En verdad es deplorable espectáculo contemplar como se agolpan a beber del agua de Lete: su ignorancia les impidió iniciarse mientras gozaron de la vida, y sin espera, sedientas como van tras abandonar la carne y la cruz, sin remedio se atragantan con el agua del olvido para volver de nuevo a la cruz y a la carne: miseria de muchedumbres.
Tal sucede hogaño y sucedía antaño a finales del siglo XVIII, cuando surgió en Alemania una variante rala del relativismo, la cual fue denominada ‘idealismo’ por quienes mezclan necedad y exceso de ocio. No discurrieron que ‘interpretar la realidad bajo el espíritu y su autonomía’ no es idealismo, sino ‘espiritualismo’; y que tampoco es idealista confundir el mundo con la ‘representación humana del mundo’, sino propio de ateos, relativistas y mesiánicos antropocentristas.
El caso es que fueron denominados ‘idealistas’ por los más ociosos, y quedaron para la posteridad hombres vacíos y ridículos como Fichte (1762 – 1814) ―cuya demencia se conoce bajo el título de ‘idealismo subjetivo’[1]―, Schelling (1775 – 1854) ―al cual se le colgó la etiqueta de ‘idealista objetivo’[2]― y por fin el más laureado por los más imbéciles: Georg Wilhelm Hegel, considerado el primer ‘idealista absoluto’[3], aun ser en realidad un mediocre disoluto.
Hegel atravesó el útero de su madre en Stuttgard durante el año 1770 de la era mesiánica. Ingresó en el seminario protestante de Tubinga, pero lo abandonó para dedicarse a lo que él creyó era filosofía. De hecho, jamás llegó a ser filósofo, sino que a lo más que llegó fue a ejercer de tirano sofista en las ciudades de Berna y Frankfurt.
Publicó sus engendros literarios que infectaron e infectan multitud de mentes incautas, y lo hizo sin impedimento alguno desde sus primeros escritos, en los que proclamaba una extravagante ‘dialéctica’ ―con el rostro suficiente y tan duro como para hacerlo mediante monólogos insufribles―, pasando por la Fenomenología del Espíritu ―que intituló así pese a no haber otro tipo de fenomenología, igual que no hay fenómeno sin noúmeno ni noúmeno sin espíritu―.
También logró diseminar cual peste intelectual el tratado que intituló Ciencia de la Lógica ―que en todo caso debería rezar ‘Lógica de la Ciencia’, puesto que aquélla es una parte de ésta y no al revés― y acabando su mísera labor presentó a los más degenerados su petulante Ciencias Filosóficas, cuyo título desatiende que la filosofía es arte y ciencia a un mismo tiempo.
Pues bien, tras publicarlos y recibir éstos calurosa acogida por la muchedumbre degenerada, murió en 1831 siendo rector de la Universidad de Berlín, precisamente a causa de una epidemia[4]. Como muestra de su espíritu contradictorio, sólo decir que sintió admiración tanto por la Antigüedad, lo cual debe salvarse de su crítica, como por la Revolución Francesa, que en cambio es uno de los mayores abismos en el triste derrotero del comedor de pan.
CARACTERÍSTICAS DEL ESPIRITUALISMO HEGELIANO
No obstante, al pensamiento de Hegel le ocurre como a los ilusionistas más discretos: a lo lejos parecería un milagro, sin embargo, en cuanto uno se detiene a examinarlo no encuentra más que artificios, y al fin da cuenta de la vil tramoya. De la misma manera ocurre con el trampantojo del ilusionista, el cual una vez visto de cerca ya no engaña como en la distancia.
Porque bueno parecería el presunto ‘absolutismo’ de Hegel, según el cual quien sólo admite lo individual como verdadero, en efecto, no comprende la auténtica realidad, en la cual sucede que las partes no tienen sentido sin el todo. Sin embargo, esto no es otra cosa que el engarce que sujeta el telón.
También muy correcto se antoja el ‘espiritualismo ontológico’ de Hegel, según el cual la Totalidad se identifica con el Espíritu Absoluto; pero es preciso advertir que esto no es más que la moqueta del escenario.
Por ende, parecería de lo más adecuado el ‘racionalismo integral’ de Hegel, según el cual todo lo particular puede exegetarse desde la razón universal, por cuanto lo irracional es una parte del todo desde el cual entonces adquiere pleno sentido. No obstante, esto es en realidad el complejo de arrojes que hace subir el telón de repente.
Asimismo, sería justo felicitar a Hegel por su ‘progresismo ontológico’, según el cual toda realidad no es estática, sino dinámica y además se supera, sino fuera más que los raíles por donde se desliza el decorado.
Otrosí cabría también aprobar la ‘teleología discontinua’ que postuló, según la cual dicha superación de la realidad se produce no de un modo lineal y pacífico, sino conflictivo y contradictorio, a no ser porque tal embuste no es otra cosa fuera del foso en el que se esconde el apuntador.
Por último, no tendría por qué doler prendas a nadie compartir el ‘historicismo trascendental’ de Hegel, según el cual toda agitación histórica es útil a la ‘conciencia universal’ y al propio ‘autoconocimiento del dios’, lo que ocurre es que esto, como todo lo anterior, forma parte de la vil tramoya con la que se representa un falso idealismo de canta y espanta.
DIALÉCTICA HEGELIANA: RECTIFICACIONISMO
Porque, en honor de la verdad, a fuer de las mencionadas sentencias, que al fin y al cabo son el equivalente a la cosmética de un travestido, las conclusiones de Hegel están huecas de cualquier contenido, y lo que en ellas hay aprovechable, por cierto, se podría leer en cualquier novela de bolsillo. De hecho, travistió el modesto ejercicio de la rectificación bajo el término ‘dialéctica’, que en origen se refiere a la participación de dos personas en un mismo discurso; pero a Hegel el pasado le importaba bien poco: el futuro era referente, la nada baluarte y el precipicio, destino de toda acción.
Hegel no discernía entre la interpretación racional humana y la propia realidad exenta de toda interpretación y, según su tramoya ‘dialéctica’, ambas se dividen en tres procesos, a saber la Tesis ―que es aquello que se piensa en un primer momento, pero que jamás podrá ser definitivo por cuanto lleva consigo su contrario―, la Antítesis ―que es la negación de la convicción anterior, en tanto que Hegel creía toda realidad como una lucha de contrarios― y la Síntesis ―que supone la superación del conflicto y la vuelta a uno nuevo, dado que, según el tramoyista Hegel, la ‘síntesis’ que parecía definitoria se torna en ‘tesis’ por arte de birlibirloque y fantasía[5]―.
Por lo tanto, según el tramoyista Hegel, este proceso ‘dialéctico’ equivale a una realidad siempre mutable, por lo que llegó a identificar no sólo la historia o el devenir, sino también la propia realidad como un ‘proceso dialéctico’. Acaso huelgue señalar que tal concepción convierte a Hegel en un relativista de tomo y lomo, habida cuenta niega toda verdad estable y la condiciona en todo caso al proceso dialéctico del individuo. Eso no tiene otro nombre que el de ‘relativismo antropocentrista’, pero en tiempos de Hegel y aún hoy día recibe el increíble título de ‘idealismo absoluto’.
EL SISTEMA DEMENCIAL HEGELIANO
Al fin y al cabo, ¿qué diantre esperar de una mente infestada de contradicciones sin cuento? ¿Cómo pretender hallar un ápice de coherencia en el desarrollo de su tesis, si él mismo debiera haberla negado y superado mediante el infinito ‘proceso dialéctico’? ¿Cómo creer a quien se refuta a sí mismo? ¿Para qué prestarle mayor atención? ¿A quién diablos beneficia todo esto?
Sea como fuere, el caso es que el tramoyista Hegel dividió su sistema aparentemente epistemológico en tres partes, distintas y a cual más desquiciada. En cuanto a la Lógica, arguyó Hegel que se trata del ‘estudio de la idea en sí, pero inconsciente de sí’, y en abstracto[6], desconsiderando que la lógica en cualquier caso es un instrumento de la filosofía, pero no una disciplina en sí misma.
Con relación a la Filosofía de la Naturaleza, entendió el muy perturbado Hegel que es la ‘ciencia que estudia la idea fuera de sí’, es decir, el mundo como idea. Por ende, incluía dentro de esta incalificable ‘disciplina’ otras como las matemáticas y las físicas orgánica e inorgánica.
Por último, Hegel pretendió que el mundo enloqueciera junto a él y configuró la pavorosa Filosofía del Espíritu, que decía es la ‘disciplina que investiga la idea para sí’; es decir, el proceso en el cual la idea toma conciencia de sí misma. De igual modo, Hegel dividió esta ‘disciplina’ en tres diferentes aspectos: en primer lugar, el Espíritu Subjetivo ―que concierne al espíritu en tanto que sujeto, y se divide en ‘antropología o estudio del alma natural’, ‘fenomenología del espíritu o estudio del autoconocimiento de la conciencia individual’, y ‘psicología o estudio de la consciencia ya pronta a la libertad’―.
En el mismo orden de cosas, también presentó otro aspecto que llamó Espíritu Objetivo ―que implica al espíritu en tanto que colectivo, y conlleva asimismo el ‘derecho’ o determinación de las voluntades ajenas que revierten en uno mismo, la ‘moralidad’ o determinación de las voluntades propias para con el exterior y, finalmente, la ‘eticidad’ o moral realizada en el colectivo. Este último apartado lo dividió en tres más, que son la ‘familia’, la ‘sociedad civil’ y el ‘estado’―.
El tercer y último aspecto dentro de la Filosofía del Espíritu de Hegel es el Espíritu Absoluto, que representa la culminación de todo el proceso, por cuanto el Espíritu se reconoce plenamente a sí mismo y logra la libertad. No obstante, Hegel también lo dividió en tres etapas, que son el ‘arte’ ―manifestación sensible del espíritu en la belleza―, ‘religión’ ―manifestación del espíritu en forma no-racional[7]― y la ‘filosofía’ ―que dijo es la manifestación perfecta y racional del espíritu, en particular, la filosofía del propio Hegel―.
¿Qué decir ante semejante descalabro? ¿Qué responder a tan luctuosa exposición? ¿Aún sigue ahí, temerarísimo leyente? ¿Cómo lo soporta?
Pues bien, sea como fuere, lo que Hegel quiso decir pero fue incapaz ―las cadenas que apresaban su alma atestada de contradicciones se lo impedían― es que el saber humano se divide en dos partes generales, que son las Ciencias Empíricas ―física-química, biología, filología, matemáticas y medicina― y las Artes Nobles ―arquitectura-escultura, pintura, poesía, música y filosofía―.
En efecto, lo que Hegel llamaba ‘lógica’ no es otra cosa que la ‘filología’, y cuando decía ‘filosofía de la naturaleza’ en realidad se refería al conjunto de ‘ciencias empíricas’. Otrosí, por ‘espíritu absoluto’ debe entenderse el conjunto de ‘artes nobles’, y aquello que entendió por ‘filosofía del espíritu’ es lo denominado ―poco tiempo después de Hegel― con el nombre de ‘sociología’, que es el estudio de las pamplinas[8].
De hecho, este último apartado lo pretendió dividir en ‘antropología’, ‘psicoanálisis’ y ‘psicología’ por un lado, y por otro en ‘moralidad’ ―relacionados con el concepto del dios―, ‘derechos-deberes’ ―relacionados con el concepto de patria― y ‘eticidad’ ―relacionado tanto con el individuo como con la familia y sus vecinos―. Pero como se ha dicho no pudo.
No ha lugar a mayores rectificaciones, ni ha lugar a mayor atención que la ya prestada en demasía. Los desbarros de Hegel fueron aprovechados sólo por los más mendaces seres, pues su ampulosa terminología daría la pátina de ilustración que tanto deseaban los emergentes burgueses[9]. En efecto, desde entonces conducirían todo destino hacia los más abruptos despeñaderos, y en sus modernos relatos despreciarían el pasado. Al apretar cada vez más los grilletes, fijarían la vista de la muchedumbre hacia lo inexistente: el futuro, el único baluarte de los ateos.
[1] En efecto, si la idea se supone subjetiva parecería evidente que se trata de una posición relativista.
[2] ¿El idealismo puede ser otra cosa a parte de objetivo o absoluto?
[3] Pero, ¿qué diferencia hay entre ‘objetivo’ y ‘absoluto’?
[4] El mal que Hegel inoculó a las masas se le fue devuelto a través de las masas.
[5] Pues bien, con respecto a esto último, lo que Hegel pretendió decir ―pero no pudo, la férrea argoya le impedía volver la vista atrás― es que el ser humano participa de los procesos de ‘convicción’, ‘rectificación’ y ‘conclusión’. No obstante, como quiso decir Hegel, esta conclusión ya es en sí misma otra convicción, por lo que vuelve a ser necesaria otra rectificación y una subsiguiente y nueva conclusión. Así hasta el infinito, o mejor dicho, hasta el propio Hegel, pues él presentó su conclusión como definitiva e imposible de rectificar, por cuanto creía haber copado el culmen de la filosofía.
[6] Como si pudieran estudiarse las ideas de otro modo que ‘en abstracto’.
[7] Pese a ser el propio Hegel quien dijera que no puede existir nada irracional, pues cualquier cosa, por falta de explicación que pudiera parecer, forma parte del todo y de la razón universal.
[8] Muy presente, por cierto, en los estados modernos, donde a través de la propaganda mantienen el poder.
[9] En efecto, como dijo Telémaco, cuán cierto es que “la gente celebra entre todos los cantos el postrero, el más nuevo que viene a halagar sus oídos” (Odisea I 351 – 352).
FUENTE: Historia Crítica de Filosofía Marco Pagano (Editorial Caduceo 2005-2023) --- MÁS CAPÍTULOS: https://creatumejortu.com/los-5-mejores-filosofos-de-la-historia https://creatumejortu.com/platon-el-filosofo-del-bien https://creatumejortu.com/el-retorcido-materialismo-de-aristoteles https://creatumejortu.com/el-placer-decadente-de-epicuro https://creatumejortu.com/la-filosofia-cosmopolita-de-los-estoicos https://creatumejortu.com/la-oscura-metafisica-del-individualista-descartes https://creatumejortu.com/el-escepticismo-total-del-impresionista-hume https://creatumejortu.com/los-prejuicios-del-relativista-kant https://creatumejortu.com/el-materialismo-historico-de-karl-marx https://creatumejortu.com/el-utilitarismo-sociologico-de-comte https://creatumejortu.com/el-voluntarismo-irracional-de-schopenhauer https://creatumejortu.com/el-vitalismo-irracional-de-nietzsche
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