Comentario a ‘El problema de los géneros discursivos’ de M. Bajtín
Y resulta muy relevante el hecho de que, merced a los modernos e industriales medios de comunicación literaria, por cierto, recuas de literatos, pseudo-intelectuales, sofistas y cuentistas puedan amontonarse en el ágora de las letras seduciendo a la masa para venderles sus productos, puesto que ello evidencia hasta qué punto la literatura es una degeneración de la poesía. Y sin embargo, ante semejante cúmulo de anuncios es debido escuchar al amigo cuando advierte que “nunca las muchas palabras han sacado a la luz una sentencia sensata: busca una sola cosa que sea sabia, una sola excelente; así harás callar las lenguas de palabras infinitas de los charlatanes”[1], y no sólo porque estos charlatanes obtienen un sueldo mollar mediante su vana verborrea, sino porque, además, para un hombre decente y de bien no hay mejor cometido que el de ahogar la mentira abigarrada, y reflotar la sencilla verdad.
Pues bien, hubo otrora un especímen de la citada ralea llamado ‘Miguel Bajtín’, el cual fue capaz de ensartar miríadas de vocablos para distinguir el lenguaje escrito del oral y el enunciado respecto de la oración, y para aseverar, como si fuera algo tremendamente novedoso, que el lenguaje, sea escrito u oral, es una actividad dialógica en la que intervienen diversos interlocutores: diríase que para este viaje no hacían falta tantas alforjas. De hecho, si Bajtín hubiera expuesto los antedichos postulados con sencillez y honestidad nada podría reprochársele, sin embargo, actuó de muy diferente manera: primero los retorció desfigurándolos y luego los recubrió de una prosa inconexa y desproporcionada. Siendo así su exposición de algo en origen tan elemental, en efecto, mucho es lo que debe serle reprochado, y para empezar, el que haya nutrido sus entrañas con requiebros prosaicos de tan burdo jaez.
Pero hay que seguir, y, en última instancia, terminar con lo empezado, tal y como el círculo no se detiene hasta completar su recorrido. Y es que el propio Bajtín inicia torpemente su tosco enunciado: por un lado admite que “se subestima, si no se desvaloriza por completo, la función comunicativa de la lengua (cuando) se analiza desde el punto de vista del hablante, como si hablase solo sin una forzosa relación con otros (interlocutores)”[2], y, por otro, denomina al conjunto de modos de expresión del lenguaje ‘géneros discursivos’, como si la expresión del lenguaje fuera siempre en modo discursivo: ¿por qué omite la posibilidad de denominar a ese conjunto ‘dialéctica’, ‘comunicación’ o ‘interlocución’, entre otras opciones? Así pues, ¿no es el propio Bajtín quien ‘subestima, si no desvaloriza por completo, la función comunicativa de la lengua’, por cuanto encumbra su argumentación con el concepto ‘discurso’ y no ‘diálogo’, ‘dialéctica’, ‘comunicación’, ‘interlocución’, o incluso ‘discurso dialéctico’ todo lo más, de manera que ‘la analiza desde el punto de vista del hablante, como si hablase solo sin una forzosa relación con otros interlocutores’, modo de expresión cuyo paradigma es el ‘discurso’ tiránico? ¿No es así en buena medida el discurso de Miguel Bajtín?
Por consiguiente, y habida cuenta el razonamiento ahora contrastado, entiéndase que el concepto rector del lenguaje no es el ‘discurso’ ―y en este sentido resulta inapropiado emplear el término ‘géneros discursivos’―, sino el ‘diálogo’, de modo que en este sentido sería apropiado hablar de ‘géneros dialécticos’, cuando no de ‘dialéctica’, llanamente, en tanto no hay otro concepto que rija el lenguaje con tanta propiedad. A su vez, Bajtín divide la dialéctica (que él llama ‘géneros discursivos’) en ‘géneros discursivos primarios (simples)’ y ‘géneros discursivos secundarios (complejos)’, correspondiendo en buena medida a la expresión oral y escrita respectivamente; pues bien, desestimada la denominación ‘géneros discursivos’ allá, por ende, ha de desestimarse también aquí, y por las mismas razones, ¿o acaso no sería más sencillo y justo denominar a los modos de expresión oral como ‘registros del habla’ (registro culto, vulgar; formal, coloquial; aúlico, burlesco, etc.), y a los modos de expresión escrita, ¡por Zeus!, ‘géneros literarios’? Entonces, ¿por qué diantre complicar los estudios filológicos? ¿Tal vez para mamar de la ubre funcionarial diciendo lo mismo con distintas palabras que, a la postre, confunden, abotagan, desaniman y subyugan al indefenso alumnado? ¿Tal vez para vender su huera charlatanería a los más incautos, de modo que el sebo pueda florecer en redor su vientre? ¿Tal vez para una cosa y otra y al mismo tiempo? ¡Ea pues!, ¡ánimo para todos los mercachifles de la literatura!; ¡se abren nuevas oportunidades lucrativas en el ámbito de la dialéctica: “se han estudiado, principalmente, los géneros literarios”[3], pero “la importancia de los géneros y estilos familiares para la historia de la literatura no se ha apreciado lo suficiente hasta el momento”[4]; así pues, ¡apresuraos a descuartizar todo lo concerniente a los registros del habla, fundad una nueva subespecialidad dentro de la especialidad de la lingüística, llamadla ‘pragmática’ y engordadla embutiéndole todo tipo de efectos, causas y concomitancias: cuanto más engorde ella más os lo agradecerá vuestro vientre!
En su caso, Bajtín optó por distinguir entre oración y enunciado, como si ambos conceptos tuvieran poco en común; y sin embargo, ¿acaso la oración y el sentido de la oración podrían tener poco en común? ¿No será que una cosa y otra son lo mismo, aunque entendido como ‘oración’ en el aspecto sintáctico-estructural y como ‘enunciado’ en el aspecto semántico-pragmático? ¿Es que acaso un enunciado no se compone de una o más oraciones, ya sea concatenadas mediante coordinación (parataxis) o subordinación (hipotaxis)? Y ahora respecto a los enunciados mínimos y máximos, que según Bajtín no son oraciones: los mínimos porque considera el análisis de las elisiones “una aberración sintáctica: al analizar una oración determinada separada de su contexto se la suele completar mentalmente atribuyéndole el valor de un enunciado entero”, y remata de modo sensato que, “como consecuencia de esta operación, la oración adquiere el grado de conclusividad que la vuelve contestable”[5], por cuanto es oración y enunciado a un tiempo, lo cual Bajtín no obstante rechaza al considerar el análisis elíptico ‘una aberración sintáctica’; y los máximos, porque considera que un seguido de dos o más oraciones no conforman una oración, sino algo distinto (?) o nada (?!), por lo cual osa decir que “la intencionalidad de nuestro enunciado en su totalidad puede, ciertamente, requerir, para su realización, una sola oración, pero puede requerir muchas más”[6], en tanto parece dar a entender que ‘muchas más’ oraciones no conforman una sola oración, ya sea mediante coordinación o subordinación.
Pues bien, por un lado, decir que el fenómeno de la elisión sintáctica es muy común en el lenguaje, y normalmente se emplea para evitar redundancias innecesarias; entonces, para efectuar su análisis sintáctico se acude al contexto o a oraciones precedentes, de manera que se recompone la oración que subyacía parcialmente elidida. En efecto, ello no parece ser ninguna aberración sintáctica, sino una sencilla recuperación de elementos subyacentes. ¿O acaso es una aberración que donde se oiga “¡muy bien!, ¡bravo!, ¡qué lindo!, ¡qué vergüenza!, ¡qué asco!, ¡imbécil!”[7] se entienda ‘¡muy bien (hecho)!, ¡bravo (es esto)!, ¡qué lindo (es)!, ¡qué vergüenza (da)!, ¡qué asco (das)!, ¡imbécil (eres)!’, Bajtín, y, en consecuencia, se analice cada expresión como oración dotada de verbo principal? ¿Acaso analizándolo así no se revela mejor el verdadero enunciado? ¿Si resulta inadecuado, para qué sirve entonces la sintaxis, si no puede valerse de la semántica precisamente para reflejar lo mejor posible un enunciado?; incluso en expresiones como “¡mar!; ¡mar!”[8], Bajtín, aunque olvidaras que la gritaron menos de diez mil griegos[9], deberías poder entenderla, y, por ende, analizarla sintácticamente en tanto dicen ‘¡(veo) mar!, ¡(veo) mar!’, y, a su vez, deberías comprender de una vez por todas que las interjecciones, como “¡eh!”[10], son tipos de vocativos que equivalen a una oración principal, en tanto que toda interjección comprende en sí misma el sujeto y el predicado. Y es que parece evidente que la oración es el correlato sintáctico del enunciado, de modo que donde haya un enunciado debe haber una oración; ¿para qué, pues, romper dicho correlato, sino para crear confusión, desorden y aprovecharse de ello con insolencia atroz?
Por otro lado, el fenómeno de la coordinación y subordinación oracional es omnipresente en el lenguaje, de modo que no existe oración que no esté coordinada o subordinada a otra: de hecho, los párrafos de un textos son oraciones coordinadas que conforman una sola oración, la cual a su vez se coordina o subordina con la oración del párrafo siguiente, y el conjunto de párrafos-oraciones de una obra conforman una gran oración, que se corresponde con el enunciado completo de la misma: aquélla en el ámbito sintáctico-estructural, éste en el semántico-pragmático. Por consiguiente, el enunciado no es sólo “la unidad real de la comunicación discursiva”[11], sino también una oración o un seguido de oraciones, concatenadas mediante parataxis o hipotaxis, entendidas en el aspecto semántico-pragmático, y que se corresponde con el mensaje completo de la oración u oraciones. Asimismo, que todo mensaje espera una respuesta, sea por acción u omisión, parece demasiado obvio como para convertirlo en materia de estudio, y que esto llegue a suceder evidencia la corrupción, la incuria y el nepotismo que padece el actual sistema educativo.
Dicha corrupción, dicha incuria y dicho nepotismo, en efecto, ha permitido que el tal Miguel Bajtín pergeñara una deformidad literaria como la que sigue, si bien “algunos iletrados, que por sus humos parecen ser alguien, quedan al descubierto por su verborrea”[12], asimismo, al descubierto queda Bajtín cuando propala que “el menosprecio de la naturaleza del enunciado y la indiferencia frente a los detalles de los aspectos genéricos del discurso llevan, en cualquier esfera de la investigación lingüística, al formalismo y a una abstracción excesiva, desvirtúan el carácter histórico de la investigación, debilitan el vínculo del lenguaje con la vida. Porque el lenguaje participa en la vida a través de los enunciados concretos que lo realizan, así como la vida participa del lenguaje a través de los enunciados. El enunciado es núcleo problemático de extrema importancia”[13].
Y es que un análisis pormenorizado del pasaje no deja lugar a dudas sobre la vanidad con la cual está escrito, en primer lugar, porque valiéndose de ocioso aparato denomina ‘detalles de los aspectos genéricos del discurso’ a lo que podría llamarse, sencillamente, ‘propiedades genéricas o de registro’, o bien ‘propiedades retóricas’, ‘de estilo’, etc.; a continuación, porque dice que ‘la indiferencia respecto de éstas y el menosprecio a la naturaleza del enunciado conducen al formalismo y a una abstracción excesiva’, aunque en realidad sucede casi lo contrario: ‘el desprecio al enunciado y la indiferencia frente a las propiedades genéricas conducen al literalismo y a una particularización excesiva’, en cambio, ‘un aprecio excesivo de la naturaleza del enunciado y la obsesión frente a sus propiedades genéricas llevan ―ahora sí―, a valorar la forma del enunciado más que el contenido del mismo (formalismo), y a abstraer su mensaje a favor de circunloquios lingüísticos, meta-lingüísticos y para-lingüísticos, (abstracción excesiva), por cierto, más propios de un esteta de vitrina que de un filólogo sencillo y de a pie. Asimismo, dicha obsesión ultra-lingüística es justamente lo que engorda hasta el vómito el ‘carácter histórico de la investigación’, y, en efecto, cercena ‘el vínculo del lenguaje con los actos’; de hecho, el propio Bajtín se muestra muy aficionado a las pamplinas formalistas, por ejemplo, cuando anuncia que “la definición misma del estilo en general y de un estilo individual en particular requiere un estudio más profundo tanto de la naturaleza del enunciado como de la diversidad de los géneros discursivos”[14]; y no menos formalista y superficial parece, por cierto, cuando pontifica que “un estudio más o menos profundo y extenso de los géneros discursivos es absolutamente indispensable para una elaboración productiva de todos los problemas de la estilística”[15], ni parece que haga otra cosa a fuer de exigir una abstracción excesiva del lenguaje; es más, parece un esteta redomado cuando sentencia que “donde existe un estilo, existe un género”[16], mandando a tomar viento el hecho de que un mismo estilo (verbigracia el alambicado) pueda hallarse en géneros diversos (verbigracia en un drama y en un ensayo).
Sea como fuere, el hecho es que Miguel Bajtín postuló su teoría cual “Adán bíblico que (se relaciona) con objetos vírgenes, aún no nombrados, a los que debe poner nombres”[17], como si antes de su advenimiento nunca nadie hubiere considerado la relevancia del significado de la oración, del interlocutor, del espacio comunicativo o de los aspectos estilísticos de cada registro del habla. En efecto, subsumido en su megalomanía, llegó a convencerse de que aquello con que él topaba por vez primera topaba con la humanidad entera por primera vez, y sintiose impelido a mostrar como problemas para todos lo que sólo suponía un problema para él. Según Bajtín, pues, resulta un problema que antes de su advenimiento “el problema general de los géneros discursivos jamás se haya planteado”[18]; otrosí, según el susodicho, “la diferencia entre los géneros primarios y secundarios es extremadamente grande y es de fondo”, y (cojan aire), “el estudio de la naturaleza del enunciado y de la diversidad de las formas genéricas de los enunciados en diferentes esferas de la actividad humana tiene una enorme importancia para casi todas las esferas de la lingüística y la filología”[19]; otrotanto, no sin menos fatuidad asegura que “el enunciado es núcleo problemático de extrema importancia”[20], o que “el vínculo orgánico e indisoluble entre el estilo y el género se revela claramente en el problema de los estilos lingüísticos o funcionales”[21], y no sólo para él, sino para toda la humanidad; como también señala como problema para la literatura universal el que haya “una falta de comprensión de la naturaleza genérica de los estilos” y “la ausencia de una clasificación bien pensada de los géneros discursivos según las esferas de la praxis, así como de la distinción, muy importante para la estilística, entre géneros primarios y secundarios”[22].
Sin embargo, no da a entender cuál es su comprensión de la naturaleza genérica de los estilos, ni tampoco presenta su clasificación ‘bien pensada’ de los géneros discursivos, en cambio, sí hecha en falta la distinción, ‘muy importante’, entre géneros primarios y secundarios, porque nadie anterior a él entendió qué implica la diferencia entre oralidad y escritura. Y es que Miguel Bajtín fue un tipo ‘muy importante’, y sus géneros discursivos son incluso “correas de transmisión entre la historia de la sociedad y la historia de la lengua”[23]; de hecho, no tiene escrúpulo alguno al insistir en la seria advertencia tantas veces como sea preciso para lograr el efecto anhelado de ‘importancia’: en efecto, “el estudio de la naturaleza del enunciado y de los géneros discursivos tiene (…) una importancia fundamental”[24], y no en menor medida “la importancia de los géneros y estilos familiares para la historia de la literatura no se ha apreciado lo suficiente hasta el momento”[25] ―esto es, hasta su llegada al mundo―, por bien que “el problema de la concepción del destinatario del discurso tiene una enorme importancia para la historia literaria”[26], y Miguel Bajtín nos la ha indicado, porque también él es muy ‘importante’ para la historia de la socio-lingüística ‘pragmático-teoreticativatoriatal’.
Ahora bien, “el problema resulta ser mucho más complejo”[27] aún de cómo lo ha presentado Bajtín, y para satisfacción de sus secuaces y pregoneros de batín, “el problema está lejos de estar agotado por todo lo que acaba de exponerse”[28]; así pues, en caso de ser cierto que “el sentido del objeto del enunciado (debe quedar) agotado”[29], y que sólo entonces es tal, porque “posee, por decirlo así, un principio absoluto y un final absoluto”[30], la tediosa y obsesiva perorata de Bajtín no sería un enunciado, antes bien, se daría la paradoja de que, Miguel Bajtín, el teórico del ‘Enunciado’, formuló su teoría no mediante un enunciado, sino mediante un cúmulo de oraciones inconexas carentes de sentido completo. Y es que, como dice el filósofo riente, “debe decirse la verdad en lugar de hablar demasiado”[31], y que responda otro por Bajtín, que en el presente no hay sólo uno, sino muchos enunciados en uno.
[1] Lírica Griega Arcaica Lírica Popular frag. 106 BCG.
[2] M. Bajtín El problema de los géneros discursivos; capítulo II pág.256.
[3] M. Bajtín El problema de los géneros discursivos; capítulo I pág.249.
[4] Ibid.; capítulo II pág.288.
[5] M. Bajtín El problema de los géneros discursivos; capítulo II pág.272.
[6] Ibid.; capítulo II pág.271.
[7] M. Bajtín El problema de los géneros discursivos; capítulo II pág.275.
[8] Ibid.; capítulo II pág.275.
[9] La expresión está tomada de Jenofonte Anábasis IV 7,24 (¡θάλαττα!; ¡θάλαττα!); si bien de los diez mil que empezaron la expedición quedaban por entonces unos ocho mil seiscientos, según Anábasis V 3,3, pues “estos se salvaron; pero los otros perecieron por culpa de los enemigos, de la nieve y alguno por enfermedad”.
[10] M. Bajtín El problema de los géneros discursivos; capítulo II pág.260 (nota).
[11] M. Bajtín El problema de los géneros discursivos; capítulo II pág.260.
[12] Esopo fábula 188 BCG.
[13] M. Bajtín El problema de los géneros discursivos; capítulo I pág.251.
[14] Ibid.; capítulo I pág.252.
[15] M. Bajtín El problema de los géneros discursivos; capítulo I pág.254-255.
[16] Ibid.; capítulo I pág.254.
[17] Ibid.; capítulo II pág.284.
[18] Ibid.; capítulo I pág.249.
[19] Ibid.; capítulo I pág.250-251.
[20] Ibid.; capítulo I pág.251.
[21] Ibid.; capítulo I pág.252.
[22] M. Bajtín El problema de los géneros discursivos; capítulo I pág.253.
[23] Ibid.; capítulo I pág.254.
[24] Ibid.; capítulo I pág.255.
[25] Ibid.; capítulo II pág.288.
[26] Ibid.; capítulo II pág.289.
[27] Ibid.; capítulo II pág.281.
[28] M. Bajtín El problema de los géneros discursivos; capítulo II pág.277.
[29] Ibid.; capítulo II pág.266.
[30] Ibid.; capítulo II pág.260.
[31] Demócrito Abderita frag.704 BCG.
Fuente: Tres Artículos Literarios (Marco Pagano 2006) Artículos relacionados: https://creatumejortu.com/el-fin-de-los-generos-literarios https://creatumejortu.com/la-melica-reina-de-la-triada-clasica
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