ASUNTO ‘IRREFUTABLE’ 1: EL BANQUETE DE PLATÓN
‘El Banquete’ es un diálogo filosófico en el que diversos participantes rinden tributo a Eros, el dios del amor, en forma de discurso ensalzándolo y aportando la visión que cada cual tiene del dios, con lo cual es una fuente de primera mano para conocer la mentalidad ateniense de la época (estamos hablando, en todo caso, del Siglo IV a.M., una etapa ya decadente hacia la Modernidad, es decir la dupla ‘Roma-Cristo’). Sin duda, todos los eruditos especialistas subvencionados que se dedican a dar conferencias y a vivir del cuento, apoyados por los estados modernos a los que les interesa menoscabar la fuerza rebelde de los grupos masculinos sobrios y austeros, para perpetuarse en el poder, sacan siempre a colación ‘El Banquete’ de Platón como ejemplo de que «la civilización griega era homosexual», basándose en algunas líneas halladas en ese libro, y así menoscabar el mejor ejemplo de rebeldía masculina y libertad popular de que disponemos los europeos.
Sin embargo, y desafortunadamente para los apóstoles de la homosexualidad griega, todo el mundo debería saber que los diálogos platónicos consistían a menudo en un debate que contrapone puntos de vista opuestos, representados por los participantes. La razón es que, para Platón, todas las partes debían estar presentes en un debate y tener la oportunidad de exponer y defender su punto de vista: así era la mentalidad popular sana y libre, antes de la imposición de Roma-Cristo. Hay personajes que representan ideas opuestas a las de Sócrates, precisamente con el objetivo de contrastar opiniones distintas, y por ello mismo no pueden ni deben citarse al tuntún como si las hubiese pronunciado el mismo Platón. Son obras filosóficas dramáticas (poesía), no ensayos filosóficos (literatura). Por estas razones, en cada cita, es preciso especificar quién la ha pronunciado e indagar sobre el personaje literario, para saber si representa un punto de vista afín al platónico (del cual Sócrates y otros son portavoces) u opuesto al mismo.
De la intervención de Pausanias se puede decir que él mismo debate diversas aproximaciones al tema, y que nunca menciona el amor carnal homosexual. Podemos destacar una cita relativamente contundente:«Sería preciso, incluso, que hubiera una ley que prohibiera enamorarse de los mancebos» (Banquete 181d).
En otra cita, reflexiona sobre por qué la relación entre maestro y alumno es necesaria y beneficiosa y no debería abolirse, diciendo que «uno puede contribuir en cuanto a inteligencia y virtud en general y el otro necesita hacer adquisiciones en cuanto a educación y saber en general». (Banquete 184d-e). En este caso, como en el espartano, se está hablando de una relación con vistas al perfeccionamiento personal y al entrenamiento, en la que la sabiduría de un hombre maduro ayuda a un muchacho a convertirse en hombre.
Después de estas citas bastante vagas, entra en escena Aristófanes, un personaje que no debería caer bien al buen platónico, ya que en su comedia ‘Nubes’, se burla abiertamente de Sócrates, y en «El Banquete» de Platón, el comediante es representado con una conducta excéntrica, acaso introducida por Platón como señal para dar a entender al lector que el punto de vista expresado por él no merece reverencia. Así, podemos leer:
“…me dijo Aristodemo que debía hablar Aristófanes, pero que al sobrevenirle casualmente un hipo, bien por exceso de comida o por alguna otra causa, y no poder hablar, le dijo al médico Erixímaco, que estaba reclinado en el asiento de al lado:
―Erixímaco, justo es que me quites el hipo o hables por mí hasta que se me pase.
Y Erixímaco le respondió:
―Pues haré las dos cosas. Hablaré, en efecto, en tu lugar y tú, cuando se te haya pasado, en el mío. Pero mientras hablo, posiblemente reteniendo la respiración mucho tiempo se te quiera pasar el hipo; en caso contrario, haz gárgaras con agua. Pero si es realmente muy fuerte, coge algo con lo que puedas irritar la nariz y estornuda. Si haces esto una o dos veces, por muy fuerte que sea, se te pasará”. (Banquete 185c-e).
Es tal el desconcierto que este pasaje siembra, que no pocos ríos de tinta han corrido especulando sobre su significado. Y es que la presentación que se hace de Aristófanes, que no puede hablar a causa de su hipo y debe cederle el turno a Erixímaco hasta que se le pase, es dudosa y algo cómica, por no hablar de que, en un acto ritualizado como lo era un diálogo filosófico, en el que cada intervención se consideraba rodeada de signos de los dioses para bien o para mal, el hipo de Aristófanes no constituye precisamente un buen augurio: para la moral antigua este suceso equivale a un ‘cállate’ de los dioses.
Cuando finalmente termina su hipo y le toca hablar, Aristófanes desarrolla un extravagante discurso sobre el andrógino, un ser esférico con ocho patas y dos caras, que se desplazaba rodando por el suelo, que reunía las condiciones sexuales de tanto varón como hembra, aunque algunos eran varón por ambos lados o hembra por ambos lados. Según el disparatado razonamiento de Aristófanes, estos seres desafiaron a los dioses y Zeus los hizo partir por la mitad, de modo que, haciendo inverosímiles cabriolas argumentativas e inventándose toda una mitología para justificar que a dos hombres les guste irse a la cama nos dice que:
“En consecuencia [de la partición del andrógino originario], cuantos hombres contienen un trazo de la sección de aquel ser de sexo común, que se llamaba Andrógino, son aficionados a las mujeres, y pertenece también a este género la mayoría de los bisexuales; y proceden también de él cuantas mujeres, a su vez, son aficionadas a los hombres y bisexuales. Pero cuantas mujeres contienen sección del Andrógino mujer, no prestan mucha atención a los hombres, sino que están más inclinadas a las mujeres, y de este género proceden también las lesbianas. Cuantos, por el contrario, son sección de varón, persiguen a los varones y, mientras son jóvenes, al ser rodajas de varón, aman a los hombres y se alegran de acostarse y abrazarse; éstos son los mejores de entre los jóvenes y adolescentes, ya que son los más viriles por naturaleza. Algunos dicen que son unos desvergonzados, pero se equivocan. Pues no hacen esto por desvergüenza, sino por audacia, hombría y masculinidad, abrazando lo que es similar a ellos” (Banquete 191d-192a).
Por la excentricidad de su propio discurso, no es de extrañar que Aristófanes ande incómodo, que en un momento dado ruegue «que no me interrumpa Erixímaco para burlarse de mi discurso» (Banquete 193b) y que poco después, finalice su intervención poco menos que pidiendo clemencia:
“Éste es, Erixímaco, mi discurso sobre Eros, distinto, por cierto, al tuyo. No lo ridiculices, como te pedí, para que oigamos también qué va a decir cada uno de los restantes o, más bien, cada uno de los otros dos, pues quedan Agatón y Sócrates» (Banquete 193d-e).
A pesar de que Aristófanes sólo representa un punto de vista de tantos, de que no es presentado en modo alguno como alguien fiable y de que él mismo es consciente de que se lo deja a huevo a los demás para burlarse de su discurso, los autores pro-teoría homosexual citan sus palabras sin más, como si representase el punto de vista del propio Platón.
Por su parte, del homenaje de Agatón a Eros podría acaso distinguirse una cita, en la que dice que «respecto a la procreación de todos los seres vivos, ¿quién negará que es por habilidad de Eros por la que nacen y crecen todos los seres?» (Banquete 197a), en la que, dejando caer que Eros es responsable de la procreación, deja también claro que el dios pertenece al ámbito del sexo heterosexual, que es el único capaz de engendrar nueva vida.
Sin embargo, la joya del ‘Banquete’ platónico es, sin lugar a dudas, y como siempre, la intervención de Sócrates, quien había sido el maestro de Platón. Sócrates cita el discurso que había escuchado años atrás de una mujer que él mismo considera como sabia, diciendo a sus interlocutores: «os contaré el discurso sobre Eros que oí un día de labios de una mujer de Mantinea, Diotima, que era sabia en éstas y otras muchas cosas» (Banquete 201d). Las palabras de Diotima, además de ser sumamente interesantes en cosas sobre el amor al margen del debate ‘hetero vs. homosexual’, contienen además una verdadera apología del amor heterosexual como acto creativo:
“―¿De qué manera y en qué actividad se podría llamar amor al ardor y esfuerzo de los que lo persiguen? ¿Cuál es justamente esta acción especial? ¿Puedes decirla?
―Si pudiera ―dije yo―, no estaría admirándote, Diotima, por tu sabiduría, ni hubiera venido una y otra vez a ti para aprender precisamente estas cosas.
―Pues yo te lo diré ―dijo ella―: esta acción especial es, efectivamente, una procreación en la belleza, tanto según el cuerpo como según el alma.
―Lo que realmente quieres decir ―dije yo― necesita adivinación, pues no lo entiendo.
―Pues te lo diré más claramente ―dijo ella―: impulso creador, Sócrates, tienen, en efecto, todos los hombres, no sólo según el cuerpo, sino también según el alma, y cuando se encuentran en cierta edad, nuestra naturaleza desea procrear. Pero no puede procrear en lo feo, sino sólo en lo bello. La unión de hombre y mujer es, efectivamente, procreación, y es una obra divina, pues la fecundidad y la reproducción es lo que de inmortal existe en el ser vivo, que es mortal” (Banquete 206bc).
De momento, Sócrates ha elogiado la sabiduría de la señora, mientras que ella ha hecho un canto al amor heterosexual como ‘obra divina’. Más adelante, se fija en la Naturaleza para sonsacar lecciones de conducta para los hombres civilizados:
“Si bien ―dijo― podía pensarse que los hombres hacen esto [los sacrificios asociados al apareamiento y el cuidado de la prole] por reflexión, respecto a los animales, sin embargo, ¿cuál podría ser la causa de semejantes disposiciones amorosas? ¿Puedes decírmela?
Y una vez más yo le decía que no sabía.
―¿Y piensas ―dijo ella― llegar a ser experto algún día en las cosas del amor, si no entiendes esto?
―Pues por eso precisamente, querida Diotima, como te dije antes, he venido a ti, consciente de que necesito maestros. Dime, por tanto, la causa de esto y de todo lo demás relacionado con las cosas del amor.
―Pues bien ―dijo―, si crees que el amor es por naturaleza amor de lo que repetidamente hemos convenido, no te extrañes, ya que en este caso, y por la misma razón que en el anterior, la naturaleza mortal busca, en la medida de lo posible, existir siempre y ser inmortal. Pero sólo puede serlo de esta manera: por medio de la procreación, porque siempre deja otro ser nuevo en lugar del viejo” (Banquete 207b-d).
Por si no ha quedado clara la actitud de Sócrates con Diotima cuando ante sus discípulos se refiere a ella como ‘sabia’, cuando elogia ‘su sabiduría’ ante ella, cuando admite que ella tiene más conocimiento que él mismo o cuando dice que ‘ha acudido a ella consciente de que necesita maestros’, valga el cierre que hace cuando reconoce que quedó «lleno de admiración» (Banquete 208b), llamándola en persona «sapientísima Diotima» y dirigiéndose de nuevo a sus discípulos diciéndoles «esto, Fedro, y demás amigos, dijo Diotima, y yo quedé convencido». (Banquete 212b).
Por tanto, tenemos a un lado a Aristófanes, un personaje que no puede hablar cuando le corresponde por tener hipo (por comer y/o beber demasiado rápido) que es conocido por haberse burlado de Sócrates en el pasado y que hace una enrevesada defensa de la homosexualidad y, a otro lado, tenemos a Diotima, una mujer que el mismísimo Sócrates llama ‘sapientísima’ y que hace un genial tributo a Eros ensalzando la unión de hombre y mujer como acto generador de nueva vida, y dejando claro que en el poder de procreación de tal unión radica su superioridad respecto a cualquier otra forma de amor. A estas alturas, no cabe duda de que Sócrates no está precisamente en la acera de enfrente. De hecho, el narrador nos muestra la incomodidad de Aristófanes cuando Sócrates concluyó su elogio a la heterosexualidad:
“Cuando Sócrates hubo dicho esto, me contó Aristodemo que los demás le elogiaron, pero que Aristófanes [repetimos: el único que había defendido la homosexualidad] intentó decir algo, puesto que Sócrates al hablar le había mencionado a propósito de su discurso. Mas de pronto la puerta del patio fue golpeada y se produjo un gran ruido como de participantes en una fiesta, y se oyó el sonido de una flautista”. (Banquete 212c).
Efectivamente, «Aristófanes intentó decir algo», pero como no podía ser de otro modo, una vez más la Providencia, asociada en los tiempos paganos con la voluntad de los dioses, interrumpe sus palabras: «No mucho después se oyó en el patio la voz de Alcibíades, fuertemente borracho» (Banquete 212d). Ahora hace su aparición uno de los personajes que constituye la guinda final del pastel platónico del ‘Banquete’, introduciéndose del siguiente modo:
“Salud, caballeros. ¿Acogéis como compañero de bebida a un hombre que está totalmente borracho? (…) ¿Os burláis de mí porque estoy borracho? Pues, aunque os riáis, yo sé bien que digo la verdad. (Banquete 212e-213a).
Alcibíades relata cómo en el pasado le tiró los trastos a Sócrates, cómo en un momento dado se le declaró y cómo poco menos que se le tira al cuello al filósofo, siendo rechazado por él. Alcibíades parece estar, en efecto, ‘enamorado’ de Sócrates, aunque, como él mismo bien dice, «comparar el discurso de un hombre bebido con los discursos de hombres serenos no sería equitativo» (214c):
“Me levanté, pues, sin dejarle decir ya nada, lo envolví con mi manto ―pues era invierno―, me eché debajo del viejo capote de ese viejo hombre, aquí presente, y ciñendo con mis brazos a este ser verdaderamente divino y maravilloso estuve así tendido toda la noche. En esto tampoco, Sócrates, dirás que miento. Pero, a pesar de hacer yo todo esto, él salió completamente victorioso, me despreció, se burló de mi belleza y me afrentó; y eso que en este tema, al menos, creía yo que era algo, ¡oh jueces! ―pues jueces sois de la arrogancia de Sócrates―. Así, pues, sabed bien, por los dioses y por las diosas, que me levanté después de haber dormido con Sócrates no de otra manera que si me hubiera acostado con mi padre o mi hermano mayor” (219b-d).
A Alcibíades lo han insertado en el diálogo porque es sabido que los borrachos nunca mienten, y así queda clara la acción de Sócrates de rechazar a un hombre aunque éste sea muy bello y muy prestigioso. Acto seguido, Alcibíades elogia la indiferencia de Sócrates, su valor en combate, su dureza, su carácter espartano, su resistencia al frío y al alcohol, y su sabiduría. Todos estos elogios (incluyéndose como elogio el que Sócrates lo rechazase, dejando claro que no es homosexual) intentan, como se ha dicho, tener el ‘certificado de verosimilitud’ que otorga el haber sido pronunciados por un hombre que, por estar borracho, se presupone dice la verdad.
En suma, Sócrates tenía a Alcibíades en la palma de su mano y hubiera podido liarse con él, pero desgraciadamente para los homosexuales modernos, lo rechaza desdeñosamente.
ASUNTO ‘IRREFUTABLE’ 2: LAS VASIJAS HOMOERÓTICAS
Indudablemente, hay vasijas procedentes de la antigüedad griega que representan escenas claramente homosexuales. Eso no lo vamos a discutir.
No obstante hay que puntualizar que se han encontrado docenas de miles de vasijas (sólo en la provincia de Ática, tenemos ¡más de 80.000!), y, de todas ellas, entre las cuales hay multitud de representaciones pornográficas heterosexuales, las vasijas con un claro contenido homoerótico son sólo 30, y eso siendo muy generosos. Estamos hablando de en torno a un 0.03% del total de vasijas encontradas. ¿Acaso no deberían ser más, si supuestamente estamos hablando de una cultura donde la homosexualidad pedofílica era algo cotidiano?
Pues no, el caso es que eran una desproporcionada minoría. De modo y manera que hablar de «el estatus dominante de la pederastia en la vida social ateniense» (!) basándose en esta evidencia fraudulenta sería, por cierto, más atrevido aún que tachar a nuestra propia cultura de ‘homosexual’ porque el 5% de los personajes de las series televisivas actuales sean homosexuales. Si estos ínfimos signos son muestra de una ‘civilización homosexual’ (nunca ha habido tal cosa), entonces la nuestra, con asociaciones pro-pedofilia, pro-zoofilia, matrimonio homosexual (cosa que no existía en Grecia), desfiles del día del ‘orgullo gay’, etc., cualificaría como civilización homosexual con muchísimo más mérito.
Pero hay más.
De este 0.03% de escenas homosexuales representadas, la mayor parte de tales actos son llevados a cabo por los sátiros, seres degenerados del imaginario colectivo griego, representados feos y con medio cuerpo de cabra, y que, por una pulsión sexual descontrolada y desmedida, llevaban a término las mayores perversiones sexuales concebibles por la mente humana (en algunas estatuillas se los ve copulando con cabras, por ejemplo). Otro ligero detalle que se falla en mencionar es que, en la mayoría de escenas que sí representan relaciones homosexuales, el acto parece producir sorpresa y escándalo en quienes lo presencian.
El problema es que, como la gente ha perdido la costumbre de pensar por sí misma, les ponen un par de imágenes acompañados de letra sin faltas de ortografía y ya están predispuestos a creerse lo que le interese al manipulador de turno. Pero pasemos a observar algunos intachables ejemplos de deducción delirante de homosexualidad en la antigua Grecia, basándonos en vasijas, de la mano de una grandísima, respetable, trajeada y curtida en conferencias de autoridad: Kenneth J. Dover.
Dover presenta como pruebas supremas un total de 600 vasijas, de las cuales, siendo extremadamente generosos tan sólo 20-25 (es decir el 4%) tienen un contenido claramente homosexual. Las restantes 575 son vasijas completamente inofensivas, con lo cual el autor recurre a vericuetos, meandros y raíces cuadradas psicológicas para sonsacar, de manera totalmente forzada e incluso cómica, señales de homosexualidad donde simplemente no las hay. Así, en una imagen donde aparecen un bastón y un aro, el autor dice que «el bastón y el aro tienen simbolismo propio» y que el chaval se encuentra en una «pose de vergüenza», debido seguramente a que el hombre que le gusta está conversando con una mujer (?) o porque hubiera preferido tomar la iniciativa él mismo (!). En otra representación (la E-378), un pene pequeño y un escroto grande significan, según él, que hay pedofília de por medio (?), y en una imagen donde Aquiles cura a Patroclo, «el artista estaba bajo una gran presión para no pintar los genitales de Patroclo» (?). Resulta un verdadero insulto a la inteligencia que un homosexual alucinado como Dover sea considerado ni más ni menos que ¡un ‘experto en sexualidad de la Grecia antigua’!, y que sea citado por libros medianamente serios como una autoridad en el tema.
Toda esta jerga e imaginario de relaciones pedofílicas donde no las hay, es incomprensible y chocante para un heterosexual, pero a un homosexual le parece lo más normal del mundo ver señales, guiños, ambigüedades, suposiciones y provocaciones en cada rincón. A consecuencia, no resulta extraño que tales autores, desesperados por legitimar su opción sexual, intenten adaptar el mundo a su mente. Y lo triste no es eso; lo triste es que, por culpa de la acción de los poderosos lobbies homosexuales de Estados Unidos, y de la industria mediática, la opinión pública trague con tales teorías.
Deberíamos finalizar dejando claro que la inmensa mayoría (estamos hablando de más de un 99%) de esculturas, vasijas, mosaicos, figurillas, frescos, etc., de la Grecia antigua que sí representan amor erótico, lo hacen siempre representando relaciones sexuales entre hombre y mujer. Pero resulta que incluso aunque tuviésemos escenas homosexuales gratuitas, también en el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela hay escenas de hombres incurriendo en sodomía, y a nadie se le ocurriría pensar que eso convierte en homosexual a toda la civilización católica gótica o barroca. Así pues, deberíamos acaso preguntarnos si, por ventura, de ese 0,03% de vasijas con temática clara o vaga o subjetivamente homoerótica, no habría un porcentaje importante destinado precisamente a criticar la homosexualidad o ridiculizarla ―como queda claro en el mencionado asunto de los sátiros, quienes eran los máximos exponentes de la homosexualidad además de infinidad de depravaciones sexuales, y que no gozaban precisamente de buena reputación.
ASUNTO ‘IRREFUTABLE’ 3: EL ‘LESBIANISMO’
Probablemente, de todas las mentiras sobre homosexualidad, la de Safo de Lesbos sea la más dañina, ya que el nombre de su isla natal ha sido utilizado para designar a las mujeres homosexuales, las llamadas ‘lesbianas’. Safo de Lesbos es seguramente la mejor poetisa de todos los tiempos (Platón la llamó ‘la décima musa’). Heredera de deudas, decidió fundar una academia donde acudían muchachas jóvenes de toda Grecia a aprender poesía, música, danza, buenas maneras, ritualismo religioso y, en general, lo que caracterizaba a una mujer completa que aspiraba a casarse con un hombre noble y fundar su propia familia. Del mismo modo que Esparta tenía sus ‘ageilai’ u ‘hordas’, donde los muchachos aprendían poco a poco a ser hombres bajo el maestrazgo de un iniciador, Lesbos tenía la academia sáfica para las señoritas de buena familia.
La obra de Safo nos ha llegado muy fragmentada (sólo tenemos un poema completo, recogido por Dioniso de Halicarnaso, y el resto de su obra tiene demasiados huecos para hasta a menudo saber siquiera de qué se habla, ya no digamos intentar vislumbrar homosexualidad), pero consta sobre todo de himnos y elogios a las muchachas que ella ha instruido y que han completado su educación, entrando en la edad adulta y marchándose del idílico mundo de la academia para desposarse con un hombre. Este género poético recibía el nombre de epitalamios, ‘canciones de matrimonio’, que hablaban sobre la belleza de una doncella que estaba a punto de convertirse en esposa y madre. De ese modo, por los fuertes vínculos construidos entre ella y sus discípulas ―a las que ha enseñado todo lo que saben―, Safo se llena de tristeza por la pérdida de quienes eran prácticamente sus hijas, pero no tenemos absolutamente nada que dé a entender una relación más allá de un intenso afecto, totalmente desprovisto de carga sexual. Incluso tenemos unos conocidos versos, dedicados a una de sus muchachas, que abandona la academia porque viene a buscarla su prometido para llevarla a su casa y convertirla en mujer:
«Semejante a los dioses me parece
ese hombre que ahora se sienta frente a ti,
y tu dulce voz a su lado escucha
mientras tu le hablas«
Según el siempre cómico Kenneth J. Dover, Safo caracteriza al hombre como ‘semejante a los dioses’, no porque admire su belleza, su masculinidad, su porte o su fuerza sobrehumanas, sino porque es «imperturbable», «inimaginablemente afortunado», porque «ha captado el interés sexual de la joven» y «no se desmaya ante su belleza» (no, no es broma, Mr. Dover dice exactamente estas palabras, en «Greek homosexuality», página 178).
Pero el hecho más incómodo en la vida de Safo es que, aparte de ser madre (tenía una hija llamada Cleis) y además de ser esposa, murió suicidada por amor hacia un hombre, un marino de nombre Faón que, al parecer, no la correspondía con la misma intensidad amorosa. El lector ha leído bien: ‘la mayor lesbiana de todos los tiempos’, la ‘madre fundadora del lesbianismo’, se suicidó por amor hacia un hombre.
Otro asunto bastante revelador, y que viene a heterosexualizar cada vez más la academia de Safo, es que las discípulas de Lesbos fueron las que desarrollaron el culto religioso a Adonis, un héroe mitológico que personificaba la belleza del hombre joven y que aun hoy día se emplea para designar a un hombre extremadamente bello. No deja de ser incómodo para los mitólogos homosexuales modernos que el supuesto epicentro del ‘lesbianismo’ griego rindiese culto a una figura que representaba el máximo extremo alcanzable por la belleza masculina.
¿De dónde viene, pues, lo de ‘lesbiana’, si no hay nada que sugiera entre estas muchachas una relación más allá de una gran hermandad? Viene, de nuevo, del círculo homosexual de Oxford liderado por Walter Pater y, más recientemente, de autoproclamados ‘especialistas en sexualidad griega’ como el francés Yves Battistini. Este ‘especialista’, como ejemplo del colmo de la manipulación, se encontró con un verso que rezaba πρὸς δ’ἄλλον τινὰ χάσκει («a otra persona le sonríe»), sin embargo este falsificador premeditado lo tradujo como «pero el objeto de su pasión es otra cosa, una muchacha», ya que el pronombre τινὰ (persona) es la misma forma gramatical para el acusativo masculino que para el femenino.
Así pues lesbia, pero no lesbiana: Safo de Lesbos se suicidó por un hombre, lo cual es quizás el acto más extremo que puede llevarse a cabo por amor.
LIMPIAR NUESTRO VOCABULARIO
El vocabulario moderno concerniente a la homosexualidad está fundamentado en dos mentiras: la mentira de la palabra gay y la mentira de la palabra lesbiana.
‘Gay’ significa (o significaba), ‘alegre’ en inglés.
‘Lesbiana’ ya hemos visto que proviene del nombre de la isla griega Lesbos, en donde enseñaba Safo y, como he explicado, esa mujer de ‘lesbiana’, que no de lesbia, tenía más bien poco.
‘Pederastia’ en griego antiguo ni siquiera significaba pedofilia, sino el maestrazgo de un muchacho; del mismo modo, erastés y erómenos deberían traducirse como ‘amante’ y ‘amado’ en el bien entendido de que estamos hablando de un amor camarada, filial y, por tanto, casto.
Por estos motivos, las conductas sexuales entre personas del mismo sexo deberían llamarse sencillamente ‘homosexuales’, ya sean masculinas o femeninas, y cuando no, echar mano del rico y variado surtido de vocablos que, por nacer espontáneamente del alma popular, son auténticos, a diferencia de los siniestros y manipuladores palabros políticamente correctos, forzados por la industria de los medios de propaganda estatal y por los grupos de presión de homosexuales americanos, con el fin de limpiar la pésima imagen pública que han tenido ―y que, por mucho que lo intenten, siguen teniendo― los homosexuales en el mundo.
ALGUNAS CLAVES DE LA MENTALIDAD HOMOSEXUAL MODERNA
Es imposible entender la distorsión de estos mitos si no indagamos un poco en las mentes que los distorsionaron. Ya dice Rafael Pi en su libro Los gays, vistos por un hetero que los homosexuales, ilusos al cuadrado, por el tipo de ambiente pseudo-marginal en el que se mueven, necesitan ver, y de hecho ven, ‘señales’ de homosexualidad en todos lados, razón por la cual les encanta la ambigüedad y las segundas intenciones. En el 99% de los casos esas señales están sólo en sus cerebros. Es normal que quienes participen en desfiles y vayan a locales gays y tengan infinidad de parejas sexuales al año, acaben viendo señales de homosexualidad hasta en los enchufes de las paredes. Que si Sherlock y Watson, que si Batman y Robin… ¿Pero dónde está la homosexualidad? La respuesta más frecuente suele ser «jo, es que se nota». No, no se nota. Está en su mente, y su mente está influenciada poderosamente por la variedad de experiencias sexuales que han mantenido con el mismo sexo, lo cual acaba haciéndoles creer que se trata de algo normal también para los demás.
Por otro lado, los grupos homosexuales, que naturalmente desean ver sus inclinaciones extendidas y reconocidas, desean que su gente no se sienta despreciada ni minusvalorada por la historia y la sociedad. Y puesto que los griegos son un modelo de civilización para muchos, ¿qué mejor modo de justificar la homosexualidad que conectándola con la grandeza y belleza de la civilización griega? No pocos se basan en la supuesta homosexualidad griega para predicar la legalización y tolerancia de la homosexualidad. Estas buenas gentes deberían saber que, en tiempos antiguos, la poligamia y las relaciones sexuales con chicas menores de edad, estaban infinitamente más extendidas que la homosexualidad. ¿Significa eso que deberíamos correr a legalizarlas?
En suma, este artículo es un ejemplo de que leer las obras originales, y no ensayos sobre las mismas, siempre evitará que venga alguien a decirnos qué es lo que debemos pensar al respecto. Es así: si uno quiere fiabilidad, debe correr a averiguarlo siempre por su cuenta.
Parte I: https://creatumejortu.com/la-falsa-homosexualidad-griega-parte-i Fuente: http://europasoberana.blogspot.com/2013/05/homosexualidad-en-la-antigua-grecia-el.html
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