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Historia y Cultura

EL UTILITARISMO SOCIOLÓGICO DE COMTE

Es cierto, el terrible impacto de la ‘revolución’ industrial aceleró la connatural degeneración de la especie. La hybris que predijo Hesíodo hacía estragos, y es muy seguro que él “no hubiera querido estar entre los hombres de la ‘quinta generación’ sino haber muerto antes o haber nacido después. Nunca durante el día se ven libres de fatigas y miserias ni dejan de consumirse durante la noche, y los dioses les procuran ásperas inquietudes; pero no obstante, también se mezclan alegrías con sus males (…). El padre no se parece a los hijos ni los hijos al padre; el anfitrión no aprecia a su huésped ni el amigo a su amigo y no se quiere al hermano como antes. Desprecian a sus padres apenas se hacen viejos y les insultan con duras palabras, cruelmente, sin advertir la vigilancia de los dioses no pueden dar el sustento debido a sus padres ancianos quienes tienen por justicia la violencia, y unos saquean las ciudades de otros. Ningún reconocimiento hay para el que cumple su palabra ni para el justo ni el honrado, sino que tienen en más consideración al malhechor y al hombre violento. La justicia está en la fuerza de las manos y no existe pudor; el malvado trata de perjudicar al varón más virtuoso con retorcidos discursos y además se vale del juramento. La envidia murmuradora, gustosa del mal y repugnante, acompaña a todos los hombres miserables (…). Finalmente, a los hombres mortales sólo les quedarán amargos sufrimientos y ya no existirá remedio para el mal. (Hesíodo Trabajos y Días 173e – 200). En efecto, el uso y abuso de ciertos términos, unido al olvido de otros y a la introducción compulsiva de innumerables, convirtió el lenguaje decente en rebuznos horrísonos, y el pensamiento ordenado en espasmos de antojo y cerrojo.

Imaginaos un engendro propio de tamaña degeneración: eso fue Augusto Comte, que habida cuenta su bajeza e inutilidad cabría llamarle Disgusto Comte y no Augusto, pues sólo amargura y desazón produce acercarse a sus obsesiones mentales. Sin embargo, como en la actualidad aún se ha llegado más bajo, los malvados sofistas se empecinan en considerarlo, y aquello que sólo es desecho y putrefacción lo presentan como provecho y solución.

¿Qué hacer mientras? ¿Acaso no son los sofistas quienes deciden todo destino y condición? ¿No son ellos, malignos sin igual, quienes sentencian quien debe ser atendido y quien despreciado? Pues bien, debemos decir pues que Augusto Comte nació en Montpellier, hacia el año 1798 de la era mesiánica, y de un útero también mesiánico fecundado por semen mesiánico. Estuvo influenciado por su coetáneo Saint-Simon, pero como creyera Comte que también él podía ser Mesías, abandonó a los saint-simonianos y decidió fundar su propia religión: el Positivismo, de la cual dijo ser el Sumo Pontífice.

EL POSITIVISMO DE COMTE

De hecho, en primer lugar hay que considerar la naturaleza de la palabra ‘positivo’, cuyo origen latino ‘pŏsĭtīvus’ presta un significado equivalente al de ‘convencional’[1]. En efecto, para el escaso ingenio de Comte, este vocablo sólo se referiría a la materia tangible y a los hechos contrastables, en oposición a lo intangible e irrealizable; es decir: equivaldría a ‘práctico’ o ‘útil’ en el sentido más físico del término. Lo curioso es que, aun y con todo, Comte deseara, a partir de estos mimbres, crear una ‘religión de la humanidad’ cuya divinidad suprema sería ‘el Gran Ser’. ¡Qué bonito! Sólo un desalmado lo escucharía sin conmoverse ¿verdad?.

Sea como fuere, el caso es que Disgusto Comte interpretó la historia como un devenir progresivo y lineal ―como hicieran Hegel y Marx ―, y como enfermo de cristianismo él también creyó que lo pretérito fue lo peor, y que lo mejor sería aquello que él anunciaba para el futuro. Así pues, dividió la Historia en tres etapas, a saber: el ‘Estado Teológico o Ficticio’, en el cual la humanidad perseguía conceptos absolutos ―inexistentes al parecer de Comte― a la par que los representaba en divinidades, ya fueran propias del fetichismo, del politeísmo o del monoteísmo; el ‘Estado Metafísico o Abstracto’ ―que supone tan solo una modificación del estado anterior, por cuanto los dioses pasan a ser entes imaginarios― y el ‘Estado Científico o Positivo’ ―el cual reniega del saber absoluto y se concentra en el saber práctico, coronando así el propósito último de todo conocimiento―. Asimismo, creyó Comte que tales estados corresponderían a la sucesión ‘imaginación’, ‘imaginación-razón’ y ‘razón’, respectivamente.

¿Y bien? ¿Cómo hacerle ver que también él usa conceptos metafísicos para desarrollar su teoría? ¿Qué decir del ‘Gran Ser’ del positivismo? ¿Eso no es imaginación? ¿Cómo convencerle de que en todo tiempo se mezclaron tales inquietudes? De hecho, tal vez Comte advirtió las respuestas, mas guardolas para sí, porque es obvio que su ‘estado teológico’ corresponde a la relación con los ‘seres en sí’, y esta relación no se explica con dogmas o libros, sino que sencillamente se vive. También lo que Disgusto Comte llamó el ‘estado metafísico’ equivale al ‘conocimiento de los seres en sí’, el cual puede ser explicado mediante el lenguaje y podría llamarse también ‘estado filosófico’, y por último, aquello que Disgusto denominó ‘estado positivo’ es identificable con las hipótesis, opiniones, creencias y pronósticos, que, por cierto, desatienden ya los seres en sí para estudiar sus sombras, sus reflejos y su apariencia[2].

Que la investigación del dios y de los seres en sí se vincule a la ‘imaginación’, mientras que el estudio de las ‘imágenes’ se relacione a la razón…, en fin, avergüenza mucho tener que advertirlo.

En definitiva, el ‘positivismo’ no es otra cosa que un materialismo particular de Comte, así de sencillo. En efecto, Comte presumió que decía algo novedoso al señalar que el ‘estado positivo’, en suma, se limitaba a tres acciones consecutivas, esto es, Observar ―de lo que se deriva la Observación―, Predecir ―con lo que según Comte se obtiene Ciencia― y el resultado final, que es el acto de Dominar ―y cuyo objeto es la Técnica―. De ahí que Comte afirmara que lo debido es “saber para prever y prever para proveer”, como si del cierto hubiese descubierto la panacea, o tal como si fuera un sublime proverbio.

Ahora bien, quizá lo réprobo radique no en lo que Comte dijera, sino en el sentido en el que lo dijo. A decir verdad, nadie antes había tenido tan atrofiado el intelecto como para expresar, de un modo tan excluyente, los pasos concernientes a cualquier acto humano, porque Disgusto Comte supeditó las acciones de ‘observar’, ‘predecir’ y ‘dominar’ a los fenómenos y a los hechos, sin hallar más trascendencia ni fin que éstos. Por lo tanto, no contempló Comte que se deba observar, predecir y dominar los nóumenos o principios atendiendo a la actividad teórica en las dos primeras acciones y a la práctica en la última, como tampoco hubiese entendido que sólo así los fenómenos y los hechos cobran verdadero sentido.

En un mismo orden de cosas, ¿no es burdo utilitarismo sentenciar que la clave radica en ‘saber para prever y prever para proveer’? ¿Se preguntó Disgusto en primer lugar qué es lo más importante saber? Porque, por más que uno pudiera saber el número total de estrellas, no sería justo llamarlo sabio. En segundo lugar, ¿se preguntó Disgusto qué debe prever el hombre de bien y qué no? Porque de poco o nada serviría la predicción respecto al nivel medio de helio contenido en el total de estrellas, y muy equivocado estaría quien llamara sabio al conocedor de tal índice. Y por último, ¿se preguntó Disgusto, al fin y al cabo, qué debe un hombre de bien proveer y qué no debe proveer? Porque, de hecho, no sería muy sensato quien se proveyera de todo tipo de artilugios derrochando recursos sin cuenta con el propósito de llegar a los confines del universo; como tampoco está bien que alguien emplee argumentos manidos, de forma burda y soez, con el anhelo de fabricar una pseudo-religión con la que ejercer el más vil proselitismo. No, eso no es positivo, por más que un loco sin principios lo afirmara, pues ya se ha demostrado no sólo con argumentos, sino también con hechos, cuán calamitosos son los fascismos religiosos como el cristianismo.

LA SOCIOLOGÍA DE COMTE

Sea como fuere, el caso es que Disgusto Comte entendía el ‘estado positivo’ como el culmen de la Historia; asimismo, dio a entender que también las ciencias positivas ―es decir, aquellas que se ocupan de la materia y los hechos― tienen un pináculo sobre de sí, y a éste Comte lo llamó ‘Sociología’[3]. Esta ‘ciencia’, según dijo Comte, se distingue de las otras cinco ciencias positivas ―Matemáticas, Astronomía, Física, Química y Biología― tanto en su profundidad como en su modernidad. Por último, según Disgusto, la Filosofía es una ‘ciencia positiva’ que engloba a todas las ciencias, y se divide en ‘epistemología’ y ‘metodología’[4].

Pues bien, ¿no muestra Comte una actitud mesiánica como hicieran Hegel y Marx? ¿No interpreta la historia de un modo lineal, en el que la culminación es su ‘ideal positivista’? ¿Es ello metafísico o físico como exigía Comte? ¿Responde a hechos contrastables o a hipótesis aún por verificar? ¿Cómo predecir el futuro sin dejar de ser positivista? ¿Qué decir a quien del tiempo hace soga y del devenir destino y ley? De hecho, Comte creyó que el humano progresa desde lo simple, antiguo y vulgar hacia lo complejo, moderno y peculiar. Sin embargo, lo cierto es que el humano degenera de lo sencillo, atemporal y ordenado hacia lo complicado, temporal y caótico; y precisamente la ciencia que estudia lo complicado, temporal y caótico es la ‘sociología’, que actualmente es oficio de charlatanes y chiquilicuatros, también conocido como ‘periodismo’ y sus múltiples y sucias pedanías.

Es cierto: en tiempo de Comte la prensa empezaba a erigirse como un poder más dentro del aparato burgués, y en épocas subsiguientes acabaría por convertirse en transmisora de la presunta ‘realidad’. La procacidad elevada a información, la tertulia soez a debate, las opiniones encumbradas a rango de ley, y una vez más las anécdotas elevadas a categorías. La clase media había tomado el poder, y con ella todo se mediatizaba, todo se acabó de mediocrizar: retorno o destrucción, ya no hay más camino.

Y es que Disgusto Comte era uno de esa miserable ralea. Como ellos, tenía más cara que espalda, y sus deformes y enormes desbarros no se debían a su malignidad, sino a su abismal ignorancia. Asimismo, su ignorancia no era por desconocimiento ―eso le hubiese eximido de múltiples reprobaciones― sino por presunción de sabiduría, es decir: Comte padecía el peor tipo de ignorancia, aquella que padece quien cree saber lo que en realidad no sabe. Porque, no es aceptable que Comte por un lado despreciara la teología y por otro, como improviso, postulara una ‘religión de la humanidad’ a través de la cual se debía prestar adoración a ‘el Gran Ser’. Y tampoco es de recibo que Comte, ¡oh, que disgusto!, por un lado menospreciara la metafísica y por otro, como si con él no fuera la cosa, postulase la ‘fórmula sagrada’ de su religión, que exigía “el amor por principio, el orden por base y el progreso por fin”. ¡Qué decir! Sólo un demente como Disgusto Comte podría negar que ‘progreso’, ‘orden’ y ‘amor’ son cosa diferente a conceptos metafísicos.

Y ¿qué entendía Comte por ‘amor’? ¿Es un fenómeno; un hecho; algo contrastable por los sentidos corporales? Asimismo, ¿qué entendía Comte por ‘orden’? ¿Acaso es un fenómeno; un hecho; algo tangible o perceptible? ¿Y el ‘progreso’, Disgusto? ¿Qué significaba ‘progreso’ para ti? ¿Cuál es el fin de la dinámica social? ¿No será que creías en el amor, el orden y el progreso, pero al tiempo los odiabas porque no fuiste tú su inventor? En efecto, la vanidad hincha los pechos de la muchedumbre, y el irracionalismo acabaría por presentarse como un método de razonamiento.


[1]     De hecho, originalmente el término ‘pŏsĭtīvus’ es de carácter gramatical (adjectivum positivum), e indica el tipo de adjetivo que es el propio, como sucede con ‘bello’ pero no con ‘bellísimo’, que sería el adjetivo ‘superlativo’. Por lo tanto, a decir verdad, el positivismo no sería otra cosa que un empirismo particular de Comte, mezclado con el utilitarismo tan en boga en su época y aún en la actualidad.

[2]     Esta sucesión de etapas históricas ya fue exegetada en la Antigüedad, aunque fue considerada de un modo cualitativamente inverso, pero también la pluma manchega de Cervantes dejó testimonio de ello, cuando de la vida humana en la Edad de Oro refirió que “eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas (…). Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían (…). No habían fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y la llaneza”.

[3]     Adviértase que la ‘sociología’ es el estudio de la sociedad, y una sociedad es un conjunto de socios. Asimismo, socio es aquel que comparte un negocio o empresa, como atestigua el vocablo latín ‘socius –a –um’, que significa ‘socio comercial’ o el vocablo pariente ‘societās –ātis’, que evoca ‘asociación comercial o industrial, sociedad arrendataria’. Porque así es, querido lector, a partir de entonces la nación sería apreciada como empresa, la ciudad como enorme fábrica, y los compatriotas meros compañeros de trabajo. La mentalidad capitalista llegó hasta el tuétano y ya no se hablaría más de nación, patria o conciudadanos, sino de sociedad, socialismo o mano de obra.

[4]     Adviértase como una se dedica al aspecto teórico y la otra al teórico-práctico. De hecho, Comte creía que hubo quien consideró sólo el aspecto teórico y despreció todas las aplicaciones del mismo, sin embargo, ello es incierto, y es así como se pone de manifiesto que la tesis de Comte se basa en prejuicios. ¿Quién hubo que minusvalorase los efectos prácticos? Hasta los idealistas puros, como Platón, vieron en la comprensión teórica todo tipo de bienes prácticos, ya sea en la propia vida como en las subsiguientes.

FUENTE:

Historia Crítica de Filosofía Marco Pagano (Editorial Caduceo 2005-2023)

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