uno fuere testigo de ello, ¿cómo honestamente podría, ante la desmesurada proliferación de nuevos géneros y subgéneros literarios acaecida desde época moderna, evitar denominar a este proceso ‘la degeneración de la literatura’, o, incluso, ‘el fin de los géneros literarios’? ¿Cómo? Ciertamente, y si esto fuera así y uno fuere testigo de ello, debería proclamar con las entrañas serenas que “ninguna institución ha surgido peor para los hombres que el dinero: él saquea las ciudades y hace salir a los hombres de sus hogares; él instruye y trastoca los pensamientos nobles de los hombres para convertirlos en vergonzosas acciones; él enseñó a los hombres a cometer felonías y a conocer la impiedad de toda acción”[12], y ello también respecto de la poesía: aquel arte que el dinero convirtió en literatura; como consecuencia, pues, “las corrientes de los ríos remontan a sus fuentes y la justicia y todo está alterado: entre los hombres imperan las decisiones engañosas y la fe en los dioses ya no es firme”[13]: ahora se antepone la anécdota a la categoría, el modo al objeto, la forma al contenido, la novedad a la tradición, la transgresión a la regla, la obra se antepone al género, el yo se antepone a la colectividad y todo se ha trastocado ya.
Escucha Tzvetan, y tú grábatelo en tus mientes: “cuando a la constelación del «yo-aquí-ahora» se le atribuye un lugar tan excepcional,” no solamente “podemos preguntarnos si la ilusión egocéntrica no tiene nada que ver con ello”[14], sino que ‘debemos denunciar que la ilusión egocéntrica tiene mucho que ver con ello’, y dejar atrás la indolencia y la pusilanimidad tan propias de esta nuestra era moderna.
[1] Tzvetan Todorov El origen de los géneros (capítulo II); ed. Seuil 1987. Traducción de Antonio Fernández Ferrer.
[2] Esopo Fábula 95 BCG.
[3] Tzvetan Todorov El origen de los géneros (capítulo II); ed. Seuil 1987. Traducción de Antonio Fernández Ferrer.
[4] Tzvetan Todorov El origen de los géneros (capítulo II); ed. Seuil 1987. Traducción de Antonio Fernández Ferrer.
[5] Tzvetan Todorov El origen de los géneros (capítulo I); ed. Seuil 1987. Traducción de Antonio Fernández Ferrer.
[6] En realidad, que una obra no siga los caracteres apropiados a un género concreto la sitúa de facto fuera de dicho género, ya sea por un proceso de sublimación de dichos caracteres (superación) o bien por un proceso de aberración de los mismos (degeneración).
[7] Pitágoras Samio (fr.256 BCG).
[8] En caso de ser transgredida por aberración (degeneración), la ley no sufre menoscabo, sino la concordia de la ciudad, en primera instancia, y su trasgresor, en último término; y así como una obra aberrante se sitúa de facto fuera de los géneros nobles y lejos de los cánones de lo sublime (propiedades genéricas), un transgresor de la ley se sitúa fuera de su comunidad ―en caso de transgredir una ley convencional― y lejos de los favores de los dioses ―en caso de transgredir una ley natural―.
[9] Hesíodo fr.322 BCG.
[10] Sófocles Edipo Rey 915-916.
[11] Jenofonte Helénicas II 4,42.
[12] Sófocles Antígona 295-301.
[13] Eurípides Medea 410-414.
[14] Tzvetan Todorov El origen de los géneros (capítulo I); ed. Seuil 1987. Traducción de Antonio Fernández Ferrer.
Fuente: Tres Artículos Literarios (Marco Pagano 2006) Artículos relacionados: https://creatumejortu.com/la-solucion-al-problema-de-los-generos-discursivos https://creatumejortu.com/la-melica-reina-de-la-triada-clasica
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