La creación no ha terminado...

Historia y Cultura, Paganismo y Tradiciones

EL VITALISMO IRRACIONAL DE NIETZSCHE

Friederich Wilhelm Nietzsche (Alemania 1845) supo atestiguar y representar a un mismo tiempo la espantosa degeneración que, de un modo inevitable, traían consigo los nuevos tiempos; pese a ello, se dice que recibió una buena formación musical, teológica, humanista y clásica, mediante lo cual llegó a ser profesor de Filología en la Universidad de Basilea. A los 45 años ingresó en un frenopático tras serle diagnosticado ‘reblandecimiento cerebral’, y falleció diez años después (1900).

EL NIHILISMO ABSOLUTO DE NIETZSCHE

1. Nihilismo metafísico

No es peregrino, pues, que de quien gestaba tal degeneración surgiera la más honda de las locuras. Para empezar, suscribió el relativismo funcional propio de todo sofista, según el cual todo es cambio y nada permanece[2], sin embargo, fue con ello a partir de lo cual pretendió establecer y determinar la invalidez de la doctrina metafísica, y, en especial, la sostenida por Platón quien, según Nietzsche, representa el principio de la separación respecto a la vida, el origen de la decadencia. Con ello deseaba establecer y fijar que la única realidad es el devenir y las apariencias, y que todo lo demás son entelequias contrarias a la vida.

No obstante, si lo afirmado por Nietzsche tuviera validez ahora y siempre, si sus sentencias fueran inmutables y perennes ―como de hecho presumía lo eran―, acabaría por contradecirse a sí mismo. ¡Es asombroso! ¿Cómo pretendió establecer una verdad absoluta, fija e inmutable negando, a la par, que exista algo absoluto, fijo e inmutable? ¿Cómo negar toda posibilidad de certeza sin dejar de estar en lo cierto?

2. Nihilismo gnoseológico

Ahora bien, es justo reconocer que Nietzsche acertó al condenar el culto a la ‘ciencia’ moderna, por cuanto ésta postula dogmas inmutables para objetivos cambiantes, y no exageró al advertir que semejante perversión, en efecto, se ocupa de afianzar determinada interpretación de la realidad para beneficio de ciertos individuos. Si bien eso es cierto, Nietzsche no creía que una investigación pudiera ofrecer certeza segura ―pues el relativismo era su cruz―, y no en menor medida despreciaba el beneficio más allá del provecho personal ―el individualismo era su corona de espinos―.

Pese a todo, por creer ser el Mesías de un nuevo orden, no dudó en presentar sus conclusiones como siempre válidas ―la hipocresía le apuntalaba al madero―, amén de considerarlas provechosas sólo para unos pocos ―los fuertes entre los que se contaba― y justamente perjudiciales a muchos ―los débiles del rebaño al cual él no pertenecía―.

3. Nihilismo Teológico y Mesianofobia

Ateo es todo aquel que, como hiciera Nietzsche, niega la existencia de potencias trascendentes al individuo ―fácil para quien rechaza cualquier existencia― y las considera un mero producto de la fantasía humana. Pues bien, si esa disposición es ya de por sí rechazable, lo que ya excede todo punto es señalar, como hiciera Nietzsche, que los cultos populares politeístas tenían este referente para con sus dioses: meras fantasías sin valor. ¿Qué debería pasarle por la cabeza a Nietzsche, cuando no supo ver lo que vio hasta una molinera, es decir, que “Zeus rige a dioses y a hombres” (Odisea XX 112)?; y qué responder a Nietzsche, quien nunca creyó que “a todos los hombres precisa la ayuda del cielo” (Odiseo III 48), sino lo mismo que gritó Antínoo a Eumeo: “Campesino sin juicio, incapaz de ver sino aquello que tienes delante” (Odisea XXI 85-86).

El hecho es que Nietzsche acusó al cristianismo de invertir los nobles valores de la ‘Grecia mítica’, según llamaba a los pueblos libres antiguos. Sin embargo, lo cierto es que el cristianismo no los invirtió ―como de hecho sí quiso hacer el propio Nietzsche― sino que los vulgarizó y los manipuló a su conveniencia: los secuestró.

No satisfecho con este error, Nietzsche atribuyó al cristianismo la creación de conceptos como ‘Dios’, ‘más allá’, ‘alma inmortal’, ‘pecado’ o ‘bondad’, siendo que éstos existen desde que el hombre es hombre, por más que han perdido su significado para quienes creen que el  hombre “no es más que carne” (Génesis 6,3).

¿De dónde sacó Nietzsche que el concepto de ‘Dios’ fue creado por el cristianismo? ¿Quizá él, aun ser licenciado en Filología Clásica, desconocía que Διός es la declinación en genitivo del término Ζεύς (Zeus)? Los pueblos libres antiguos siempre hablablan de ‘el dios’ (ὁ θεός) como nombre común, por respeto a los dioses de otros pueblos y comarcas, así pues los cristianos no inventan el concepto ‘Dios’, sino que de nuevo lo secuestran, lo hacen nombre propio, se lo apropian creando así una profundísima discordia para con todos los demás pueblos gentiles, que contemplaban estupefactos la expansión de la secta arribista cristiana.

Otrosí, ¿de dónde sacó Nietzsche que el concepto del ‘más allá’ fue creado por el cristianismo? ¿Tal vez él, aun ser licenciado en Filología Clásica, ignoraba que el dios Hades reina en la región de ultratumba y que, por cierto, Hermes Psicopompo se encarga de conducir las almas hasta el más allá? Otra vez los cristianos no crean el concepto, lo secuestran para sí, lo privatizan, lo limitan a una vida, y lo usan para amenazar y coaccionar a los hombres libres, atacando al amor propio y a la confianza en su cultura tradicional milenaria, que de repente se les dice quedó obsoleta y deben abandonarla.

Además, ¿de dónde sacó Nietzsche que el concepto del ‘alma inmortal’ fue creado por el cristianismo? ¿Por qué amenzan pues con la muerte no del cuerpo, sino del alma incluso, cuando Isaías asegura que “los muertos no revivirán” (Isaías 26,14)? ¿Nunca prestó atención al salmo que canta de los pecadores que “caigan en el abismo para no levantarse jamás” (Salmos 140,11), o a la doctrina bíblica de ‘los prescitos’, según la cual todo infiel a Israel será exterminado para siempre (Sal. 145,20/ Prov.12,7/ Is.1,28/ 11,13/ 13,9/ 26,19/ 33,14/ 41,11-12/ 66,24/ Ez.18,4, etc.)? Además, ¿sabía Nietzche que el cristiano aspira no a la inmortalidad del alma, sino a la del cuerpo? Entonces, si lo sabía, ¿qué grave incapacidad le asolaba? Si por el contrario no lo supo jamás, ¿a qué prestarle mayor atención?

Y por último, ¿de dónde sacó Nietzsche que el concepto de ‘bondad’ fue creado por el mesianismo? ¿Quizá él, presumido doctor en Filología Clásica, ignoraba que la antigua frase griega καλόν κ’ἀγαθόν se refiere a la bondad, y que el concepto se remonta a la noche de los tiempos? Ah, ¿qué dice ahora?, ¿que Nietzsche no se refería al significado original de esas palabras, sino al que le adjudicaron los cristianos? Bueno en tal caso el mesianismo no creó los conceptos, sino que los retorció y los manipuló a su espurio interés: los secuestró para luego otorgarlos como prerrogativa. Vemos otra vez a Nietzsche pasando por encima de los asuntos con una arrogancia escalofriante, diciendo pocas verdades, bastantes mentiras y cometiendo muchos errores.

Entonces, amado lector, aquello que Nietzsche quiso rechazar cuando se refería a ‘Dios’, en efecto, no era el verdadero dios, sino el judío torturado que cuelga del madero y a su padre Yahvé, y ese rechazo visceral, pese a ser comprensible, sin embargo le privó de considerar cualquier otra potencia trascendente objetiva: los cristianos habían creado otro monstruo más y la curva tierra se embutía de locura.

Asimismo, amado leyente, aquello que Nietzsche quiso rechazar cuando se refería al ‘alma inmortal’, en efecto, no era el alma que reencarna vida tras vida, sin necesidad de amenazas o premios, sino aquella alma cristiana que anhela resucitar en su antiguo cuerpo para vivir pegado a él eternamente: cualquiera rechazaría algo así pero Nietzsche no supo explicarlo y rechazó todo.

Otrosí, amado lector, aquello que Nietzsche quiso rechazar cuando se refería al ‘pecado’, en efecto, no era aquel que advertían los gentiles antiguos ―el de menospreciar los cultos y ritos consuetudinarios aprobados por la aldea― sino a la interminable lista de absurdos pecados que inventó la curia mesiánica, siempre con el objetivo de avasallar el espíritu de los pueblos gentiles.

Con todo, amado leyente, aquello que Nietzsche quiso rechazar cuando se refería a la ‘bondad’, en efecto, no era la auténtica Bondad ―aquella que ejercían nuestros antiguos todos los días, antes de que irrumpiera el monoteísmo― sino la despreciable pazguatería propia de los cristianos, y en vez de censurar ésta en favor de aquella, rechazó ambas cual perezoso ateo.

Pero también por lo mismo, amado lector, aquello que Nietzsche quiso rechazar cuando se refería a la ‘humildad’, en efecto, no era la verdadera humildad ―aquella de los aldeanos gentiles que no sabían de ungidos ni ostias― sino el servilismo becerril y la profunda cobardía moral de los cristianos. Y lo confundió, siendo presa del judeocristianismo y su pervertida moral, y viéndose incapaz de trascender esta enferma cosmovisión: la carga en el testuz le era demasiada.

Y de igual modo, querido leyente que tanto aguarda, aquello que Nietzsche quiso rechazar cuando se refería al ‘amor’, en efecto, no era el amor sincero y cotidiano propio de los pueblos libres autóctonos ―anteriores al monoteísmo y los imperios― sino el falso ‘amor’ a un colgado que los cristianos impusieron a sangre y fuego. Otra vez Nietzsche sucumbió al secuestro de las virtudes, y pasó a formar parte de la escombrera de la Modernidad.

Así es: a causa de su profunda debilidad, Nietzsche sucumbió a la apropiación y tergiversación moral llevada a cabo por los cristianos, quienes, por arrogarse y disponer de todo saber y toda virtud, de hecho, abrieron las puertas a la ignorancia y al ateísmo: es Nietzsche una célebre víctima del cristianismo, pues cayó en el ateísmo porque, viendo al galileo en la cruz, y tras comprobar su fallecimiento, creyó que tal fenómeno demostraría la ‘muerte de Dios’, capitulando una vez más al ideario mesiánico, sin trascenderlo.

Porque Nietzsche debiera haber anunciado no ‘la muerte de Dios’, sino ‘la muerte del mesías en la cruz’, cuyo cadáver cuelga putrefacto desde hace ya demasiado tiempo. ¡Eh! ¡Bajen ya al judío del madero y confiesen que era un hombre más y no un dios! ¡Quédense con que era un “hijo del hombre” (Mt.8,20)! Una vez hecho eso, dejen de adorarlo, entiérrenlo y vuelvan a la vida natural de los pueblos gentiles.

4. Nihilismo Tradicional

Porque si no lo hacen así, y por el contrario, cuando el galileo se acabe de pudrir ―quedando ya expuesto su esqueleto― y la madera acabe por hacerse trizas; si aún entonces proclamaran que, junto al galileo, las virtudes y el propio dios se pudren y desaparecen, en efecto, se pondrá de manifiesto que Nietzsche y el cristianismo son extremos de una misma descomposición: residuos gástricos éste y excremento aquél.

Así pues, no es peregrino que Nietzsche ―habiendo conocido tan solo el imbricado recorrido intestinal― considerase todo lo pasado como errático y sinuoso, y juzgó por igual todas las etapas de un largo proceso de corrupción. Manifestó su desprecio a toda la cultura de Occidente y no vio en ella más que engaño, decadencia y cruz, a la par que denunciaba de ésta su oposición a la vida y a los instintos que la posibilitan. Como vemos Nietzsche sucumbió por completo a la cosmovisión y moral cristiana, tanto en el aspecto ético como en el histórico: no entendió casi nada y quiso aleccionar en casi todo.

5. Nihilismo Moral

Y es que Nietzsche dividió a la humanidad en Señores ―quienes pensaban como él― y en esclavos ―todos los que no[3]―. Por consiguiente, de ello coligió que la moral de los Señores ―entre los cuales él mismo se contaba― es propia de los fuertes, de los poseedores del carácter aristocrático y magnánimo, de los valientes y los autosuficientes[4]. Los señores (él) aman la vida terrenal, la grandeza, el poderío y el placer, y por otro lado desprecian los sentimientos de humildad, compasión o sacrificio. Según Nietzsche, los señores son espíritus libres y crean sus propios valores, sin recibir ayuda de los demás.

Por el contrario, según Nietzsche, la moral de los esclavos está configurada en grupo, y con el solo fin de conspirar contra los Señores[5]. Es en base a ello, dijo el paranoico ‘señor’ teutón, que los esclavos ensalzan como virtudes todo tipo de debilidades, ya sean la bondad, la humildad, la misericordia, la compasión o el sacrificio. Es decir, la promoción de esas virtudes ‘blandas’ serían un intento de los esclavos de ‘menoscabar’ la libertad de los señores, debilitándolos, haciéndolos más tolerantes y gregarios; y en efecto, en un mundo plagado ya de civitates christianae, no debía ser fácil situarse al margen de la débil y pazguata moral cristiana.

Nietzsche acertó al identificar como mayor culpable de la decadencia conceptual al cristianismo atroz. Es verdad: tras siglos de abuso y arrogación de ideas antes de uso popular ―tales como ‘paz’, ‘amor’, ‘libertad’, ‘fraternidad’, ‘gloria’, ‘compasión’―, la fe cadavérica consiguió desprestigiarlos por completo (su uso y abuso de dichos conceptos es obsceno), de manera que zafios como Nietzsche se rebajarían a elaborar un discurso de perdedor, de individuo mediocre que no da la batalla por las ideas, que se muestra vencido ante el secuestro de las virtudes.

Porque también esto es verdad: Nietzsche fue el mayor esclavo de la decadencia que denunciaba, pues rindiose a la perversión cristiana y renunció a los conceptos que ésta ha secuestrado. ¿Quién es el débil? ¿Quién el cobarde? ¿Quién es en realidad cobarde, el que batalla y se afana porque pervivan o quien los abandona en manos cristianas?

6. El Advenimiento del Nihilismo: la Transvaloración

Pero es que Nietzsche no fue reo sólo del cristianismo, sino que también sucumbió al nihilismo aterrador: la doctrina de la nada. Distingue entre Nihilismo Pasivo ―el cual, según Nietzsche, padecerían quienes huérfanos de los valores cristianos no creerían ya en ningún otro valor― y el Nihilismo Activo ―el cual, según Nietzsche, disfrutarían los señores, por cuanto éstos, aun descubierta la inexistencia de los valores cristianos, crearían otros basados en el individuo―. Así pues, Nietzsche advirtió que el advenimiento del nihilismo es inevitable y universal[6], y con él, llegaría también la subsiguiente transmutación de los valores.

Según Nietzsche, los valores cristianos nacieron de la tríada ‘Dios-Hombre-Mundo’, pero con el advenimiento del nihilismo, dijo, se verificaría el retorno a la tríada ‘Naturaleza-Vida-Hombre’, que provenía de la Antigüedad precristiana. Suena muy bonito, la verdad.

Sin embargo, ¿es ello cierto? ¿Es cierto que los Antiguos jalonaban su cosmovisión mediante la tríada ‘Naturaleza-Vida-Hombre’? ¿No es más cierto y mejor indicar que las tradiciones antiguas comprendían por encima de todo a Zeus o a un dios de dioses, luego a los dioses eternos y a las divinidades todas, a los héroes detrás de éstos, y, finalmente, a los hombres y al mundo? Siendo benévolos con Nietzsche podemos entender a los dioses antiguos como parte de ‘Naturaleza’, aunque tal vez sea una aseveración demasiado simplista: ‘naturaleza’ es lo que nace, y los dioses ni nacen ni perecen y precisamente causan la naturaleza.

Y en cuanto al advenimiento del nihilismo, ¿no hace Nietzsche como sus adláteres Hegel, Marx o Comte, por cuanto interpreta el devenir de modo lineal, con un final feliz y a su gusto? Es cierto: Nietzsche presenta la ‘Grecia mítica’ como origen perfecto, a Platón como el inicio de la decadencia, al cristianismo como la máxima expresión de debilidad; y, por último, presenta al nihilismo pasivo como paso previo al nihilismo activo, momento en el cual, según Nietzsche, se recuperarán los valores tradicionales de la ‘Grecia mítica’. Si volverá a suceder una nueva decadencia o no, apenas lo dejó entrever en la teoría fatalista del eterno retorno, ya que, tal y como lo planteó Nietzsche, en efecto, no sucedería una nueva decadencia cumpliendo un nuevo ciclo, sino que se ‘repetiría’ el mismo proceso de manera totalmente exacta: llamó ‘eterno retorno’ a una ‘eterna repetición’.

El ‘eterno retorno’ de Nietzsche, en realidad ‘eterna repetición’

A la sazón, Nietzsche pretendió explicar este desarrollo con un símil a saber: equiparó el período decadente con un camello ―por cuanto la humanidad en ese tiempo se aleja hacia el desierto, se niega a sí misma con tal de afirmar al dios[8], y, como el camello, sufre penalidades de toda índole que no obstante supera merced al agua que reserva en sus gibas―; asimismo, comparó el período de rebelión con un león ―por cuanto la humanidad, tras recuperar la conciencia, lucha por su libertad y destruye todos los valores de sumisión―, y por último, asemejó el período de renacimiento con un niño ―por cuanto la humanidad, en este punto, ni se acuerda de los valores de sumisión ni se obsesiona por rebelarse; es por ello que, cual niño, el individuo entonces vive absorto en el presente, crea sus propios valores y acepta la vida con total plenitud―.

Pues bien, aunque el símil de Nietzsche revele parte de la verdad, lo cierto es que resulta inconexo y pueril, y, además, parece compuesto a partir de su compulsión antojadiza más que de argumentos coherentes entre sí[9]. Es por ello que el compilador de la presente gusta ofrecer otro símil al caso, tal vez más completo y ordenado, y tal vez más gracioso al amable lector que tanto aguarda.

Adaptación orgánica de la metáfora ‘eterno retorno’

Una cosa es cantada a través del tiempo sin fin: cuando hombres y dioses compartían sus quehaceres, la humanidad era cual ‘ambrosía’: llámese a aquel tiempo ‘Edad de Oro’, y compréndase que jamás un humano mató para comer. Sin embargo, el cielo varió su órbita provocando escasez y los individuos se vieron obligados a matar para comer; fueron instituidos ritos piadosos antes y durante los crímenes: la humanidad era cual ‘masticación’ y llámese a aquel tiempo ‘Edad de Plata’. Desde entonces hombres y dioses viven separados por un cordón de plata. Tiempo después la humanidad fue cual ‘bulo digestivo, y pese a matar y comer con regularidad, nadie olvidaba aún los antiguos ritos, sino que “todos gustaban de equitativa porción” (Ilíada II 431): llámese a aquel tiempo ‘Edad de Bronce’, la cual fue largamente cantada por las gestas de sus héroes. De hecho, los rapsodas se encargaron de ello, pero eran otros tiempos y el humano era cual ‘digestión’; ya algunos mataban y comían sin guardar rito piadoso, y empezó la triste ‘Edad de Hierro’.

En el seno de ese nuevo tiempo errático pergeñose el cristianismo atroz, los ritos fueron exterminados al tiempo que se impusieron otros nuevos llenos de impiedad, los individuos eran como ‘ácido’ y desde entonces el porvenir sería sinuoso y retorcido. Y el peor de los tiempos estaba por llegar; en la actualidad se matan entre hermanos y se comen unos a otros con tremendo afán, sin ritos de ningún tipo, sin freno y sin medida: la humanidad es como ‘excremento’ y llámese a este tiempo ‘Edad Moderna’, donde impera el caos y la negra noche.

Aun y con todo, el símil de Nietzsche no sólo peca de inconexo y artificial[10] ―como de hecho lo es casi toda su doctrina― sino que los defectos de forma, en efecto, advierten otras carencias de fondo.

Dejando por válida la primera figura del ‘camello’, las dos siguientes presentan ciertas incoherencias de fondo. Es decir, si el punto álgido del desarrollo es el superhombre o la moral de los señores, ¿qué figura guardaría mayor parecido al caso, el carácter del ‘león’ o el del ‘niño’? ¿Quién es más libre de los dos? ¿Quién más fuerte? ¿Quién es más autosuficiente? ¿Qué es un niño sin padres? ¿Un león adulto necesita padres? ¿Sobreviviría el niño frente al león hambriento? ¿Y el león frente al niño hambriento? Entonces, ¿cuál de las dos figuras se asemeja más al carácter del superhombre? ¿Escogió Nietzsche asemejarlo al ‘niño’ para dar así un golpe de efecto que venda su doctrina? ¿A quíen no enternece la figura de un niño? Si Nietzsche aspiraba a ser un niño, ¿quién osaría contradecirle en alguna de sus tesis? ¿Quién sería tan cruel? ¡Eh, no se metan con su niño! Contemplamos estufefactos a la manipulación de conceptos para su conveniencia, al más puro estilo judeocristiano, y sin tener consciencia de estar haciéndolo; sólo a su propia voluntad obedecía, nunca a su consciencia.

Porque es cierto: Nietzsche se ayudó de la débil figura del niño para recubrir de ternura su monstruosa doctrina. De hecho, se sirvió de la misma manipulación rastrera que el galileo: “quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Marcos 10,15), de modo que una vez más se evidencia como Nietzsche y el cristianismo son ambos extremos de la maldad del nuevo mundo: éste como origen y aquél como engendro.

Porque acaso también esto sea cierto: Nietzsche ensalzó la figura del niño, amén de por un bajo impulso proselitista, porque al fin y al cabo él era un ser débil. Y quizá tuviera razón en cuanto al sometimiento que los débiles merecen; y a decir verdad, tal vez si alguien más fuerte que él le hubiese partido la boca y los brazos, ¿quién sabe?, tal vez entonces nos hubiéramos ahorrado el fascismo y otros desvaríos modernos. Sin embargo Nietzsche yerraba, una vez más, y los débiles no merecen sometimiento, sino que los fuertes los levanten del suelo para continuar en pie.

EL INDIVIDUALISMO ABSOLUTO DE NIETZSCHE

1. Ideal Antropocéntrico: el Superhombre

Sea como fuere, el hecho es que nadie le partió la boca y los brazos, sino que fueron las implacables Moiras que al fin le quebraron la cabeza. Ello sucedió después empero que pudiera balbucear su ideal individualista: el Superhombre, es decir, la meta evolutiva del humano como individuo totalmente independiente, engalanado de todas las virtudes señoriales, tanto físicas como intelectuales. Aseguró que ‘el hombre es un paso intermedio y no un fin’, transponiendo el ideal del hombre cristiano, según el cual todo individuo justo tiene por meta la vida eterna en su propio cuerpo ―con apariencia humana pero ‘glorificado’[11]―, la cual estaría subordinada al dios mesías. Este cuadro pretende ser claro al respecto:

TradiciónCristianismoNihilismo
Hombre aspira a ser un héroe, un daimon y un diosHombre aspira a Superhombre (cristo, el elegido)Hombre aspira a Superhombre
Dioses con aparencia indefinida*Dios con apariencia antropomorfaDios con apariencia antropomorfa
Subordinado a potencias naturales y cósmicasSubordinado al dios cristo el elegidoSubordinado sólo a su voluntad
Cuadro comparativo de sublimaciones evolutivas: como vemos, en la tradición antigua el humano aspira a varios niveles de superación, identificándose cada vez más con la divinidad en este proceso: el destino no es ninguna salvación o promesa, sino el desarrollo connatural a la evolución espiritual humana. Por otro lado cristianismo y nihilismo tienen como destino la salvación en su propio cuerpo y en su propio ser individual, sin transformaciones sustantivas respecto al antropomorfismo o su condición humana.

*Nietzsche creyó decir algo nuevo cuando sentenció que ‘el hombre es un puente y no un fin’: sin embargo los antiguos ponen por meta los dioses (virtudes) y su naturaleza divina, por cierto, distinguiendo unos de otros, “pues de ninguna manera los mortales podrían competir con los inmortales en figura y en aspecto” (Odisea V 212-213). Este pasaje del dios Apolo sirva de prueba cuando sentencia que “nunca se parecerán la raza de los dioses inmortales y la de los hombres, que andan a ras de suelo” (Ilíada V 440-443), y por supuesto, todo ello significa que los antiguos entienden la naturaleza humana como algo transitorio mejorable a héroe, daimon y dios, y que los dioses toman la figura que les apetece, siendo representados a menudo con apariencia humana por defecto, al desconocer su figura real si es que la necesitan.

Así pues, según el ideal de Nietzsche, el destino del ser humano es el Superhombre, tal y como ocurre con el ideal cristiano; pero a diferencia de éste, el superhombre nihilista no estaría subordinado a ninguna divinidad, sino que él mismo sería su propio dios y su apetito su única guía. De modo que una vez más se pone de manifiesto como Nietzsche y el cristianismo son ambos extremos de la misma maldad: éste como origen y aquél como engendro. En efecto, ambos sitúan la figura humana como límite de su propio desarrollo, mientras que para la tradición antigua el centro, el principio y el fin de toda evolución son las virtudes-dioses.

2. Fatalismo Antropocéntrico: el Eterno Retorno

Es así como Nietzsche presenta el concepto de Eterno Retorno bajo su aterrador punto de vista, o sea, comprendido por, para y hasta el individuo. En efecto, Nietzsche creyó entender que un tiempo infinito permite la sucesión de todas las combinaciones posibles, y además, que entre una sola combinación y su propio retorno también se dan todas las combinaciones posibles, y ello, a su vez, unido a que una combinación y la subsiguiente van estrechamente ligadas, según Nietzsche, demostraría que el devenir es una sucesión de series idénticas. Por ende, como Nietzsche creyó identificar la vida de un individuo con una serie de combinaciones, concluyó que cada individuo vive su vida infinitas veces y de manera idéntica incluso en lo más nimio.

De ahí que Nietzsche creyera en un devenir ‘circular’ y repetitivo, cuyo epicentro sería el propio individuo y sus circunstancias. Con el tiempo, pretendió justificar su postura revistiendo de la mayor importancia el amor al destino, según el cual no entender la vida como principio y fin en sí misma es rechazarla, negarse a sí mismo, esconderse, caer en la cobardía y hundirse en la debilidad. Según Nietzsche no hay más que lo que ves y percibes corporalmente, y si tienes intención de ir más allá eres un cobarde.

Pues bien, en primer lugar, si como quiso Nietzsche todo sucediera sin una finalidad, en efecto, su propia doctrina también carecería de finalidad, amén de que no demostraría nada ni serviría para nada[13].

En segundo lugar, si como dijo Nietzsche el tiempo fuese infinito, en efecto, sería obligado que éste permitiese no sólo ‘todas las posibles combinaciones’, sino infinitas combinaciones. Y es que solamente podrían sucederse un número limitado de combinaciones en caso que el tiempo fuera finito, pero Nietzsche no dijo esto.

En tercer lugar: una vez muerto, ¿dónde esperaría el individuo hasta que volviese a la vida para repetirla de un modo exacto[14]? ¿Qué le sucedería mientrastanto? Un momento… ¿qué dice?, ¿que según Nietzsche el individuo “no es más que carne” (Génesis 6,3),  “carne, un soplo que pasa y no vuelve” (Salmos 78,39) o “nada más que polvo” (Salmos 103,14).

La Eterna Repetición de Nietzsche
(psicosis nihilista)

En resumidas cuentas, Nietzsche creyó entender que existe una sucesión de números finita ―el uno y el dos y vuelta a empezar ab aeterno―, de modo que llegado el fin de los tiempos empezaría todo en el mismo punto, y entonces, continuaría exactamente como lo hizo antes y hasta el mismo final. Por tanto, si fuera cierto que semejante ciclo vuelve al mismo punto de origen ―es decir, al uno― implicaría que del origen iría hasta el final y del final retornaría al origen ―no podría ser de otra manera―, o sea, del 1 hasta el 2 y del 2 hasta el 1. Sin embargo, en tal caso tanto el 1 como el 2 serían principio y fin al mismo tiempo, o, en otras palabras, serían 1 y 2 cada uno de ellos, y eso es imposible. Además, ¿no es cierto que entre dos puntos siempre existirá un punto medio? Entonces, ¿cómo pasar de un extremo a otro? Eso también es imposible. En efecto, todo aquello que se repite ―como la vida, según Nietzsche― está sujeto al tiempo, y si lo hiciera siempre y de manera exacta significaría que es eterno; sin embargo, nunca será cierto que lo temporal sea eterno.

Es así como se pone en evidencia que Nietzsche consideró lo perecedero y mutable cual eterno e idéntico a sí mismo[16], e “incapaz de ver sino aquello que tiene delante” (Odisea XXI 85-86) le fue imposible levantar la vista más allá del polvo, el tiempo y su propia cruz. Por ende, tampoco advirtió que su pusilánime interpretación del ‘eterno retorno’, en efecto, implicaría la siempre inexorable desaparición tanto de su anhelada estirpe de superhombres como de su nihilismo, por lo cual sería necio sostener que ambos son autosuficientes o invencibles; bien al contrario: sucumbirían ambos a una fuerza superior a su voluntad, pues “no es posible en ninguna parte escapar a la voluntad de Zeus” (Hesíodo Trabajos y Días 105).

Pero Nietzsche no dedujo eso, aunque tal vez jamás fuera consciente de lo que dijo. Así pues, el pretendido ‘amor al destino’ postulado por Nietzsche, a fuer de una finalidad y el amor a la propia finitud, no sería más que un desmedido apego a uno mismo y a su ombligo ―pues considera algo mortal como inmortal― y revela un enfermizo deseo por detener aquello que siempre se mueve y siempre cambia. Finalmente, y a raíz de todo ello, Nietzsche creyó que el devenir es circular y repetitivo ―diríase terriblemente inútil y obsesivo―, y porque fue “incapaz de ver sino aquello que tuvo delante”, por cierto, desconoció que el devenir es en todo caso helicoidal y que no se repite jamás de forma exacta.

En efecto, cinco son los Ciclos Helicoidales, de los cuales tres son perecederos y dos son eternos:

El primer ciclo eterno es el Ciclo Sublime: uno de sus brazos corresponde al sagrado Ómfalo y el otro corresponde a Zeus Padre; además, su línea de unión es la única recta y alada, como el caduceo del amable dios, y acaso todo ello equivalga a la propia luz del éter. El segundo ciclo eterno es el Ciclo Astronómico: uno de sus brazos corresponde a los astros y el otro corresponde a los dioses inmortales, además, su línea de unión es pariente de Zeus, sirve de guía a la divinal recua de astros y, ¿quién sabe?, acaso todo ello equivalga al fuego. Estos son los dos ciclos eternos, sobre los cuales nace y crece toda vida.

La materia y el espíritu siguen direcciones opuestas, mientras aquella se sublima regresando a la fuente cósmica, ésta se degenera hasta descomponerse en átomos.

Por otro lado, el primer ciclo perecedero es el Ciclo Histórico: uno de sus brazos corresponde al mundo y el otro corresponde a los démones que lo habitan; además, su línea de unión es pariente de los astros, sirve de guía al devenir humano y, ¿quién sabe?, acaso todo ello equivalga al aire. El segundo ciclo perecedero es el Ciclo Individual: uno de sus brazos corresponde al cuerpo mientras que el otro corresponde al alma; además, su línea de unión es pariente de la historia, sirve de guía a los hombres comedores de pan y, ¿quién sabe?, acaso todo ello equivalga al agua; ahora bien, lo que sí es cierto es que mientras el cuerpo se dirige hacia adelante en el tiempo, el alma lo hace hacia atrás, de retorno al Ómfalo. Ya para finalizar, el tercer ciclo perecedero y último de los cinco es el Ciclo Atómico: uno de sus brazos corresponde a la estructura atómica, mientras que el otro corresponde a su propia energía; además, su línea de unión es pariente de los individuos, sirve de guía a los minerales y moléculas y, ¿quién sabe?, acaso todo ello equivalga a la tierra; ahora bien, lo que sí es cierto es que los átomos son a los dioses lo que los excrementos son al hombre ¡Maravilla entenderlo!

En el devenir histórico, también toda la materia degenera en el caos, mientras que el espíritu o ‘anima mundi’ regresa al éter más puro.

3. Ontología del Apetito: la Voluntad de Poder

Sea como fuere, poco le importaba a Nietzsche lo concerniente a los dioses, y despreció a Hesíodo cuando éste dice que “los dioses y los hombres mortales tuvieron un mismo origen” (Trabajos y Días 106 y ss.). Como consecuencia de tan nefasta conducta, identificó el devenir y toda expresión de vida con lo que llamó ‘Voluntad de Poder’, a la par que lo definió como la esencia de todo ser y el principio de unión de todo fenómeno vital, ya fuera natural o psíquico. Por ende, Nietzsche supuso que esta voluntad de poder influye en el hombre impulsándolo a lograr el control de la realidad, y postuló que sólo es aceptada y deseada por los fuertes ―entre los que obviamente él mismo se contaba―, a la par que representa dijo la principal característica del Superhombre.

Sin embargo, una vez más se demuestra que Nietzsche ni siquiera vio aquello que tenía delante de sus narices, tal vez porque siempre miró hacia el suelo en el que hundía sus deformes pezuñas. En efecto, desatendió por completo que el poder pudiera usarse de forma desmedida y maligna ―jamás creyó que en su apetito pudiera existir la desmesura o la maldad―, o que un excesivo control de la naturaleza puede volverse en contra del hombre.

Asimismo, desatendió por completo que el poder o el control son convenientes sólo según sea su finalidad ―él jamás creyó en otro objetivo a fuer de satisfacerse―, o que resultan apropiados según sea la conciencia de cada cual ―para Nietzsche no es cuestión de conciencia, sino de fuerza―; y también porque su mente estaba tan hundida como sus feas pezuñas, acabó por considerar al humano capaz de perfección sin por ello trascender a su naturaleza humana y mortal: a semejanza del cristianismo atroz, Nietzsche ansiaba aferrarse a su carne, a su vida, a su cruz. ¿Quién es entonces el más cobarde? ¿Quién es en realidad el más débil? “El necio aprende con el sufrimiento” (Hesíodo Trabajos y Días218 y ss.).

Nietzsche, según parece, también desoyó a Heráclito cuando éste advirtió que “para los hombres no sería mejor que sucedieran cuantas cosas quieren” (Estobeo Florilegio III 1,176). No escuchó el sabio consejo; bien al contrario, creyó posible alcanzar la gloria sin necesidad de los dioses (virtudes), y pretendió igualarlos con aterradora soberbia: “¡loco es el que quiere ponerse a la altura de los más fuertes! Se ve privado de la victoria y además de sufrir vejaciones, es maltratado” (Hesíodo Trabajos y Días209 y ss.). Y pese a todo, quizás sea lo más justo porque la soberbia es la verdadera debilidad, mientras que la virtud es fortaleza eterna.

En conclusión: el verdadero motor de toda acción no es la ‘voluntad de poder’, sino la Voluntad de Eternidad (el verdadero Amor), la cual sólo es efectiva en la medida que se atiende a la buena consciencia, y no a la antojadiza apetencia. Con ello, se demuestra que Nietzsche, huyendo de la consciencia y pretendiendo refugiarse en sus apetencias, fue en realidad un hombre débil, cobarde e inmaduro ―como lo fue su propia doctrina―. Y lo peor de todo es que a la debilidad Nietzsche añadió una monstruosa arrogancia: en consecuencia las Moiras tejieron para él un espantoso destino, destino que él mismo se forjó con voluntad inconsciente, descabezada.

Cuidado porque es cierto: cuando una oveja se despeña confundida y las piedras quiebran su cuerpo, fácil es que otras muchas caigan después de ella con mismo destino cruel.


[1]     Suele presentarse al sofista Gorgias de Leontinos como precedente clásico del nihilismo absoluto. Dicen que para Gorgias nada existe (nihilismo metafísico), pues aunque algo existiera nunca podría ser conocido (nihilismo gnoseológico). Además, en caso que algo pudiera ser conocido jamás podría ser comunicado (nihilismo lógico).

[2]     Es por ello que Nietzsche creía admirar a Heráclito de Éfeso, aun cuando en realidad sólo quedó ciego con su relumbro. En efecto, si bien es verdad que Heráclito postulaba el cambio y el devenir como principio fijo e imperturbable de la vida, no es menos cierto que supo trascender a él y comprendió que “es necesario seguir a lo común; pero aunque la razón es común, la mayoría viven como si tuvieran una inteligencia particular” (Sexto Empírico Contra los Científicos VII 133). Y también Heráclito parecía reprobar a gente como Nietzsche cuando dijo que “Los mejores escogen una cosa en lugar de todas: gloria perpetua en lugar de cosas mortales; pero la mayoría es saciada como el ganado” (Clemente Misceláneas V 59). Pero es que no hay lugar a dudas que Heráclito trascendió al cambio, a la generación y a lo múltiple, pues advirtió “cuando se escucha, no a mí, sino a la Razón, es sabio convenir que todas las cosas son una” (Hipólito IX 9,1), y censurando a los que, como Nietzsche, miran sólo hacia su ombligo, Heráclito insistía en que “para los despiertos hay un mundo único y común, mientras que cada uno de los que duermen se vuelve hacia uno particular” (Plutarco Sobre la Superstición 166c). También el mismo Heráclito dio a conocer que “todas las leyes se nutren de una sola, la divina” (Estobeo Florilegio III 1,179).

[3]     En el cristianismo, la distinción es entre el absoluto mal y el absoluto bien; en Nietzsche, sin embargo, está identificada como la absoluta certeza y la absoluta equivocación de manera íntegra en cada individuo, no contemplan las gradaciones o estás con ellos o contra ellos.

[4]     Quizá en la ‘autosuficiencia’ no incluyera Nietzsche el dominio de todo proceso natural, como las temibles enfermedades. Por cierto, ¿a quién se le ocurrió prestarle ayuda durante el padecimiento que precedió a su muerte? Seguro que Nietzsche consideró un ser débil a quien sufría con él y a quien mitigaba sus dolores.

[5]     Esa conspiración jamás podría tener éxito, en caso que los señores fueran realmente señores, fuertes y autosuficientes. No obstante, según Nietzsche la conspiración triunfó, y es tiempo de dar la voz a los fuertes tras verse extrañamente sometidos por los débiles.

[6]     En eso tampoco difería de Hegel, Marx y Comte, quienes proclamaron lo mismo respecto del hegelismo, el comunismo y el positivismo respectivamente.

[7]     Es decir, una supervida en un supermundo y con un supercuerpo.

[8]     En el caso del mesianismo atroz, a decir verdad, sería para afirmar al torturado galileo.

[9]     En el símil propuesto por Nietzsche no existe relación lógica u orgánica entre los distintos elementos. En efecto, es ilógico e inconsecuente que de ‘camello’ se siga ‘león’, o que del ‘león’ se genere el paradigma de ‘niño’.

[10]    No hubiera sido tan patético si el símil presentase elementos más cercanos entre sí, tales como ‘camello’, ‘onagro’ y ‘caballo salvaje’, por ejemplo.

[11]    Es decir, un supercuerpo para un superhombre.

[12]    También Thomas Hobbes (1588 – 1679) aconsejó que lo mejor para un Estado es que todo el poder recaiga a manos de una sola persona. En efecto, según esta proterva doctrina, los parlamentos o asambleas sólo sirven para perturbar la paz, ya que manifiestan intereses particulares. En filosofía natural es el más decidido partidario del materialismo mecanicista: partiendo de la crítica al idealismo del ‘cógito’ cartesiano y de su propia reflexión sobre los orígenes y resultados del conocimiento empírico, concluyó que materia y movimiento son los denominadores comunes de toda percepción, y que cuerpo y movimiento constituyen el objeto único de la filosofía. Con semejantes mimbres, no es extraño que definiera la conciencia como una vibración del sistema nervioso y, en sus aspectos motores (emocional y volitivo), una simple respuesta a la misma. Así pues, según Hobbes la filosofía se reduce a cuatro capítulos, a saber la geometría ―que describe los movimientos de los cuerpos en el espacio―; la física ―que describe los efectos mutuos de los cuerpos en movimiento―; la ética ―que considera los movimientos de los sistemas nerviosos― y la política, que estudia los efectos mutuos de los mismos. De ahí formula la primera ley del movimiento, según la cual todo cuerpo orgánico tiende a la autoconservación y a la autoafirmación: en el hombre, según Hobbes, esa tendencia se convierte en un derecho natural, y por ello la condición primaria de los cuerpos es la de colisión y guerra. La segunda ley, en su aplicación orgánica, lleva a que los hombres cedan parte de su derecho a la autoafirmación, en beneficio mutuo; las fuerzas antagónicas de los derechos en pugna se armonizan en un ‘tratado de paz’, o contrato social, que representa la base del Estado. Para reforzarlo, es necesario establecer en éste la soberanía ―por cuanto los hombres, como resultado de la primera ley, mantienen el estado natural de guerra―, y este Estado será más eficaz cuando la soberanía sea delegada en un solo hombre ―para Hobbes, el monarca absoluto― en vez de en un grupo o colectivo.

[13]    Como de hecho debiera admitir al hilo de su pensamiento nihilista.

[14]    Lo cual sería una finalidad en sí misma.

[15]    En efecto, del nacimiento la muerte como de la existencia la vida.

[16]    Como hicieran los mesiánicos respecto al judío colgado en la cruz.

[17]    “Zeus Cronión, guía de todos los dioses” (Hesíodo Escudo 55 y ss.). También cf. Platón Fedro (246a – 277e).

FUENTE:

Historia Crítica de Filosofía Marco Pagano (Editorial Caduceo 2005-2023)

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