CONTEXTO HISTÓRICO Y VIDA
Allá por el siglo XVII el imperio genocida ―cuyo símbolo es el sufrimiento, la sangre y la carne― ya había conseguido disociar la religión del pueblo. Los antiguos cultos gentilicios, tan vinculados a la naturaleza y a las celebraciones tradicionales, habían sido exterminados. Por entonces, el mesianismo atroz relegaba el amor a la divinidad en paraninfos, y como consecuencia, este amor otrora compartido en comunidad se iría contrayendo cada vez más hacia la parcela individual.
En efecto, antes de que naciera el maligno Voltaire, el ‘deísmo’ ya presentó sus pústulas más primerizas e infecciosas, como es el caso del francés René Descartes, que tras ser expelido del húmedo útero de su madre, recibió una también húmida formación tanto clásica y ‘científica’ como escolástica. Temeroso de lo acontecido a Galileo, se retrajo de publicar una obra donde afirmaba el movimiento de la Tierra.
Descartes creyó poseer un método infalible para encontrar la verdad, y despreciando los sistemas anteriores por ser demasiado complejos, creyó haber creado un método sencillo y uniforme. Como se verá más adelante, Descartes no podía estar más ensorbecido, y su ‘res cogitans’, asimismo, no podía estar más alejada de la sencilla realidad y más cercana a la escabrosa locura.
De hecho, su ‘infalible’ método no le ayudó a considerar algo tan evidente como el peligro de trasladarse a Suecia, a petición de la reina Cristina, para impartirle clases de ‘filosofía’, en invierno, y a las cinco de la mañana, y por ello no pudo retrasar su diáfana muerte o alargar su obscura vida. No obstante, demostró su teoría: si quien piensa existe, en efecto, quien no piensa deja de existir; muy bien René, qué gran filósofo, tan grande como grande fue el error que le conduciría a la muerte.
EPISTEMOLOGÍA SEGÚN DESCARTES
El Método Cartesiano
Sea como fuere, el hecho es que René pretendió elaborar un método[1] de adquisición de conocimiento que fuera uniforme y diáfano, según él mismo, harto distinto a todos los anteriores. Así pues, empezó por presentar cuatro reglas fundamentales que debían seguirse sin excepción; a saber la Regla de la Evidencia ―según la cual nada que no sea evidente debe aceptarse como verdad[2]―, la Regla del Análisis ―según la cual los problemas complejos deben descomponerse en otros más simples, hasta alcanzar los principales elementos que los componen―, la Regla de la Síntesis ―que es la recomposición de los principales elementos obtenidos, a fin de observar como interrelacionan y componen un problema complejo― y la Regla de Revisión ―por cuanto el proceso anterior debe ser revisado tantas veces como, en fin, sea preciso con tal de asegurar la validez de la conclusión―.
Pues bien, que esto es adecuado es tan cierto como que ya fue postulado por Platón, y, si cabe, con un arte de incomparable superioridad, amén de hacerlo mediante ejemplos que no sólo confieren validez al método, sino que además demuestran la catadura de ciertos personajes que del método hacen mercancía.
La Duda Metódica
A pesar de contemplar la ‘evidencia’ como una etapa de su método, Descartes advierte que incluso tales evidencias deben ser puestas en duda. Sin embargo, esta duda no es como la ejercida por los escépticos, que la usan como un fin en sí misma, sino que la Duda Metódica es aquella que se emplea como instrumento para llegar a la verdad absoluta y universal[3]. Por ende, según Descartes, esta duda debe aplicarse en todos los ámbitos, a saber: ‘a las enseñanzas recibidas’, por cuanto éstas a menudo son erróneas, ‘a las percepciones de los sentidos’, que el pensador francés tiende a considerar falsas[4], ‘a la experiencia vital’, por cuanto está muy relacionada con los sentidos y es ‘tan engañosa como un sueño’, y ‘a los propios razonamientos’, habida cuenta éstos pueden ser demasiado complejos y contener algo de engaño o error.
Pues bien, aunque esto en primera instancia se antoje cierto, acaso convenga aplicar la duda metódica al propio procedimiento de la duda metódica, por cuanto cabe advertir que ésta será más o menos efectiva según sea la habilidad racional de quien la desarrolle[5], y René, con la patología propia de quien pretende iniciarlo todo[6], acaso olvidara ciertos conocimientos preciosos, por cierto, muchos de los cuales el genocidio mesiánico se encargó de aniquilar.
Para hablar con propiedad, y tras múltiples ejercicios de ‘dudas metódicas’, sería preciso advertir que, en realidad, 5 son las cinco vías de aprendizaje para el individuo; a saber la experiencia vital, la educación y los genes, estos tres por un lado, y que son susceptibles de error (por formar parte del devenir), y por otro lado otros dos, esto es los dones que la divinidad otorga a cada cual y por último el ser en sí, siendo estos dos infalibles en todo punto y medida (por formar parte del ser).
Así es como estos 5 procesos de aprendizaje se corresponden por un lado con la hipótesis, la creencia y el pensamiento discursivo, y por otro con la razón y los seres en sí. Entonces, la razón y los seres en sí son de condición infalible, a la par que los dones y el ser en sí; por lo tanto, la falibilidad que Descartes confiere al razonamiento debería adjudicarse al pensamiento discursivo a la creencia o a la hipótesis, no al razonamiento.
La Duda Hiperbólica
Con todo, no es de extrañar que René quisiera desprenderse del parche que tapaba su ojo sano, como tampoco resulta peregrino que acabara empleando el procedimiento de la fe, si bien fuera la fe con respecto a la razón, y aunque de un modo timorato y atestado de complejos.
Sin embargo, Descartes aún habría de demostrar al mundo cuán necio puede llegar a ser un hombre, y decidió llevar al extremo el procedimiento de la ‘duda metódica’. En efecto, la Duda Hiperbólica consiste en plantear la posibilidad de que nada sea cierto, ni siquiera las evidencias racionales que tan fiables parecen[7]. Según esta monstruosidad intelectual, habría un ‘genio maligno’ que se encargaría de engañar a todos respecto de todo, y que habida cuenta su enorme poder sería imposible descubrir la certeza de algo.
¡Oh, pacientísimo lector que aún aguanta!, la respuesta debe ser rápida pues el hedor argumental es insufrible: en el caso de existir un ‘genio maligno’ que se dedicase al engaño masivo, ¿no engañaría respecto de alguna realidad? Sí. Otra solución no cabe. ¿En el caso de no existir ninguna verdad, ¿habría posibilidad de engaño? No. Todo engaño siempre es con relación a una realidad. ¿Eso también es engaño? ¿Quién desearía ser el ‘genio maligno’? ¿Acaso el mismo René?
El ‘Cogito‘
Es entonces cuando el método de René parece caer en el escepticismo más enfermizo, sin embargo, pese a que según Descartes todo puede ser engañoso, advierte la existencia de algo que jamás nadie podría dudar, a saber, la conciencia de uno mismo. En efecto, según deduce el pensador francés, si todo fuera un engaño, también debería existir el sujeto que es engañado, y eso, para René, ya es un fundamento de realidad: la ‘piedra angular’ sobre la cual edificó todo lo demás. Asimismo, a ese concepto le fue asociado el popular lema ‘cogito ergo sum’ (pienso luego existo), tal vez por exceso de ocio o bien para dar más entidad a lo que no deja de ser una perogrullada de aúpa. Porque, ¿no es cierto que, llegados a este punto, lo único que resta es volver a empezar la indagación desde el principio? ¿Qué carámbanos aporta de nuevo semejante jeribeque esquizoide? En fin, la anécdota elevada a categoría, el perogrullo hecho ley, el dios hecho hombre y el hijo del hombre hecho dios.
La ‘Res Cogitans’ (el Ser Pensante)
Así pues, una vez dicho lo obvio, vuelta a empezar. Y entonces Descartes anunció al mundo algo insospechado, a saber, que el ser humano, habida cuenta puede pensar y habida cuenta ello es del todo indiscutible, se identifica con toda propiedad como un Ser Pensante o ‘Res Cogitans’, de lo cual, siempre según René, se infiere que no precisa el cuerpo para ser lo que es[8]. En efecto, René identificó la ‘sustancia pensante’ con el alma, llegando al mismo lugar por donde ya anduvieron los humanos milenios atrás.
Tipos de Pensamientos (la Sustancia Pensada)
Siguiendo el argumento del ‘cogito’, si en realidad existe una ‘sustancia pensante’ es necesario aceptar la existencia de una Substancia Pensada. No obstante, Descartes no atendió las sabias voces pretéritas[9], y supuso que la ‘sustancia pensada’ no es extrínseca a la ‘res cogitans’ ―si acaso de un modo parcial― sino únicamente intrínseca, e identificó sólo tres tipos de pensamientos; a saber las Ideas ―que Descartes vulgariza identificándolas con toda abstracción― las Voluntades o Afecciones ―que equivalen a los movimientos del ánimo respecto a una u otra idea― y los Juicios[10] ―que consisten en la acción de afirmar o negar la existencia de cierta idea[11] en la realidad extramental―.
Además según Descartes no hay error posible en las Ideas ni en las Voluntades ―puesto que son realidades intrínsecas a la ‘res cogitans’ se idee lo que se idee o se quiera lo que se quiera―, sin embargo, según Descartes, el error puede afectar a los juicios, puesto que éstos se aventuran a determinar la existencia extramental[12]. Así pues, René recelará muy mucho de la emisión de juicios[13]. Basta.
Tipos de Ideas
Sea como fuere, lo cierto es que René ponía en duda la existencia extramental de las ideas; no obstante, la incuestionable existencia de éstas en la mente de cada individuo le sirvió para clasificarlas en tres tipos; a saber las Ideas Adventicias ―que son las que parecen provenir del exterior, a través de los sentidos, tales como la idea de ‘frío’, ‘calor’, ‘longitud’, ‘color’, etc.―, las Ideas Facticias ―que son aquellas fabricadas por la imaginación aun no haber sido percibidas nunca, tales como la idea de ‘sirena’, de ‘centauro’ o de ‘quimera’, que son creadas por asociaciones de ideas percibidas― y las Ideas Innatas ―que ni derivan de la percepción sensible ni de la imaginación, sino de la propia mente, sin necesitar experiencia para que el entendimiento las cree, tales como la idea de ‘sustancia’, ‘número’ o ‘dios’―.
Pues bien, teniendo en cuenta el inveterado individualismo que rezuma la doctrina cartesiana, habida cuenta que aborrece el diálogo y el contraste de pareceres, no es extraño que René concentrara sus estudios en su ombligo, y mientras aquello que trasciende al individuo era omitido, Descartes seguía fijando su obsesión en su ombligo, agachado, con la espalda torsionada, el cuello estirado y el parche colocado en el ojo sano.
Es por todo ello que el metodista francés no supo advertir que las ‘ideas adventicias’, de hecho, son lo mismo que las ‘ideas relativas’, que las ‘ideas facticias’ no son más que ‘conceptos artificiales’ y que las ‘ideas innatas’ equivalen a las ‘ideas absolutas y naturales’. Que tanto las ‘ideas relativas’ como las ‘artificiales’ pertenecen a los particulares, y que las ‘absolutas y naturales’ pertenecen a los universales, en fin, es algo que debe dudarse sólo el tiempo necesario; no más. Porque, si lo único existente fuese el individuo, ¿no sería entonces algo universal con respecto a todo lo demás? ¿Podría acaso existir lo particular si no hubiera un ámbito universal del cual tomar parte?
Ontología según Descartes
Pues bien, sea como fuere, creyó René no sólo haber identificado las tres clases de ideas, sino que además presumió de haberlas dividido bajo dos tipos de realidades; a saber: su Realidad Formal ―aquella por la cual todas las ideas son ideas, es decir, la sustancia que las hace distintas de las voluntades y de los juicios[14]― y su Realidad Objetiva ―que es el grado de perfección de la idea, por cuanto en el caso de que Dios fuera la idea perfecta, en efecto, las demás ideas gozarían de mayor o menor grado de perfección respecto a aquélla[15]―. Por tanto, según Descartes, pese a que todas las ideas poseen la misma Realidad Formal ―desde Dios a una piedra―, no todas tienen la misma Realidad Objetiva.
Teología Cartesiana
Pero como la maldita ‘era del petróleo’ estaba ya cerca, Descartes expelía el profundo individualismo que más tarde acabaría por copar toda acción humana. El hijo del hombre se había hecho Dios, y el Dios se había hecho carne. El hombre, asustado ante semejante atrocidad ―o bien excitado por ella― apartó su mirada de los cielos y la dirigió hacia su ombligo, el mismo que a menudo recibe el cálido fruto de la masturbación.
Sea como fuere, Descartes promovió aquello que luego se llamaría ‘deísmo’, es decir, la creencia en un dios personal e intransferible: el dios de los nuevos tiempos, el dios liberal. Por tanto, fiel a su anhelo protervo, Descartes postuló que el dios es una idea propia de la mente, es decir, que el Dios es una Idea Innata. No le plugo a Descartes que fuera Dios una ‘idea adventicia’, por cuanto no hay percepción sensible que demuestre de un modo directo la existencia de Dios[16]. Asimismo, no le plugo a Descartes que fuera Dios una ‘idea ficticia’ ―como tantos otros ateos aseguran―, pues no imagina el hombre un ser perfecto dada su imperfección, sino que, bien al contrario, dada la perfección que imagina el hombre éste advierte sus límites y carencias[17].
Otrosí, no sólo creyó identificar al Dios como ‘idea innata’ o mental, sino que además presumió de ofrecer argumentos que demostrarían su existencia a cualquiera[18]. Cítanse tres argumentos, a los que el propio René confirió la mayor importancia; a saber: existe la ‘idea innata’ del dios habida cuenta el Argumento de la Causalidad, según el cual si el humano puede idear un ser perfecto e ilimitado, en efecto, es a causa de que éste es dios, y por ello es por lo que se advierten tanto la imperfección como las limitaciones humanas.
Otrosí, existe la ‘idea innata’ del dios habida cuenta el Argumento de la Contingencia del Yo, según el cual si el humano se hubiera creado a sí mismo hubiérase dotado de la máxima perfección, no obstante, ya que el humano es imperfecto[19], es necesario admitir que existe un creador que lo ha dispuesto según sus prerrogativas[20].
Y otrosí, existe la ‘idea innata’ del dios habida cuenta el Argumento Ontológico, según el cual si es posible idear un ser sumamente perfecto, ese debe ser dios, porque el dios o es perfecto o no es; por tanto, como es posible concebir ese grado de perfección[21] es evidente que dios existe[22].
Finalmente, cabe decir que esta ‘fe racional’ en el dios perfecto, absolutamente bueno, justo y veraz, según Descartes refuta el concepto de ‘duda hiperbólica’, incluida la monstruosa figura del ‘genio maligno’, cuya única ocupación era engañar a troche y moche. A partir de entonces, René se verá fiado en la existencia de las ‘ideas innatas’ ―auque sólo fuera en la mente de cada cual―, y las ordenó como sustancia junto a la ‘res cogitans’ y la ‘res extensa’.
Las Tres Sustancias Cartesianas
En efecto, para René ‘sustancia’ es ‘una realidad que existe de tal modo que no precisa de otra para existir’, sin embargo, identifica tres sustancias heterogéneas; a saber, la Res Infinita o Dios ―cuyo principal atributo es la infinitud, amén de ser eterna, inmutable, independiente, omnisciente, omnipotente, etc.[23]―, la Res Cogitans o Sustancia Pensante[24] ―la cual es imperfecta y finita y necesita del dios para existir[25], amén de identificarse con la razón y su principal atributo es el pensamiento― y la Res Extensa o Sustancia Corpórea[26] ―que como la ‘cogitans’ es imperfecta finita, creada y dependiente del Dios[27], cuyo principal atributo es la extensión, ya sea longitud, anchura, profundidad o el movimiento―.
ÉTICA Y FÍSICA CARTESIANA
La Ética pusilánime de René
Descartes consideró un problema el hecho de que el humano aun ser creación del dios pudiera equivocarse. ¿Cómo la obra de un ser tan bueno, justo, veraz y perfecto como ‘Dios’ podía equivocarse? Se preguntaba el galo con tremenda necedad. Y en vez de entender que en la posibilidad de equivocarse radica uno de los modos de aprendizaje, advirtió que el error es sólo responsabilidad del humano, mientras que en el dios no cabe error.
En efecto, según Descartes, el humano yerra porque no atiende a su entendimiento y sí a su voluntad y a su juicio[28]. Pues bien. Ya basta, por favor.
La Física superficial de René
Si bien Descartes desconfiaba de aceptar como algo real las ‘ideas adventicias’, creyó que algunas corresponderían a objetos extramentales que gozarían de cierta realidad objetiva. Según Descartes éstas pertenecen a la ‘res extensa’, y son la causa de las ideas claras y distintas de extensión. Sin embargo, las ‘ideas adventicias’ que no se muestren de tal modo, según el pensador galo, claras y distintas, deben desestimarse.
Asimismo, por lo que respecta a la ‘res extensa’, Descartes identificó dos tipos de cualidades; a saber las Cualidades Primarias[29] ―que son las relacionadas con la magnitud, el lugar, el movimiento o el cambio de dicha sustancia― y las Cualidades Secundarias[30] ―que equivalen a las ideas poco claras y distintas, tales como los sonidos, los colores, los sabores, los olores y demás percepciones relacionadas con el contacto[31]―.
En fin, que estas últimas sean menos claras y distintas que las primeras, de hecho, dependerá sobretodo de la agudeza sensitiva del individuo que las perciba. Es decir, ¿qué le diría un ciego a René, después de escuchar lo referente a las ideas secundarias? Y si este mismo ciego fuera un músico genial, entonces, ¿también a él le parecerían secundarias tales ‘ideas’?
Antropología Dualista Cartesiana
Sea como fuere, Descartes entendió que entre el alma y el cuerpo debía de haber cierto punto de unión física, y a éste le llamó Glándula Pineal; a saber: según Descartes, la parte más interna de la sustancia cerebral donde el alma ejerce sus funciones inmediatamente.
Pues bien, toda vez que René consideraba al alma y al cuerpo dos sustancias distintas ―‘res cogitans’ y ‘res extensa’ respectivamente― y pese a decir que la ‘res cogitans’ ―esto es el alma― no precisa del cuerpo para ser lo que es, en la sexta parte de su ensayo ‘Meditaciones Metafísicas’ escribe: “no estoy solamente alojado en el cuerpo como el piloto en su navío, sino que estoy muy unido a aquél, y por así decir, tan entremezclado que parezco componer con él un solo todo[32]. Si no fuese así, cuando mi cuerpo es herido, yo, que soy sólo una ‘cosa pensante’ (‘res cogitans’)[33], no sentiría dolor, sino que percibiría la herida por el sólo entendimiento”.
Por consiguiente, tras una horrible fiebre individualista, Descartes llegó a la misma conclusión a la que llegaron los antiguos[34], aunque éstos ya lo hicieran algunos milenios antes; a saber: que entre el alma y el cuerpo existe una Interacción[35], según la cual el alma es influida por el cuerpo y el cuerpo lo es por el alma[36]. De hecho, ¡es cierto, René!, tan vinculados están cuerpo y alma que sin ésta no existiría aquél, y, por tanto, ni andaría, ni levantaría brazo o pierna, ni exigiría placeres sin cuenta, ni se quejaría de dolores ni de todo tipo de molestias, ni reclamaría acostarse regularmente para perder el sentido, etcétera, porque todo ello, en fin, tiene su origen en la mezcla de cuerpo y alma. Asimismo, como en toda colaboración, una parte ordena y otra obedece; y de hecho, cuando el alma ordena al cuerpo, y no al revés, aquélla lo mejora manteniéndolo en vida más tiempo y en mejores condiciones: perita es el alma en tales menesteres porque ella misma es inmortal. Y baste y fin.
[1] Lo que por exceso de ocio fue llamado ‘método cartesiano’ que, en realidad, no es más que un vulgar remedo del método expuesto por Platón en Sofista (218b – 232a). Sin embargo, el agua de Lete sacias las sucias bocazas de la muchedumbre becerril.
[2] No obstante, cabe decir que lo evidente para unos puede ser indescifrable para otros.
[3] En efecto, el mismo tipo de duda que Sócrates utilizaba con suma pericia mediante el ‘método mayéutico’. No obstante, tropeles enteros ―y quizá el propio René― creyeron que éste era modelo aún ser imitación.
[4] De hecho, como hicieran Platón y su suela Agustín, y en contra de Aristóteles, Tomasito, los ‘pseudo-científicos’ y, más tarde, de los depravados empiristas.
[5] Por lo que no podría ser infalible en todos los casos.
[6] Dícese del ‘adanismo’, aunque también sirve a tal efecto el término ‘mesianismo’.
[7] No obstante, el procedimiento de la ‘duda metódica’ también incluye a los razonamientos, por lo que no se aprecia distinción alguna entre una duda y otra.
[8] ¿Por qué? ¿Y si el ‘ser pensante’ dejara de pensar? ¿También entonces existiría? ¿Qué asegura que el ‘ser pensante’ jamás dejará de pensar? ¿Por qué René no aplicó el procedimiento de la ‘duda metódica’ a tal efecto?
[9] Es ya demasiado recurrente advertir los distintos grados de conocimiento platónicos; a saber: la opinión, la creencia, el pensamiento discursivo ―hasta aquí llega René―, el razonamiento y las ideas. En efecto, estas últimas serían al tiempo ‘sustancia pensada’ y ‘res cogitans’, según fuere la capacidad del individuo, puesto que todo individuo aspira a las ideas por medio de ideas.
[10] Ah, ¿que los juicios pueden ser injustos? No. Los juicios sólo pueden ser justos y ceñidos a realidad. Si la sentencia es injusta debe recibir otro nombre, del tenor ‘prejuicio’, ‘fallo’, ‘hipótesis’, ‘calumnia’, ‘injusticia’, etc.
[11] Asombra que tamaña vulgarización del concepto no hubiera sido objeto de proceso penal. ¿Alguien en su sano juicio puede creer que emitir juicios, simplemente, se limita a la aceptación o rechazo de una realidad?
[12] ¿Alguien en su sano juicio podría negar que, precisamente, eso es lo que pretende Descartes? ¿No es cierto que René, aún su profundo individualismo, pretendía establecer esta realidad no sólo para su mente, sino para la mente de todo humano? Si cada individuo posee su propia mente, ¿no es cierto que Descartes pretendió establecer una realidad extramental? Si Descartes no emitiera ‘juicios’ extramentales sino ideas mentales y, a la par, tuviera razón, ¿no sería obligado admitir que no existen mentes individuales, sino que sólo existe una mente común a todos los individuos, y que lo experimentado por René es exactamente lo mismo que lo experimentado por todos?
[13] Como ya se habrá advertido, es una posición que acerca a Descartes a las posiciones escépticas.
[14] Y que por tanto debería llevar el nombre de ‘Realidad Objetiva’.
[15] Y que por tanto debería llamarse ‘Realidad Relativa’ o ‘Realidad Cualitativa’.
[16] Descartes no parece considerar lo más importante; a saber, que las ‘percepciones inteligibles’ sí demuestran la existencia del dios en todas las ocasiones posibles. Por ende, tampoco considera a los cervigudos mesiánicos, cuya fe se fundamenta en la experiencia sensible de ciertos acólitos y en todo tipo de relatos milagrosos.
[17] Descartes preferiría aquí el ‘método deductivo’ ―es decir, de lo universal a lo particular―, al ‘método inductivo’ ―o sea, de lo particular a lo universal―, pero tal vez sin poder aceptarlo, debido sin duda a sus enormes complejos liberal-individualistas.
[18] ¿Cómo lo haría? Mediante ‘ideas adventicias’ no, claro. Mediante ‘ideas ficticias’, tampoco. Ahora bien, ¿lo podría hacer sin emplear ‘juicios’, o lo haría sólo mediante ‘ideas innatas’? ¿Pretender demostrar la idea de Dios en otra mente no es hacer juicios extramentales? ¿No es eso falible según el propio Descartes? ¿Si dios no es una idea extramental, cómo pretende demostrar su existencia más allá de su propia mente? Véase nota 238.
[19] Este argumento ¿no es el anterior pero al revés? ¿No dijo Descartes que se conocía al dios perfecto, no mediante ‘ideas ficticias’, sino mediante ‘ideas innatas’? ¿Establecer la perfección del dios mediante la imperfección del individuo, no es precisamente una ‘idea ficticia’?.
[20] Por qué el dios, aun ser perfecto, hace al humano imperfecto, es algo que René guardó para sí. Por qué el humano, antes de existir siquiera, podría llegar a crearse, es algo que aún calló con más celo. Por qué el humano, suponiendo que pudiera crearse aún sin existir, se dotaría de la mayor perfección, en efecto, es algo que también evitó contestar. De hecho, presupone Descartes que el acto de crearse a sí mismo implica perfección y que, por el contrario, crear un objeto ajeno implica imperfección.
[21] Claro, entonces, como es evidente concebir una sirena, las sirenas existen.
[22] Como si fuera fácil concebir el máximo grado de perfección. Eso es tal como decir que es fácil concebir al dios. No obstante, para un protoliberal como René, todo era asequible siempre que su propio yo se viera beneficiado.
[23] Hubiera podido decir ‘omnipresente’ o ‘universal’, pero se hubiese contradicho su propia teoría con relación a las teorías innatas, las cuales según Descartes son exclusivamente mentales. Véase nota 244.
[24] Que tiene su equivalencia con el ‘alma’.
[25] Pero bueno, si una sustancia es aquello que no precisa ninguna otra para existir, ¿cómo puede llamarse a la ‘res cogitans’ sustancia y, al tiempo, asegurar que su existencia depende de la ‘res infinita’? ¿Es ésta una ‘duda metódica’, ‘hiperbólica’ o ‘de sentido común’?
[26] Que corresponde al cuerpo.
[27] Pero bueno, si una sustancia es aquello que no precisa ninguna otra para existir, ¿cómo puede llamarse a la ‘res extensa’ sustancia y, al tiempo, asegurar que su existencia depende de la ‘res infinita’? ¿Es ésta una ‘duda metódica’, ‘hiperbólica’ o ‘absolutamente básica’? ¿Hasta dónde llega la idiocia humana?
[28] Según este espumarajo intelectual, toda voluntad humana estaría destinada al error. Y pensar que pueda ocurrir lo mismo con respecto a la capacidad de emitir juicio, en fin, rebasa toda posible consideración mediante el habla humana. ¡Que pierdas el juicio y la voluntad, René, entonces habría que verte, más que desgraciado! Véase nota 236, 237 y 238.
[29] Acaso deba llamarse sencillamente la propia ‘res extensa’.
[30] Acaso pueda llamarse ‘res intensa’ con algo más de justicia si cabe.
[31] Estas corresponderían a las ‘impresiones simples’ de Hume, quien por cierto sostenía que eran lo único verdaderamente existente. De hecho, aquí Descartes avanza a lo más tarde expuesto por Hume.
[32] ¿Cómo explicar a un enfermo de mesianismo que el humano es mezcla de cuerpo y alma? En el improbable caso que lo llegara a entender, ¿cómo persuadirle entonces de que la condición humana es sólo un estadio más de los muchos que deben traspasarse hasta llegar al dios?
[33] Descartes no entendió que en tanto que humano es también ‘res extensa’. Véase nota precedente.
[34] Sólo que empleando un método paupérrimo el francés y un método magistral los gloriosos antiguos.
[35] En Platón el término para designar tal relación es el ‘correlato’.
[36] Adviértase que, en palabras del pensador galo, la ‘res cogitans’ humana correspondería a la ‘res extensa’ divina, y por ende, es en todo punto inmortal. Dicho de otro modo, el cuerpo humano es al alma lo que el alma es al dios, sin embargo, el cuerpo humano es mortal pero el cuerpo divino ―esto es el alma― es eterno.
FUENTE: Historia Crítica de Filosofía Marco Pagano (Editorial Caduceo 2005-2023) --- MÁS CAPÍTULOS: https://creatumejortu.com/los-5-mejores-filosofos-de-la-historia https://creatumejortu.com/platon-el-filosofo-del-bien https://creatumejortu.com/el-retorcido-materialismo-de-aristoteles https://creatumejortu.com/el-placer-decadente-de-epicuro https://creatumejortu.com/la-filosofia-cosmopolita-de-los-estoicos https://creatumejortu.com/el-escepticismo-total-del-impresionista-hume https://creatumejortu.com/los-prejuicios-del-relativista-kant https://creatumejortu.com/espiritualismo-sofista-del-mesianico-hegel https://creatumejortu.com/el-materialismo-historico-de-karl-marx https://creatumejortu.com/el-utilitarismo-sociologico-de-comte https://creatumejortu.com/el-voluntarismo-irracional-de-schopenhauer https://creatumejortu.com/el-vitalismo-irracional-de-nietzsche
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