Reescribiremos la historia, historia llena de vuestras mentiras y distorsiones heterosexuales».
Manifiesto gay (1987)
Hoy todo el mundo asume que los antiguos griegos eran una panda de mariconas redomadas; por ello, en este artículo nos ocuparemos de la mentira de que la homosexualidad formaba sistemáticamente parte de la sociedad griega, y de que la pedofilia era una práctica común y socialmente aceptada.
Efectivamente hubo homosexuales en Grecia, pero como se verá, que haya habido homosexuales no significa que haya sido una ‘práctica habitual’, ni mucho menos que la pedofilia fuese una ‘institución social’, como han llegado a afirmar disparatadamente algunos autores, difamando y ensuciando la historia de todo un país. Y es que es detestable que se utilice la mitología de hace milenios para legitimar fenómenos decadentes de la vida moderna y sólo moderna: la brutal propaganda de los estados modernos pretende presentar a la antigua Grecia como la tierra prometida de los gays, una suerte de paraíso homosexual. Por ejemplo: la película Alejandro Magno se mostró sólo 4 días en Grecia y fue un fracaso absoluto: los griegos conocen su propia historia como la palma de su mano, se han leído bien todos los libros (en griego antiguo inclusive) y saben lo que hay, como para que ahora vengan cuatro escritores neoyorkinos a explicarles cómo era su propio país.
Se recurrirá en este artículo a fuentes griegas para demostrar que la homosexualidad en la antigua Grecia no era, ni de lejos, un fenómeno social extendido y aceptado. Escaparemos, pues, de la tiranía del pensamiento único y de los intereses que, siguiendo una agenda criminal impuesta desde los estados modernos, intentan hacer creer a todo el planeta que Grecia, una de las civilizaciones más interesantes que haya existido, estaba basada en la homosexualidad, y examinaremos la evidencia que hay para llegar a una conclusión personal, despojada de cualquier influencia que no provenga de la misma Grecia antigua.
EL ORIGEN DE LA MENTIRA
La primera ‘coincidencia’ que clama al cielo es que casi todos los ‘expertos’, de los que han reclamado una extensión endémica de la pedofilia homosexual en Grecia, por cierto, fueron o son homosexuales ellos mismos. Esto no es asunto menor, ya que implica necesariamente que las perspectivas de tales autores están inevitablemente influenciadas por sus tendencias personales, y por su deseo desesperado de legitimar su opción sexual minoritaria en un entorno ‘hostil’, ya que se quiera o no la mayor parte de la población es incurablemente heterosexual.
Hablamos, por ejemplo, de ‘expertos’ de la talla de Walter Pater, Michel Foucault, John Boswell, John Winkler, David Halperin y Kenneth James Dover, quienes, al parecer, vivieron en sus mentes una serie de fantasías a costa de la historia griega. Quien lo empezó todo fue precisamente Walter Pater, profesor de Oxford. Por alguna extraña casualidad él, y todo su círculo de seguidores, eran homosexuales (por ejemplo, Pater fue mentor de Oscar Wilde, el conocido poeta inglés), y por tanto, no sorprende que extrapolase las relaciones sodomitas que mantenía con sus alumnos, a las relaciones de entrenamiento maestro-alumno en Grecia, y más cuando había sido abandonado por su mentor veterano, Benjamin Jowett, debido a un escandaloso lío que Pater mantuvo con un tal William Money Hardinge, un estudiante de 19 años que había atraído hacia sí la atención pública de la facultad presumiendo de su homosexualidad. De entre todos, probablemente el argumento más desviado y disparatado de Pater sea que el ‘amor platónico’ no tenía nada que ver con Psiqué, sino que era algo puramente sexual.
El origen de la mentira de la homosexualidad griega y el ‘aprendizaje por pederastia’ se remonta a este hombre, Walter Pater, un profesor de Oxford conocido por su homosexualidad y por sus líos con alumnos, como por ejemplo William M. Hardinge o el famoso poeta Oscar Wilde. Esta camarilla de victorianos decadentes es la responsable de haber acomodado la historia griega a sus fantasías personales, siendo su obra jaleada un siglo después con el advenimiento de otra oleada de autores ―’casualmente’, todos o casi todos, homosexuales reconocidos― que retomaron su causa durante la época hippie.
En sus escritos, dichos autores son prudentes, usando siempre frases cautas y ambiguas como ‘parece ser’, ‘es posible que’, ‘tiene aspecto de’, para crear el margen necesario en donde maniobrar con su propia visión, tendente siempre a ver signos homosexuales donde no los hay.
Desde que esos autores escribieron sus teorías, principalmente a finales del siglo XIX y luego durante la oleada hippie-izquierdista a partir del 1968, nadie ha aportado nada nuevo, simplemente todas las revistas y todos los tentáculos de los medios de comunicación, muy volcados en derrocar cualquier cosa tradicional, repitieron lo que dichos autores habían escrito. Toda la información que plaga internet, y que se limita a aseverar gratuitamente que ‘los griegos eran homosexuales’, procede simplemente de gente que se limita a repetir lo que otros escribieron, y que realmente no llegan a conclusiones por su propio pie.
HOMOSEXUALIDAD EN GRECIA: INTRODUCCIÓN
Primero: los griegos, particularmente los de herencia jonia (como los atenienses), quienes estaban más influidos por las costumbres orientales, tendían a recluir mucho a sus mujeres y apartarlas de la vida pública, suprimiendo la imagen femenina, cosa que fue bastante bien satirizada por el historiador Indro Montanelli. Esta situación no era panhelénica, ya que en la Esparta doria las mujeres tenían una libertad realmente notable, pero, en todo caso, los vínculos personales más fuertes solían darse entre hombres, como veremos más abajo.
Segundo: los griegos ―y en esto coincidían todos― admiraban la belleza sin importar dónde se manifestase ésta, fuese en hombres o en mujeres, pero de ahí a que tradujesen siempre tal atracción en actos sexuales hay un buen trecho, como veremos después.
Tercero: En un pueblo que daba tanta importancia al entrenamiento deportivo, al combate y a la camaradería, era normal que, en el seno de aventuras y grandes batallas lejos del hogar, se forjasen vínculos extremadamente profundos entre hombres, vínculos raramente comprendidos por una sociedad pacifista, afeminada y sedentaria como la nuestra, pero que en todo caso no iban más allá de una sólida hermandad. A pesar de la enorme importancia que tenía la relación maestro-discípulo en Grecia, y de que, a no dudarlo, con el advenimiento de la decadencia algunas de estas relaciones quizás degeneraron en homosexualidad, enseguida veremos que no pocos Estados tomaron medidas para salvaguardar la sacralidad de esta institución educativa.
Cuarto: Hoy en día el ideal de belleza del imaginario colectivo es la mujer de treinta y tantos años (lo cual no convierte en lesbianas a todas las mujeres). En Grecia, el ideal de belleza era el muchacho que se hallaba entre la adolescencia y la madurez, ya que se consideraba que era el único tipo humano que combinaba una vida de violento ejercicio al aire libre, con la salud de la juventud y la fuerza de la masculinidad.
Y quinto: los vocablos griegos para designar al maestro iniciador y al joven iniciado que aspiraba a convertirse en hombre, eran respectivamente erastes y eromenos, lo cual, traducido literalmente, sería algo así como ‘amante’ y ‘amado’; sin embargo, como veremos enseguida, la mentalidad de la Antigüedad distinguía claramente entre el amor carnal (Afrodita Pandemo) y el amor espiritual (Afrodita Urania), y estas relaciones estaban fundamentadas en el segundo, considerado más elevado, más desinteresado, disociado de lo carnal, y más capaz de inculcar virtud y sabiduría. Y es que en Grecia se pensaba que un hombre joven necesitaba la tutela y el consejo de uno mayor para llegar a ser sabio en la vida o excelso en el deporte, en la caza y en el combate.
Si existía un lugar donde la conducta disonante del sodomita estaba mal vista, era sin duda en las asociaciones de cazadores y soldados del pasado remoto, donde el trabajo en equipo, la hermandad, el deber y la camaradería del honor predominaban sobre los instintos individuales, los cuales se descargaban en combate o con mujeres, a menudo capturadas y tomadas por la fuerza. El mejor documento para familiarizarse con la mentalidad, la psicología y el modo de vida de una hermandad viril del pasado, es sin duda la Ilíada de Homero, la gran epopeya por excelencia del mundo griego, y en donde se relatan tradiciones que se remontan al mismísimo Paleolítico.
Como ya se ha dejado claro, este artículo no tiene por objetivo negar que existía homosexualidad en Grecia (si se promulgaron leyes en su contra, es porque se dieron casos), ni que todos los factores expuestos se prestaban a devenir con el paso de los siglos ―especialmente bajo condiciones de decadencia y olvido de la tradición ancestral―, en relaciones sexuales entre hombres. Lo que sí se niega en este artículo es que estas relaciones fuesen endémicas, normales y socialmente aceptadas y ‘reguladas’, o que tuviesen nada que ver con la tradición griega originaria.
Dicho todo esto, comencemos a desmenuzar la mentira.
APODOS PARA LOS HOMOSEXUALES EN LA ANTIGUA GRECIA: EL AIDÓS
En la Grecia antigua no existían palabros modernos como ‘homosexual’, ‘gay’ o ‘heterosexual’, sin embargo para los homosexuales se reservaban una serie de vocablos, generalmente de significado altamente infamante e indignante:
- -Eurýproktos (εὐρύπρωκτος): de ano ancho.
- -Lakkóproktos (λακκόπρωκτος): ano abismal.
- -Katapýgon (καταπύγων), katáproktos (κατάπρωκτος): culo-abierto, homosexual pasivo.
- -Arrenokoítes (ἀρρενοκοίτης): homosexual activo.
- -Marikás (μαρικάς): corrompido, vicioso.
- -Andrógynοs (ἀνδρόγυνος): afeminado.
- -Kínaidos (κίναιδος): desvergonzado, causador de vergüenza. Deriva de κινέω(mover) y αἰδώς (vergüenza, pudor, respeto, modestia).
Como veremos, el problema de faltar al Aidós es que siempre va acompañado de la cruel Némesis (Castigo), una divinidad vengadora que encaja bien en la noción de ‘karma’ o de castigo por los pecados, y que revela que los griegos pensaban que todo aquel que hubiese incurrido en relaciones homosexuales, de hecho, tenía una espada de Damocles pendiendo sobre su cabeza, para caer tarde o temprano.
Otro asunto aparte es que, en una cultura europea pagana donde cada actividad, cada oficio, cada momento de la vida, tiene su propio dios, patrón o protector, uno esperaría encontrar ―en una sociedad donde supuestamente la homosexualidad campa a sus anchas―, una divinidad, un numen o un espíritu de algún tipo, que se ocupase de la homosexualidad, pero es que no lo hay. O mejor dicho, sí lo hay: se trata de los sátiros, daímones que llevaban al cabo todas las perversiones imaginables para la mente humana, y que en Grecia no gozaban precisamente de buena fama.
Por otro lado, en una civilización que concede estatus regular a la homosexualidad, y que la favorece por encima de la heterosexualidad, uno esperaría que el erotismo estuviese personificado en una divinidad representada por un muchacho joven, pero la realidad, de nuevo, no es tal: la diosa del amor, la traedora de Eros y de todas aquellas cosas que hacen perder la cabeza a los hombres, es Afrodita, el arquetipo de la hembra alfa.
EL MITO DE LAYO COMO EJEMPLO DE AIDÓS EN ACCIÓN
El mito de Layo es un ejemplo perfecto de lo que pasa si se insulta a Aidós (Decencia) atrayendo Hybris (Desenfreno) y provocando la Némesis o venganza. Comenzaremos hablando sobre el primer pederasta de la mitología griega, Layo, y veremos qué es lo que sucede tras su crímen moral.
Layo (del griego Λάϊος o ‘zurdo’), era del linaje real de la ciudad de Tebas, pero cuando le correspondió ocupar el trono, sus primos lo usurparon y tuvo que exiliarse a Pisa, donde el rey Pélope (de cuyo nombre procede el ‘Peloponeso’) lo acogió como huésped. Pélope quiso que Layo le enseñase a su hijo Crisipo a conducir caballos, con lo cual le ‘asigna’ al niño para formar una pareja maestro-alumno; sin embargo, Layo profana la sacralidad y el carácter noble de esa relación y abusa sexualmente del pobre chaval. Éste, por pura vergüenza (Aidós) se termina suicidando. La inaudita transgresión de Layo acarrea sobre él la venganza divina (la Némesis), potencia supranatural que se ocupará de castigar el crímen moral de Layo. Los dioses traman un plan para canalizar su cólera ante el crímen, a la vez que dan ejemplo para el resto de los mortales, castigando tan baja perversión con la condena a todo el linaje de Layo a desaparecer para siempre en un baño de sangre.
La maldición comienza cuando los dioses mandan la Esfinge a Tebas. Este ser, con cuerpo de león, cabeza de mujer y alas de pájaro, se dedica a sembrar el terror por los campos tebanos, destruyendo las cosechas y estrangulando a todos los que son incapaces de resolver sus acertijos. Layo se termina casando con Yocasta, pero el oráculo de Delfos le advierte de que no tenga progenie, porque sería un varón que mataría a su padre y se casaría con su madre. Moira (el destino) no se puede evitar, así que la profecía se cumple: Edipo, quien había sido mandado lejos de su familia, mata a su padre sin saber quién era y, por haber salvado a Tebas de la esfinge, se casa con su madre, la reina Yocasta, haciéndose rey de Tebas hasta que, cuando finalmente se conocen los hechos, por vergüenza, Yocasta se ahorca y el propio Edipo se saca los ojos. En cuanto a los hijos que habían nacido de este casamiento incestuoso, dos de ellos, Etéocles y Polinices, se matan en combate el uno al otro, mientras que las hijas, Antígona e Ismele, son condenadas a muerte. La calamidad les estaba prescrita por culpa de Layo, su malvado abuelo.
En lo que respecta al asunto de la homosexualidad en este mito, habría que hacerse varias preguntas. ¿Por qué en el mito Crisipo se suicida, si el sexo entre maestro y alumno era tan normal en la antigua Grecia? ¿Por qué Zeus manda a la Esfinge a Tebas como castigo al acto homosexual entre un maestro y su alumno, si la homosexualidad era realmente bien vista normal en la antigua Grecia? ¿Por qué el linaje de Layo pasa a estar maldito y condenado a desaparecer, si fuera algo bien visto y normal en la antigua Grecia? Este mito, claramente, fue ideado para prevenir contra la homosexualidad y contra quienes se alzan ingratos contra la hospitalidad de sus anfitriones, profanando suciamente la dignidad de niños inocentes. Y es que del mito de Layo y Edipo pueden sacarse bastantes conclusiones de provecho. Por un lado, que la aberración siempre es castigada por los dioses tarde o temprano, téngase conocimiento de ella o no, y que lal contravención del Aidós (Vergüenza) siempre dará lugar, tarde o temprano, a la venganza ‘kármica’ de Némesis. Por otro lado, el mito enseña también que los pecados de los padres se pagan, al menos, hasta la tercera generación. Y, por último, que los seres malignos y los monstruos (como la Esfinge) son los hijos de la traición y del crímen moral, creados por las transgresiones de los humanos.
Cuando pensamos que este mito era una tradición transmitida oralmente de generación a generación, y representada teatralmente año tras año en una civilización que concedía extrema importancia al estar en paz con los dioses (las virtudes morales de la comunidad deificadas), resulta difícil pensar que los griegos ―particularmente los tebanos, en cuya polis había tenido lugar el mito de Layo― se hiciesen kinaidós (homosexuales) a escala masiva, que es lo que pretenden dar a entender los adoctrinadores oficiales de la Modernidad.
Por esa razón, deberíamos ahora dirigir nuestra atención hacia la Banda Sagrada, un cuerpo de élite del ejército tebano formado por Epaminondas y Górgidas en el 378 a.M.[1], que acabaría derrotando y ocupando la misma Esparta, y que, según ciertos autores, estaba formada por 150 parejas homosexuales. Se cree que existe una alusión a la Banda Sagrada en el Banquete de Platón (178e), cuando se habla de la conveniencia de tener «un ejército de amantes y amados». Si examinamos la fuente original de la frase, nos encontramos con el griego “γενέσθαι ἢ στρατόπεδον ἐραστῶν τε καὶ παιδικῶν”, en la que la palabra erόmenos no aparece por ningún lado, sino que aparece paidikόn, es decir, ‘muchachos’. Lo que los pseudoexpertos han fallado en mencionar es que la innovación de Epaminondas consistió en modificar las tácticas de combate de su ejército. Antaño, los jóvenes la línea frontal, y los veteranos la línea trasera. Lo que hizo Epaminondas fue mezclarlos por igual en todas las líneas, combinando a partes iguales la veteranía con el arrojo. Por lo demás, como en tantos otros casos, no hay ninguna prueba de homosexualidad en estas ‘parejas de batalla’, que se equiparan con el binomio de combate de la Infantería Ligera de nuestros días, o con la ya mencionada institución de maestro-alumno, de carácter sagrado y educativo, no sexual.
Como confirmación, el año 338 a.M., tras la Batalla de Queronea el rey Filipo de Macedonia, padre de Alejandro Magno, contemplaba sobre los campos los cuerpos sin vida de soldados tebanos que habían luchado heroicamente hasta la muerte. Tras mirarlos largo tiempo, exclamó «¡Que perezcan miserablemente quienes piensen que estos hombres hicieron o sufrieron cualquier cosa vergonzosa!».
Otra cita referente al caso de Layo la tenemos en las Leyes de Platón (836c), cuando el anciano ateniense, representante de las opiniones platónicas, habla de «la costumbre que estaba vigente antes de Layo” y dice que es correcto “no mantener relaciones carnales con jóvenes varones como si fueran mujeres, apoyándose en el testimonio de la naturaleza de los animales y mostrando que el macho no toca al macho con este fin porque eso no se adecúa a la Naturaleza«. Layo sería visto aquí, pues, como el que transtornó la ley natural contraviniendo a los dioses, a las leyes naturales, y a la moral de los ancestros. El ateniense defiende la idea de que la ley no debe ser benevolente para con la homosexualidad, ya que ésta no inculca autocontrol en el alma del ‘activo’ (a quien se acusa de lascivia) ni valor en el alma del ‘pasivo’ (a quien se acusa de imitar antinaturalmente el papel femenino).
HOMOFOBIA EN LAS LEYES Y LA MORALIDAD GRIEGAS
A continuación, veremos una serie de citas que atestiguan una clara heterofilia, certificando que hubo polis griegas, y de las más importantes, que prohibieron la homosexualidad con penas durísimas, y que en tal caso, mal se puede hablar de que la homosexualidad estaba ‘comúnmente aceptada’, o que constituía una ‘institución social’, como nos hacen creer el sistema educativo y los medios de propaganda de la Modernidad.
En su Contra Timarco, el orador Esquines nos relata las famosas Leyes de Solón, entre las cuales hay una que nos interesa por su heterofilia:
Si algún ateniense tiene compañía del mismo sexo, no se le permitirá:
-Convertirse en uno de los nueve arcontes.
– Desempeñar el trabajo de sacerdote.
– Actuar como magistrado del Estado.
-Desempeñar cargo público alguno, ni en el hogar ni en el extranjero, ya sea por elección o por sorteo.
-Ser mandado como heraldo.
-Tomar parte en debates.
-Estar presente en los sacrificios públicos.
-Entrar en los límites de un espacio que ha sido purificado para la congregación del Pueblo.
-Si alguien que se ha involucrado en actividades sexuales ilegales como las descritas, o ejerce una de estas actividades, será ejecutado«.
El discurso de Esquines invita a los jueces a recordar a sus antepasados atenienses, ‘severos hacia toda conducta vergonzosa’, y que consideraban preciada la pureza de sus hijos y sus conciudadanos. Asimismo, elogia las radicales medidas espartanas contra la homosexualidad, mencionando el dicho según el cual «es bueno imitar la virtud, aunque sea en un extranjero».
Como se ve, esta ley de la presuntamente ‘progresista’ y ‘avanzada’ democracia ateniense, hoy en día sería calificada de homófoba y fascista, y es una de las muchas razones por las cuales deberíamos mostrarnos irónicos cuando la ‘democracia’ actual intenta ver sus raíces en Grecia: incluso Atenas, acaso el Estado griego más ‘liberal’, sólo permitía votar exclusivamente a los ciudadanos, es decir, a varones mayores de edad descendientes de las familias autóctonas, que hubiesen superado durísimas pruebas físicas y que estuvieran dispuestos a salvaguardar la integridad de la polis ateniense con sus armas y con su sangre.
Por su parte, Demóstenes, un político y orador ateniense, enumera alguna medida homófoba similar en su Contra Androcio (párrafo 30), cuando especifica que quienes hayan tomado parte en actos homosexuales «no tendrán el derecho a hablar [en público] ni a presentar un caso ante un juzgado».
La conclusión derivada inevitablemente de estas citas es que a los homosexuales atenienses que eran reconocidos, se les privaba de asistir a eventos políticos, culturales, religiosos o populares de cualquier tipo, y se convertían en ciudadanos de segunda o ‘metecos’.
Resulta curioso como los pro-homosexuales citan a Platón como referente de la homosexualidad en Grecia; de hecho, Platón muy a menudo elogia las leyes y normas espartanas (que como veremos eran heterófilas, ‘autoritarias’ y ‘fascistas’) y, por otro, el gran filósofo ateniense recurre constantemente a la importancia de la continencia, la abstinencia, la moderación, el autodominio y la mesura; hasta tal punto otorga importancia al control de los instintos y del placer, que cualquier moderno liberal de hoy en día lo consideraría un ‘rancio’ de la vida. De hecho aún en la actualidad se sigue considerando al ‘amor platónico’ como un amor ideal, puro, desprovisto de carácter sexual.
Si entramos en las Leyes de Platón (636c) nos encontramos con esto:
Cuando el varón se une con la mujer para procrear, el placer experimentado se supone debido a la naturaleza, pero es contrario a la naturaleza cuando un varón se aparea con un varón, o una mujer con una mujer, y aquellos culpables de tales enormidades están impulsados por su esclavitud al placer. Todos censuramos a los cretenses por haber inventado el mito de Ganímedes”.
Por su parte, Plutarco, un autor ya posterior, contrasta en su Erótica 751c-e la unión natural entre hombre y mujer respecto de la ‘unión con hombres, contraria a la Naturaleza’, y unas líneas después dice de nuevo que quienes ‘cohabitan con hombres’ lo hacen «para physin», es decir, contra la Naturaleza.
Otro escritor ya de la época romana, Luciano de Samósata, en su obra Amores (párrafos 19 y 20), tiene numerosas perlas heterófilas, entre las que se pueden destacar algunas, aunque lo recomendable es leer la obra entera, que es un debate entre el amor por varones y el amor por mujeres, en el que el autor se posiciona claramente a favor del ‘divino Platón’ y de la opción heterosexual:
Puesto que una cosa no puede nacer de una sola fuente, a cada especie ella (la madre Naturaleza) nos ha dotado de dos géneros, el macho, a quien ha dado el principio de la semilla, y la hembra, a la que ha moldeado como recipiente para dicha semilla. Ella los junta por medio del deseo, y une a ambos de acuerdo con la saludable necesidad, para que, permaneciendo en sus límites naturales, la mujer no pretenda haberse convertido en hombre, ni el hombre devenga indecentemente afeminado. Es así como las uniones de hombres con mujeres han perpetuado la raza humana hasta el día de hoy”.
[…]
“En el principio, cuando los hombres vivían imbuídos con sentimientos dignos de héroes, honraban aquella virtud que nos hace semejantes a los dioses; obedecían las leyes fijadas por la Naturaleza y, juntándose con una mujer de edad apropiada, padreaban niños virtuosos. Pero poco a poco la raza cayó desde esas alturas al abismo de la lujuria, y buscó placer por caminos nuevos y errantes. Finalmente, la concupiscencia, atravesando todas las barreras, transgredió las mismísimas leyes de la Naturaleza. Más aun, el primer hombre que miró a su semejante como si de una mujer se tratara, ¿podría haber recurrido a la violencia tiránica, o al engaño? Dos seres del mismo sexo se encontraron en una cama; cuando miraron el uno al otro, ninguno de los dos se sonrojó por lo que uno hizo al otro, o por lo que había sufrido que le hicieran, sembrando su semilla (como dice el dicho) sobre rocas estériles, trocaron un ligero placer por una gran desgracia”.
Podríamos continuar diciendo que en no pocas comedias teatrales (como por ejemplo en Aristófanes) se utiliza un lenguaje extremadamente soez para despreciar a los homosexuales, especialmente a los que toman el papel pasivo del katáproktos.
Sin embargo, toda la homofobia que hemos visto en este apartado palidece ante las leyes de la que era, con diferencia, la más heterófila y religiosa de todas las polis griegas: Esparta.
“Las disposiciones espartanas sobre los placeres me parecen ser las más bellas existentes entre los hombres” (Megilo).
Leyes de Platón, 637a
El caso de Esparta es particularmente sangrante, porque existiendo evidencias sólidas de homofobia, algunos autores homosexuales han pretendido obviarlas y, confiando ciegamente en la incultura de sus lectores, vendernos a Esparta como otro paraíso homosexual. Vayamos a un fragmento del Capítulo 14 del libro Esparta y su Ley (Eduardo Velasco, 2012):
El ritmo de vida que llevaba el varón espartano era de una intensidad como para matar a una manada de rinocerontes, y ni siquiera las mujeres de Esparta hubiesen podido soportarlo. Así pues, el mundo de la milicia espartana era en sí mismo todo un universo —un universo de hombres. Por otro lado, la intensa relación afectiva, el culto a la virilidad y la camaradería que se daba entre los componentes del binomio, entre maestro-alumno, en la falange de combate y en toda la sociedad —y que los débiles de nuestros tiempos no entienden ni podrán entender jamás—, sirvió para alimentar en nuestros días el falso mito de la homosexualidad espartana. Y esto a pesar de que los componentes del binomio eran considerados hermanos, pues a cada espartano le habían inculcado que cada varón de su generación era hermano suyo”.
Sobre esto, escribió Jenofonte:
“Si alguien, siendo un hombre honesto, admiraba el alma de un muchacho e intentaba hacer de él un amigo ideal sin reproche y asociarse con él, aprobaba, y creía en la excelencia de este tipo de entrenamiento. Pero si estaba claro que el motivo de la atracción era la belleza exterior del muchacho, prohibía la conexión como una abominación, y así ‘erastés’ y ‘erómenos’ [1] se abstenían de los muchachos no menos de lo que los padres se abstienen de relaciones carnales con sus hijos, o hermanos y hermanas entre ellos” .
Constitución de los lacedemonios II 13
Aquí hemos vemos como tal relación entre hombre y adolescente en Esparta era del tipo maestro-alumno, fundada en el respeto y la admiración, y constituía un entrenamiento, un modo de aprender, una instrucción para la vida. La sacralidad de la relación maestro-alumno o instructor-aspirante, ha sido impugnada por la Modernidad, igual que la camaradería, tan común y reverenciada en la Antigüedad y actualmente casi extinta y desprestigiada; y sin embargo, ambos tipos de relaciones son el fundamento de la unidad de los ejércitos. Hoy en día, los niños crecen a la sombra de la influencia femenina de las maestras, incluso hasta la adolescencia. Es difícil saber hasta qué punto la falta de influencia masculina limita sus voluntades y sus ambiciones, convirtiéndoles en seres mansos, maleables y manipulables, que es lo que al Estado moderno le conviene.
Otros hablaron sobre la institución espartana del amor de maestro a discípulo, pero siempre dejaron claro que este amor era casto. El romano Aelio dijo que si dos hombres espartanos «sucumbían a la tentación y se permitían relaciones carnales, debían redimir la afrenta al honor de Esparta yéndose al exilio o acabando sus propias vidas». Ello supone que la pena por homosexualidad en Esparta era o la muerte o el exilio.
Tenemos otra muestra del carácter platónico de las relaciones maestro-alumno en Esparta en las Disertaciones (parrafo 20 sección ‘e’) de Máximo de Tiro, en las que escribe que «cualquier varón espartano que admira a un muchacho laconio, lo admira únicamente como admiraría una estatua muy hermosa. Pues placeres carnales de este tipo son acarreados sobre ellos por ‘Hybris’ y están prohibidos». ‘Hybris’ se consideraba un estado del alma o un demonio que precipitaba al hombre mortal hacia la soberbia, la prepotencia y la ignorancia para con los dioses y sus leyes, incitándole a cometer actos sacrílegos que atentan contra el orden natural. El mito de Layo y Edipo que ya hemos presentado es quizás el ejemplo perfecto de ‘Hybris’ absoluto (violar al hijo de un rey anfitrión, matar al padre, tener hijos con la madre) y de la relación kármica de este concepto de ‘crímen moral’ relacionado con el Aidós (Honor) y la Némesis (Castigo).
A pesar de cuanto hemos visto aquí, en Wikipedia hay toda una sección dedicada a la ‘pedofilia en Esparta’, y lo cómico del asunto es que los escritores (quienes son pro-pederastas ellos mismos) no dan jamás pruebas evidentes de homosexualidad (como se acaban de dar aquí pruebas evidentes de la homofobia espartana) ni mencionan fuentes originales (es más, las evitan a toda costa), sino que se dedican a deleitar su imaginación mediante la simple especulación barata, e imaginándose señales de homosexualidad donde cualquier persona sana y normal sólo ve amistad, camaradería, afecto y sí: amor, amantes y amados, pero en ningún caso amor carnal.
La mitología no hay que tomarla al pie de la letra porque no es ‘historia’ propiamente dicha, pero lo que sí hay que hacer es concederle la importancia que se merece, porque en ella vienen plasmadas las creencias, la mentalidad y el bagaje de valores de toda una civilización, y nos ofrece la clave de su psicología, de su imaginario colectivo, de sus ideales y de sus sentimientos, es decir, de lo que realmente movía a aquellos individuos de antaño.
AQUILES Y PATROCLO
Aquiles y Patroclo acaso son la presunta ‘pareja homosexual’ más conocida del mundo griego. Pues bien, ¿qué mejor fuente que la mismísima Ilíada, donde se narra la cólera de Aquiles contra Agamenón por haberle robado éste a Briseida, su esclava favorita, para empezar a desmontar este enorme bulo? Veamos entonces, sin más dilación, qué tiene que decirnos la Ilíada acerca de la supuesta homosexualidad de Aquiles y Patroclo.
Aquiles durmió en lo más retirado de la sólida tienda con una mujer que trajera de Lesbos: con Diomeda, hija de Forbante, la de hermosas mejillas. Y Patroclo se acostó junto a la pared opuesta, teniendo a su lado a Ifis, la de bella cintura, que le regalara Aquiles al tomar la excelsa Esciro, ciudad de Enieo”.
Canto ix
Después de leer estas ‘aladas palabras’, nosotros les preguntamos a todos los que defienden la supuesta homosexualidad de Aquiles y Patroclo sin más prueba que sus propios delirios: ¿dónde veis homosexualidad entre ambos héroes? Si Aquiles y Patroclo eran amantes, ¿por qué se acuestan cada uno en el lado opuesto de la tienda… con una mujer para cada uno? ¿Es que no deberían acostarse entre ellos? ¿Dónde veis que el amor de Aquiles y Patroclo sea algo sexual, más allá de una intensa amistad o amor camarada entre hermanos de armas?
Eso por no mencionar que el comportamiento de Aquiles en toda la saga de Troya es, hablando en plata, de macho alfa al cuadrado. Se precia de haber tomado, arrasado y saqueado numerosas ciudades, de matar a infinidad de hombres y de esclavizar y poseer a sus mujeres y a sus hijas. Monta en cólera cuando Agamenón se apropia de Briseida, su esclava favorita, y cuando los aqueos quieren que Aquiles vuelva a la lucha, no le tientan con jóvenes efebos, sino con infinidad de esclavas hermosas, vírgenes y ‘expertas en intachables labores’, además de otra serie de presentes materiales de gran valor que no vienen al caso.
Patroclo, mayor que él, y más prudente que él, es meramente su maestro y su iniciador además de su amigo, y la actitud que tiene con Aquiles es como la de un hermano mayor. La intensidad de las aventuras vividas en torno a la guerra habría forjado entre ellos un vínculo de camaradería y amistad especialmente intenso, cosa que queda muy clara cuando, a la muerte de Patroclo a manos del héroe troyano Héctor, Aquiles se hunde en la más profunda depresión. Se alega que la reacción de Aquiles es demasiado fuerte como para que se tratase de una relación de mera hermandad, pero más adelante en la Ilíada, el rey Príamo coge tan severa aflicción, cuando su hijo Héctor cae bajo la lanza de Aquiles, que se revuelca en los excrementos de los animales, lo que demuestra cómo para los griegos el amor erótico nada tenía que ver con la desesperación por la pérdida de un ser querido.
Se ve, en fin, que el ejemplo de Aquiles y Patroclo representa muy bien la imbecilidad generalizada en nuestra sociedad, y cómo los medios de comunicación y el lobby gay de Estados Unidos le toman el pelo descaradamente a la inculta y mal informada opinión pública occidental, abusando de ella mediante la práctica de la mentira.
ZEUS Y GANÍMEDES
Según ciertos círculos, Zeus y Ganímedes son otra de las parejas homosexuales por excelencia del panorama olímpico. Veamos el mito detenidamente.
Ganímedes era un príncipe troyano que, recién salido de la adolescencia, vivía una transitoria etapa de cazador-recolector en un entorno salvaje, cosa común en la Grecia tradicional como ritual de tránsito para marcar la llegada de la hombría. Impresionado por su porte, Zeus se convierte en águila y lo rapta en el monte Ida, llevándolo al Olimpo para ser el copero de los dioses.
¿Qué significa ‘copero’? ¿Stripper? ¿Gogó? ¿Gigoló ambulante quizás? Pues no. ‘Copero’, como su propio nombre apropiadamente indica, significa el que sirve las copas. Y sólo a un torpe se le podría ocurrir que los dioses y diosas hubieran querido que un jóven insulso les repartiera el néctar. Que los dioses buscasen a un ‘camarero’ lo más físicamente bello es bastante comprensible, ya que son los moradores del Olimpo. De hecho, de entre todos los pueblos, los griegos fueron con diferencia los que le concedían mayor importancia a la belleza y proporción física, relacionándola inevitablemente con la divinidad: por ello el joven más bello del mundo debía, por fuerza de atracción de lo semejante, ascender a la patria de los dioses y ser inmortal a su lado como uno más.
Lo que se pretende dejar claro con esto es que los autores que le colocan rápidamente la etiqueta de homosexual al mito de Ganímedes, desde su apartamento urbano sofisticado y del Siglo XXI, están incurriendo en un error garrafal: juzgar un mito que tiene milenios de antigüedad siquiendo patrones psicológicos de la mentalidad moderna.
Veamos, por si acaso, qué dice Homero al respecto de Ganímedes:
[…] Y éste dio el ser a tres hijos irreprensibles: Ilo, Asáraco y el deiforme Ganímedes, el más hermoso de los hombres, a quien arrebataron los dioses a causa de su belleza para que escanciara el néctar a Zeus y viviera con los inmortales”.
Ilíada
“Así, el prudente Zeus robó al rubio Ganímedes por su belleza, para que estuviera entre los inmortales y en la morada de Zeus escanciara a los dioses, ¡cosa admirable de ver! Ahora, honrado por los inmortales, saca el dulce néctar de una cratera de oro”.
Himno a Afrodita
¿Dónde están las señales de homosexualidad en este mito? En la mente de quienes se las inventaron de la nada, y de quienes se han tragado la mentira a pies juntillas y sin hacer preguntas. En ninguna parte del mito Zeus cohabita con él carnalmente, ni lo viola, ni le acosa, ni absolutamente nada por el estilo.
Los habrá que contesten, para justificarse o para darse importancia, que las señales están ocultas o en clave simbólica. Es bien sabido que a los homosexuales les encanta la ambigüedad, puesto que enciende su imaginación; por contra, la mitología griega es totalmente explícita cuando habla de estos temas: suele hablarse de ‘poseer’, ‘subir al lecho’, ‘unirse en el amor’, etc., y cuando hay alguna duda, el hecho de que se hayan engendrado hijos la despeja de modo definitivo. En esta leyenda, como en tantos otros supuestos ‘mitos homosexuales’ no tenemos absolutamente nada por el estilo. ¿Por qué iban los autores de tales mitos a cubrirlos de ambigüedad, y más si procedían de una sociedad en la que la homosexualidad ‘se aceptaba y se daba por hecho’? La respuesta es que la homosexualidad pedofílica está sólo en la imaginación de algunos de los homosexuales que han leído tales mitos, y que, subvencionados por los estados modernos, se han dedicado a difundirlo de un modo tan virulento que ahora cualquier persona sin criterio propio lo toma como una verdad.
Por lo demás, y como veremos enseguida, Zeus es un dios que rapta, viola, y se acuesta con docenas, por no decir cientos y miles de diosas y mujeres mortales, tras convertirse en toro, cisne, lluvia, rayo de sol, etc. En cada caso, acarrea los celos y la ira de Hera, su esposa, diosa del matrimonio monogámico que parece estar en conflicto con los insaciables impulsos poligámicos del omnipotente padre celeste procreador, cuyo comportamiento puede describirse quizás como ‘extremadamente heterosexual’.
APOLO Y JACINTO
En la mitología griega, Jacinto era un bello y fuerte príncipe espartano al que el dios Apolo había tomado bajo su protección para enseñarle a convertirse en un hombre. Según Filóstrato, Apolo enseñó a Jacinto a tirar con arco, a tocar la lira, a moverse y sobrevivir en bosques y montañas, y a destacar en las diversas disciplinas deportivas y gimnásticas, con lo cual queda claro su papel de maestro e iniciador, no sólo de Jacinto, sino de toda Esparta, ya que Jacinto fue transmitiendo a su vez los conocimientos adquiridos del dios a sus compatriotas. Durante una de estas prácticas, el dios y el muchacho estaban turnándose en el lanzamiento de disco. En un momento dado, Apolo lo lanzó demasiado fuerte y Jacinto, para impresionarlo, intentó atraparlo, pero al caer del cielo, el disco rebotó contra el suelo, lo alcanzó en la cabeza y lo mató. Apolo, afligido, no permitió que Hades reclamase al chaval, y con su sangre, creó la flor del jacinto.
¿Alguien ha visto homosexualidad explícita en el mito? ¿Hay alguna intervención de Eros o de Cupido? ¿Hay alguna cosa que sugiera que entre Jacinto y Apolo mediaba otra cosa que el amor que puedan profesarse dos buenos compañeros? Después de leer lo que tienen que decir al respecto de Jacinto autores como Heródoto, Pausanias, Luciano, Filóstrato y algunos otros, no se puede encontrar absolutamente nada que dé a entender amor erótico, sino una profunda amistad entre maestro y discípulo.
Sin embargo, para algunos el mito de Jacinto no sólo demuestra irrefutablemente homosexualidad pederástica y relaciones sexuales anales, sino que demuestra también que toda Esparta practicaba la pedofilia homosexual… ¡sólo porque la festividad de Jacinto era importante en Esparta! Como ya hemos visto, Esparta estaba lejos de ser un paraíso del arco iris y, además, el comportamiento de Apolo en la mitología griega es sin duda ‘poco gay’: entre otras cosas, es el dios que maldice al kinaidos Layo a instancias de Pélope.
Una versión alternativa explica que Céfiro, el viento del Oeste, bajó desde el Taigeto (el monte desde el cual los espartanos practicaban su eugenesia arrojando al vacío a todos los bebés que no eran sanos y fuertes) y desvió el disco por celos hacia Jacinto. Sin embargo, una vez más, no encontramos connotaciones homoeróticas por ningún sitio, como sí las encontramos en las relaciones entre Céfiro y la diosa Iris, de cuya unión nació precisamente Eros (según Alceo).
EL CASO DE ALEJANDRO MAGNO
Alejandro Magno es una figura manipulada hasta extremos inverosímiles. Los judíos reclamando que se postró en el templo de Salomón, la ex-república yugoslava de Macedonia afirmando que era eslavo, y ahora los homosexuales reivindicándolo como uno de los suyos. Por ello no es de extrañar que cuando salió la película «Alejandro Magno» en el 2004, un grupo de 25 abogados griegos amenazasen con denunciar a la Warner Bross y a Oliver Stone (el director de la película, hijo de un agente de bolsa judío de Nueva York) por distorsionar la historia a su conveniencia. En Grecia, la película estuvo en taquilla sólo 4 días y fue un completo fracaso.
Antes que nada, es preciso recordar que los hechos sobre Alejandro Magno, que han llegado hasta nuestros días, fueron escritos siglos después de muerto, y que por ello han de ser leídos con cautela. Sin embargo, como siempre, tenemos suficientes evidencias como para no tener que tragarnos lo que nos diga sobre un emperador macedonio el hijo de un capitalista sionista de Nueva York. Así, todas las fuentes coinciden en describir a Alejandro Magno como un hombre muy contenido sexualmente, y en modo alguno promiscuo. De hecho, Plutarco (Vida de Alejandro) nos explica cómo Alejandro se ofende cuando un comerciante le ofrece dos muchachos jóvenes:
Escribióle en una ocasión Filóxeno, general de la armada naval, al hallarse a sus órdenes un tarentino llamado Teodoro, que tenía de venta dos mozuelos de una belleza sobresaliente, preguntándole si los compraría. Alejandro se ofendió tanto ante la proposición, que exclamó muchas veces ante sus amigos en tono de pregunta: «¿Qué puede haber visto en mí Filóxeno de indecente y deshonesto para hacerse corredor de semejante mercadería?» E inmediatamente le respondió, con muchas injurias, que mandase al mercader tarentino al diablo, y su mercancía con él. Del mismo modo arremetió con severidad contra un joven llamado Hagnón, que le había escrito que quería comprar un muchacho llamado Cróbulo, famoso en la ciudad de Corinto por su belleza».
Plutarco Vida de Alejandro, capítulo XXII
En cuanto a su supuesto lío con su amigo Hefestión, de nuevo, no se encuentra absolutamente ninguna evidencia para suponer que los amigos de la infancia eran una pareja homosexual, y de hecho no existe historiador serio que afirme rotundamente que eran amantes, puesto que no hay dato alguno que lo sugiera y sería desacreditarse como historiador. Es más, de regreso a Susa, capital del Imperio persa, Alejandro dio a Hefestión por esposa a la princesa Dripetis, y él mismo desposó a Estatira, la hija mayor de Darío y hermana de Dripetis. También mantuvo relaciones con Barsine (quien le dio un hijo, Heracles) y con Roxana (‘la mujer más bella de Asia’), quien le dio un hijo póstumo, Alejandro.
En cuanto al famoso beso al eunuco Bagoas, que a menudo es citado como si eso constituyese una prueba de homosexualidad, de nuevo, nos encontramos con lo que pasa cuando se juzga una costumbre antigua con una vara de medir moderna: malentendido asegurado. Plutarco nos describe cómo Bagoas ganó un concurso de danza y baile, y cómo las tropas macedonias aclamaron pidiendo que Alejandro besase al muchacho en la mejilla, a lo que el emperador accedió. Para empezar, hay que dejar claro que este incidente tuvo lugar tras cruzar el desierto de Gedrosia, y que todos los presentes en la ceremonia, Bagoas incluído, eran supervivientes de esa marcha, con lo cual resulta normal esperar que los soldados pidiesen una señal de respeto hacia el muchacho cuando éste ganó el concurso. Pero lo más importante es el significado del beso. A lo largo y ancho del mundo, y ya no digamos a lo largo de la Historia, los besos han tenido significados de diversa índole. En Japón tradicionalmente el beso sólo era cosa de madre a hijo, mientras que en Occidente, el beso ha tenido connotaciones ceremoniales y públicas como saludo o como señal de respeto, por ejemplo, en Roma, besos en manos, mejilla o labios. En la antigua Persia, donde se encontraba Alejandro Magno, los hombres de rango similar se daban un beso en los labios, mientras que si había una diferencia de rango, el beso era en la mejilla. Así pues, lo que para nuestro contexto social sería ‘una mariconada’, en el suyo no lo era, y una vez más, no podemos juzgar una costumbre antigua ni sacar conclusiones de ella (como ‘eran homosexuales’) a base de razonar según los patrones psicológicos de una mentalidad moderna. Por lo demás, para sonsacar una relación sexual de un simple beso en la mejilla hay que echarle bastante fe, especialmente si es la única evidencia que se tiene.
En la parte II de este artículo, trataremos sobre el Banquete de Platón, el lesbianismo y las vasijas griegas representado actos homosexuales. Es necesario devolver la dignidad al pueblo antiguo griego en este respecto: basta de mentir.
[1] a.M. = antes de la Modernidad; d.M. = después de la Modernidad.
Parte II: https://creatumejortu.com/la-falsa-homosexualidad-griega-parte-ii-2 Fuente: http://europasoberana.blogspot.com/2013/05/homosexualidad-en-la-antigua-grecia-el.html
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